CUENTO
Nunca hubo una vez una señorita con dos piernas, dos brazos y una cabeza. Esa chica tenía dos ojos, tosía y tenía el ombligo ligeramente arriba de lo normal. Ella vivía en una casa, poseía un perro tuerto y jugaba a las cartas con su espejo.
Además, la chica así de joven, tenía una máquina de escribir antigua que se le ocurrió usar. Entonces sacó una hoja blanca, la puso en el rodillo de la máquina y comenzó a teclear:

      "Había una vez una señora con dos piernas, dos brazos y una cabeza; esa mujer estornudaba en el baño, comía dos veces cada día y jugaba dominó con el gato ciego. La mujer vivía en una casa que tenía piso y una sola pared. Y también una computadora nueva que un día encendió para comenzar a escribir:

     "He aquí que había una vez una anciana raquítica que sólo tenía dos piernas, dos brazos y una nariz. La viejita vivía en su casa del campo con dos sapos muertos, un ramo de flores azules y una computadora que de pronto quiso usar para escribir un cuento de su propia vida. Entonces se percató de que no había luz. Así que recordó que tenía una máquina de escribir en el cajón y decidió sacarla para poner en el rodillo una hoja de papel y escribir:

     "- Nunca-hubo-u-na-vez... una señorita con dos piernas, dos brazos y una cabeza. Esa chica tenía dos ojos, tosía y tenía el ombligo ligeramente arriba de lo normal. Ella vivía en una casa, poseía un perro tuerto y jugaba a las cartas con su espejo.
Además, la chica así de joven, tenía una máquina de escribir antigua que se le ocurrió usar. Entonces sacó una hoja blanca, la puso en el rodillo de la máquina y comenzó a teclear:

    Fue así como a los tres minutos de haber iniciado el relato, la doliente ancianita comenzó a llorar. Se dio cuenta de que jamás podría escribir porque tenía artritis. Así que su amiga de la máquina de escribir se puso muy triste porque se dió cuenta de que jamás podría existir para escribir la historia de su propia vida sobre una señora que no pudo escribrir en su computadora la vida de una anciana que nunca existió.

    De esta manera y por lo tanto jamás hubo una vez esta historia, no vuelva a leerla, recomiende a los demás que no lo hagan y váyase.
Mal de Andrea

Tengo la costumbre de hacer realidad los cuentos que escribo, y si no, pues tengo la costumbre de hacer cuento la realidad que vivo. Pero siempre en un punto intermedio.

El día de hoy encontré una carta al pie de mi puerta. Ahí, tendida sobre el piso estaba y me senté junto a ella para tomarla en mis manos y disponerme a abrirla. Y como cualquiera que tiene una idea fuera de lo común cuando nota algo raro, me dí cuenta de que la carta estaba en blanco, por lo tanto no era necesario echar a volar la imaginación, puesto que todo pasaba sin necesidad de echarla a volar.

Me llamó la atención la ausencia del remitente, así que pensé que se trataba de alguna de mis alumnas que se había robado mi dirección del 'departamento escolar' de la preparatoria*.

Bueno, pues ahí estaban esas letras de colegiala delatando su presencia, así que me senté en la silla y me dispuse a leerla sin ninguna prisa:

"Maestro:
  Le ruego me disculpe si mi carta le molesta, la verdad
es que usted me vuelve loca. Lo he seguido hasta su casa
y ya sé dónde vive. Perdone si le digo que ya me metí
a su casa y me desnudé en su cama. Fue el día
12 de enero, ¿recuerda?. No sé si notó que yo no estuve
ese día en su clase, la verdad es que mientras usted
impartía cátedra, yo me revolcaba en su cama esperando
y esperando, a ver si se me hacía estar con usted.
Pero como se demoró tanto, yo pensé que ya no llegaría
sino hasta la noche. Además de que me quedé de ver
con mi novio y por eso no pude esperarlo.
Pero no se desanime, tal vez cuando usted haya
terminado de leer esta carta, aún pueda encontrarme
arriba, en su cuarto, completamente desnuda haciéndole
el amor a su ropa, a su almohada, a sus cosas,
a sus libros. No se diguste si mi savia se impregna
sobre alguna de sus páginas, la verdad es que lo hice
a propósito para que usted me recuerde mientras
leé. Suba para comprobarlo, tal vez yo aún esté ahí".

                                                                   Andrea.



-¿Andrea?. ¿Andrea?. ¿Quién es Andrea?...

Ni un segundo pude esperar. Subí a abrir la puerta corriendo como voraz loco por saber quién era, y al llegar a mi cuarto ahí estaba: desnuda, dormida, sólo la foto atrevida de una imagen sobre mi cama, con la efigie de una chica que yo desconocía. Entonces la alcé  hacia mi vista, me dispuse a correr los ojos por cada una de esas curvas tan divinas de niña precoz, ya aunque apenas tenía quince años ya era hermosa, pero por más que intentaba no
lograba recordarla. Entonces voltié a la ventana que estaba abierta y junto a ella había una cámara fotográfica sobre un tripié, me acerqué a inspeccionar y corrí la cortina que da a mi patio para tener más luz. Pero de pronto encuentro que el árbol que da a mi ventana no estaba solo, Andrea había salido desnuda a esperarme en lo alto de una rama. Qué loca, ahí estaba con sus ojos cerrados somnolienta y totalmente a la deriva, contrastando su hermosa piel con las ramas huesudas de madera alisada.

Había un sutil descanso en ella, descansaba; así que después de quitarme la sorpresa, me recosté en la ventana para contemplarla. No había mas que ruidos de viento y perros lejanos. Volví a seguir con la mirada sus divinas líneas, pero no podía recordarla.

Y después de unos minutos de admirarla le dije que si no quería una sábana para la brisa, movió negativamente la cabeza y me señaló el sol de medio día, asegurando que le daba suficiente calor como para seguir a gusto su bronceado.

-¿Te conozco? -Le dije para aludir al salón y grupo al que asistía.
-Si. Pero sólo he entrado a algunas clases. ¿Podría venir aquí y hacerme el amor por última vez?...

Parecía como si ella y yo nos conociéramos desde hace años, la verdad es que yo no podía recordarla bien ante el asombro de su pregunta. Pero aún así me subí por la ventana y salté al árbol a la altura de una rama donde ella yacía. Entonces abrió las piernas y me mostró su hermosura. Los pezones estaban alzados, su fino rostro sonrojado, como tibio y ruborizado se descubría su sexo. Entonces me extendió la mano y yo recibí las huellas de sus dedos para acercarme a ella. Caricia tras caricia, lentamente me fui deslizando hacia su cuerpo entre sus brazos hasta llegar a la espalda.

Andrea comenzó a acariciarme y la camisa cayó hasta la pila de la fuente, los zapatos se atoraron entre ramas inferiores, el pantalón le cayó a la tortuga del jardín, y mi ropa interior entró hasta el tallo de una flor morada. Pronto estábamos desnudos y yo le hacía el amor con la mirada al suelo. Flotábamos. Yo me sumergía más y ella gemía, todo su cuerpo estaba lubricado con una savia propia, mil veces más tersa que el aceite para bebé. Así que yo podía acariciarla plenamente con las manos por fuera y con mi sexo por dentro. Entonces ella me regaló un gemido tan hermosamente en el oído, como para que ningún vecino se diera cuenta de su precioso orgasmo. Yo salía antes de venirme, y las gotas de mi génesis cayeron y alimentaron a la nueva flor erótica del jardín de geranios, única en su género.

Casi al terminar, le pregunté que de dónde la conocía, entonces, con la cara recargada sobre mi hombro me dijo:

-¿Ya no te acuerdas?, de la generación del '84.
-¿Andrea?... ¡Pero si eso fue hace quince años!, ¡ahora deberías tener casi treinta!.
-Es que estoy enferma -Me dijo silenciosa y nos seguimos amando.

Yo volví a besar todo su cuerpo con mi boca y mi lengua, y por un momento pensé que ella volvía a sentir amor, como si nunca lo hubiera sentido. Tocaba su sexo, recogía sus suspiros con mis labio, contemplaba el sutil disfrute de su rostro bajo mi cuerpo...

Cuando terminamos estábamos charlando, juntos en lo alto de la rama. Yo la acariciaba, la contemplaba y la besaba, mientras hacíamos comentarios y jugábamos a asustarnos con la altura.

-¿Por qué dijiste que era la última vez que hacíamos el amor? -Le pregunté.
-Porque estoy cambiando.
-¡Pero mírate!, si eres muy hermosa, vas directo a ser la mujer más interesante de la comarca.
-Me temo que no. Más bien voy para atrás. ¿Qué has escrito de mí?.
-¿La novela?. ¡Ah!, p-pues que habías salido de la preparatoria, que te hiciste fotógrafa, poetisa, dramaturga...
-Fui todo eso.
-Pero hace años que dejé de escribir porque supuse que ahora serías una mujer madura, a la novela todavía le faltaba un poco para llegar a tu vejez y ya no sería tan interesante. Pero ahora que te veo me confundo. ¿Qué está pasando?.
-Tengo un mal único en el mundo, tal vez le pongan mi nombre...
-¡¿Qué?!.
-Regresemos a tu cuarto.

Andrea y yo brincamos a la alcoba. La chica me mostró las fotos en secuencia que la cámara había tomado, justo en el momento en que nos estábamos amando. La chica y yo pasamos la tarde, reíamos, nos besábamos juntos y mirábamos las fotos, volvimos a compartir caricias y nos fuimos a la tina de baño. Luego nos recostamos en la cama y platicamos abrazados unas horas más.

Llegó la noche. Y a la mañana siguiente recordé que Andrea había estado aquí. Yo nunca pensé que sería una víctima más, de esas en que el hombre despierta porque la mujer se ha ido. La busqué por toda la casa pero ella ya se había ido, y más aún... ¿había estado ella aquí?...

Entonces saqué las fotos del escritorio y volví a contemplarla, recordé que había dicho que estaba enferma y de pronto escuché una voz infantil que me llamaba desde la calle: "¡Maestro!, ¡maestro!". Y así corrí a la ventana para ver quién era.
-Me encantó lo que hicimos ayer en el árbol. Hasta siempre...
Me dijo la pequeña niña Andrea que iba al colegio.
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