"Razones para construir juntos"
Revista electrónica semanal, Puebla, México, año 1, núm. 5, 19 de septiembre de 2004
Política - Sociedad - Cultura
Internacional
UNA PRETENSION CUBANA [segunda parte]

El desarrollo argumental ?sabiduría de quien toda su vida ha sido maestro? transcurre, avanza sin alterar o precipitar la exposición, lo que indica un esquema previo muy bien meditado a partir de objetivos conductuales. Cuando llega al problema más grave para el ser humano ?¿Cómo considera a Jesús de Nazaret??, las premisas son enunciadas a la manera de la mayéutica socrática que Platón nos legara: "¿Cómo es posible, hoy, llegar a una valoración objetiva sobre Cristo que responda a la importancia de la adhesión que pretende?" Y esa actitud descubridora ?viaje hacia la luz? es la que siempre va a primar en todo el libro, lejano de imposiciones o de apelaciones a la fe en asuntos donde la razón brinda un poderoso sostén.
Al principio metodológico agustiniano, basado en una introspección que deja muy atrás las bondades del psicoanálisis, se le unen los ejemplos, como el de Albert Schweitzer o la anécdotas de amigos y conocidos. Nunca hay jerarquizaciones en esta zona ilustrativa: tan importante resulta una referencia a un personaje célebre como a un anónimo vecino del barrio. Orígenes, John Henry Newman, von Hügel, Karl Adam… son tan seres humanos como el italiano que traba relaciones con una japonesa.
Un párrafo decisivo ?desde la zona metodológica, es decir, hermenéutica? es el que señala: "Hace falta humanidad para captar la experiencia humana que se ha traducido en la Ilíada y la Odisea; se necesita humanidad para captar lo humano, que se nos transmite en la Divina comedia; tiene que haber humanidad en mí para que yo entienda la humanidad que se expresa en los Cantos de Leopardi. Quien está seco, quien no tiene su humanidad educada, no entiende. Para poder acceder a cualquier hecho literario o histórico e indagar acerca de él, el problema es activar la raíz humana que hay en nosotros, que se desarrolla y afirma en la experiencia presente, y que es sustancialmente la misma que dio origen a esos determinados acontecimientos y páginas". Valdría cada una de las penas y de las alegrías poner en cursivas y en altas la palabra clave: HUMANIDAD. Creo que una frase de Margarite Yourcenar da la clave. Cuando un periodista, tras ser la primera mujer en ser miembro de la Academia Francesa, le preguntó por los cambios ocurridos a lo largo de la historia, ella respondió que la humanidad había cambiado muy poco en milenios.
Esa burla ontológica del tiempo, y de la aberración de jerarquizar la Historia como progreso en línea recta, es un axioma básico del texto. De haber ocurrido un cambio esencial en la naturaleza humana sería imposible leer los Evangelios con la misma fruición que hace miles de años... Ni la necesidad de fe ni su corolario afectivo-imaginativo pueden haber sufrido alteraciones, tampoco son plausibles las alteraciones genéticas, por lo menos en ese parpadeo cósmico que va desde el surgimiento del homo sapiens al 2004 de la Era Cristiana. Tras el fin de la modernidad ?¿Hay que recordar las atrocidades que produjo en el pasado siglo XX?? ni los más obtusos viudos de la "construcción social" se interrogan sobre el cambio del hombre. Las recientes atrocidades del fanatismo terrorista confirman, desgraciadamente, la certeza de que no somos muy distintos a las tribus del Antiguo Testamento.
La noción del Sentido último abre de par en par las puertas no a una actitud plañidera, apoyada en la tan dañina autolástima, sino a un reforzamiento voluntarista ?no le tengo miedo a la palabra? de la Iglesia. Por ahí, en el análisis que siempre sugiere, andan las fértiles enseñanzas de Giussani. Las constantes referencias históricas que incluye  argumentan el sentido congregacional inherente a la especie, al apreciar las circunstancias sociales sin absolutizar sus influencias. Ante los cismas sociales también la muta ?un complejo plural de participación? impide mayores zozobras, mucho más si se apoya en Dios y en sus mandamientos, en los principios y ceremonias que fortalecen al individuo y sus decisiones personalísimas. Estamos menos solos ante los enigmas y las calamidades ?los cubanos lo sabemos demasiado bien, sin "optimismo a ultranza". A esta afirmación dedicaré los dos párrafos finales.
Permítanme antes anotar otros valores literarios del libro. Es muy curioso como el estilo ?recuerden que el étimo del sustantivo se refiere a una especie de cuchillo? oscila entre las imprescindibles abstracciones y generalizaciones, con exactas referencias bíblicas y de autoridades, y las más sencillas experiencias cotidianas. Giussani sabe huir de los extrañamientos. Cuando piensa que se ha excedido, que el lector puede distanciarse del hilo expositivo, de inmediato cambia el registro. Parece a veces que la polifonía de su voz es un homenaje a los grandes compositores barrocos, a Doménico Scarlatti o a Juan Sebastián Bach, a los maestros del contraste armónico. Ignoro la formación musical o los gustos auditivos de nuestro extraordinario maestro, pero aventuro que se trata de un melómano ducho en las sinuosidades del barroco.
El optimismo cristiano ?tema central en el reforzamiento del papel de la Iglesia? es explicado bajo las ondulaciones estilísticas de estirpe barroca, de Dewey a Etienne Wilson, pero también de una frase de Rabelais que descentra al hombre, hasta que aparece un autor inglés que para mí está dentro de los más queridos, cuyas enseñanzas alimentaron la estructura narrativa de mi novela Las penas de la joven Lila. Chesterton ?les confieso? no me imaginaba que pudiera aparecer en un texto de esta índole. La sorpresa fue de las más agradables. El creador de ese genio desentrañante de enigmas que es el plácido Padre Brown completó mis simpatías hacia Giussani. La cita de Chesterton señala que todos los errores son verdades que se han vuelto locas. Recuerdo que en otra ocasión ?menos irónica? el autor de novelas policíacas donde desentrañar las pistas es más importante que conocer al asesino, afirmó "Soy un hombre y por eso tengo el corazón lleno de demonios".
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