AL TRASLUZ DE LA LUZ Frente a su casa una Gran Mansión saturada de vidrios opacos. Llevaba ya varios meses de haberse mudado a ese suburbio apartado y de alta plusvalía. Para su fortuna acababa de entrar a la alta sociedad. Sin embargo, todos esos meses fueron de silencio, ni un vestigio de grillos en la noche, ni un trozo de humo expulsándose de alguna motocicleta yupi. Parecía como si nadie viviese en las casas aledañas a la suya, nunca escuchaba ni veía a nadie. Si no fuese porque al salir en la mañana se encontraba con los jardineros trozando la hierba, con los choferes disponiéndose a encender los autos para llevar al jefe a su trabajo, o simplemente con hallarse al de la basura vaciando como siempre el tambo que amanecía vomitando basura... si no fuera por todo eso, diría que se había mudado a una colonia extremadamente fantasmal. Y así era, como en todas esas casas, aquella de enfrente no daba señales de vida, mucho menos señales de muerte. Casi siempre abría la cortina mirando las luces que estaban apagadas, y muy de vez en cuando la última y más alta de todas las ventanas, ya muy entrada la noche expandía una luz. Pero no, jamás veía entrar o salir a alguien, y aunque él no era persona indiscreta, se llenó de una intriga eterna por saber quién vivía en esa casona, cómo era la persona que podría ser su amiga más cercana... Una noche de tranquilidad abrió la cortina a la mitad de la ventana, su mirada estaba hacia la calle, abajo pasaba un perro nocturno contándose las manchas; desde su alcoba él respiró justo enfrente de aquella casa callada, y comenzó a hacer uso de sus intrigados binoculares. Los incrustó en sus ojos y se dispuso a explorar, como si se tratara de un espía en la espera de descubrir algún enigma. Tiempo a tiempo, la noche y el cansancio se metieron más y más, para dejarlo al rato completamente tirado en la ventana. Los párpados ya casi habían caído, la cara estaba convertida en agua: aguada y fláccida; el cuerpo debilitado, las manos muertas. Apenas la pestaña de un ojo seguía mirando la mitad del círculo en los prismáticos. Una mirada soñaba mientras la otra estaba despierta. A las cuatro y treinta y ocho percibió una luz difusa, en parte sus ojos estaban desenfocados, en parte los binoculares también estaban cansados y borrosos, y también veía mal porque el cristal traslúcido de aquella ventana dispersaba otro tanto de la lejana luz. Pero a pesar de todo, él abrió los ojos y recogió el cuerpo sin interés, con un ligero movimiento de los dedos enfocó la luz, cuando de pronto quedó atónito por lo que en ese momento descubría. Era la silueta muy dispersa de una mujer hermosa. "¿Quién será?" Se preguntó sin saber cómo responderse, mientras se acomodaba el cuello para captar con mayor nitidez. A pesar de lo confuso de la imagen, claramente alcanzaba a ver-imaginar que se trataba de una figura desnuda color piel y una mano sobre el muslo en extasiante curvatura, olor a hiel de ninfa y suspiros intangibles de una boca color carmín... La imagen estaba muy cerca de la ventana. Él se acomodó mejor; aquella luz hacía unos movimientos tan incitantes, tan excitantes, tan rítmicos, tan extraños... que hasta la llegada del amanecer no se vio otra cosa que la silueta haciéndose el amor a ella misma y tocándose la piel desde las piernas hasta el lugar donde florecía su pubis. Sólo eso se veía, ninguna otra expresión, mucho menos alguna mirada que produjera su rostro, aunque... muy de vez en cuando, ella alzaba la cabeza como si mirara el techo, dándole a entender que sus propias caricias le producían placer. Así continuó la noche hasta que los rayos del sol, lentamente comenzaron a difuminar la luz de la ventana. Si después de que amaneciera aquella alcoba continuaba encendida, el hombre ya no podría verla porque la luz del exterior ya azotaba de lleno en el cristal. Así, tragándose el sol la oscuridad del exterior y clausurando la mirada de la silueta, el hombre cayó por el resto del día en muerte momentánea. Pasaron las horas. El hombre escuchaba los maullidos de un sillón al recostarse. No fue al trabajo por estar pensando en esa imagen, por estar ideando un sinfín de historias en la cabeza y tal vez en el sexo. Pero la noche volvería. Los pájaros se congelaron en las ramas, terminó el trabajo de la luz y con ella llegó la enigmática tarea de la noche. El hombre volvió a apagar el foco cálido de su alcoba, para mirar de nuevo por la cortina. La imagen de la fémina no apareció, ni siquiera cuando se encendió la luz que podría haberla mostrado de nuevo. El ambiente hizo que el lugar permaneciera horas enteras inerte. Por fin el hombre desesperó, y al momento en que se disponía a hacer a un lado la intriga para siempre, la difuminada forma volvió a aparecer. El hombre detuvo el corazón, no dejó que nadie se interpusiera para fijar la atención. Toda la noche vio cómo la imagen se tocaba, seduciendo con sus manos todo el cuerpo, y él la imaginó como aplicándose algún bronceador para los rayos nocturnos. Pero la noche estaba terminando. - ¡Espera, no te vayas! - "Le dijo" sin razonar mientras temblaba y corría a las escaleras. Tropezó tres veces con el único gato que le acompañaba en casa, y al salir a la banqueta cruzó la calle, tocó la puerta vecina y nadie contestó. Regresó al pie de su ventana y miró hacia arriba, la silueta aún estaba ahí. El hombre volvió a desesperar y corrió de nuevo a aquella casa, pero estúpidamente arrepentido, regresó angustiado a su puerta, mientras sus pies lo obligaban a cambiar de rumbo, por fin decididos a entrar. Cruzó la calle, tocó de nuevo pero no obtuvo respuesta; decidió forzarla, pero... - Esto parece una película de "Brian de Palma" -Se dijo mientras descubría la facilidad para entrar, sin que la entrada opusiera resistencia. Entró, pegó el típico "¡¿No hay nadie?!", contestando también el típico silencio. Miró a su derredor, todo el primer piso estaba vacío, sin muebles. Tomó las escaleras de la izquierda y todo el segundo estaba vacío, casi sin piso; siguió subiendo y el tercer piso monótonamente vacío, invisible. Sólo los escalones se impregnaban de zapatos y las paredes de los ecos de sus pisadas. Siguió subiendo escalones hasta llegar al número sesenta. Cuando llegó al estéril cuarto piso, descubrió enigmas que estaban atrapados en puertas con llave; sólo una estaba abierta, y por ella se metió con todo y ojos. Olía a encerrado. Miró la primera ventana que encontró para recordar a qué iba... y llegaba tarde: la luz del día estaba extraviando la silueta que él intentaba encontrar. Ahora tendría que buscar a la chica. - No, ésta no es la ventana que da hacia la calle. Su habitación debe estar más adelante…- Pensó sin quitarse de encima el recuerdo erótico. Estaba nervioso, sigiloso... De un golpe recordó que había invadido un lugar ajeno. Preguntó por millonésima vez: “Disculpe... ¿hay alguien...?”, y no obtuvo respuesta. Ahí, en el interior del gran cuarto había otros más, más y más habitaciones mientras se adentraba más por el pasillo. Todas las ventanas eran traslúcidas, permitiendo la entrada de una luz amarillenta de la calle. El hombre dejó salir el olor del moho encerrado, abriendo una ventana que además de aire, dejó entrar dos o tres abejas del panal aledaño. Continuó por el pasillo sin detenerse, mientras la luz de las ventanas cambiaba de dirección. Al final del camino, el hombre reconoció la sección que daba a su casa, fue ahí cuando volteó el cuello para mirar una ventana y la silueta extraña se estaba acariciando, casi envuelta en el clímax más profundo. "¡¡¿QUÉ ES ESTO?!!" El hombre se pasmó por un momento, balbuceaba, la silueta no podía estar flotando en el aire. Bajó corriendo las escaleras, llegó a la planta baja y salió a la calle, volvió a levantar la mirada pero no vio nada anormal, todavía estaba la silueta cepillándose y embelleciéndose el cuerpo con sus caricias. Aun así ya todo era confuso, hasta él se miraba el cuerpo y lo veía raro: “No puede ser”. Volvió a titubear varias veces mientras una criada que barría la banqueta lo miraba intrigada: "Ese tipo debe estar loco..." Se escuchó su pensar mientras seguía ba-riendo. El hombre decidió de repente regresar a la casa. Entró doblando la cautela. Las puntas de los pies le delataron su presencia a la soledad. Volvió a subir hasta la puerta que estaba abierta. Caminó por el pasillo, pero atontado no se dio cuenta que debía esquivar las columnas. Pegó un gruñido, mató de una buena vez la tartamudez y afloró su no muy erudita inteligencia. Al llegar a la ventana, la silueta desnuda se acariciaba su tersa y lacia cabellera, cantaba un poco, estaba alegre. Aunque la imagen se mirara tan dispersa, el intrigado hombre veía cómo se mimaba a sí misma, se embellecía y se peinaba, hasta que el cepillo desapareció en el último pase por debajo del cabello. La chica había terminado. - Ho...hola!, ¿quién eres?. -Habló el hombre. La silueta se asustó, volteó a ver quién le hablaba y puso la mano sobre sus senos en señal de timidez. De pronto, sin razón aparente, ella comenzó a acariciarlos, mientras el hombre no dejaba de abrir la boca y la expresión atónita. - ¡¿De dónde vienes...?! ¿Cómo es que flotas en el aire...? Con ternura, la mujer comenzó a mover su cuerpo de arriba a abajo, como bailando abrazada en él. El hombre miraba su sonrisa, pero comenzó a desesperar; casi sentía imaginar que besaba la más tersa de las pieles femeninas. - ¡Déjame entrar!, ¡déjame entrar! Le pedía con una sonrisa y la silueta volvía a tocarse los senos, hasta que momento a momento, su delicada mano comenzó a deslizarse por su cuerpo hasta la zona del Monte de Venus. El extasiado hombre pareció alucinar que ella se llevaba uno de sus dedos al interior de sus piernas, introduciéndolo lentamente entre sus labios, hasta extraviarse por completo al interior del sexo. A la silueta le gustaría ser acariciada. El hombre, completamente ya intranquilo, tocó el cristal con todo su sudado cuerpo, tenía las manos abiertas a la altura de la cara y toda su masa se recargaba peligrosamente en la superficie del vidrio; de romperse, el hombre podría caer hasta azotar en la calle. A gritos comenzó a implorarle que lo dejara entrar, pero el rostro de la fémina se aproximó al hombre y con el índice derecho le insinuó que se acercara más. “¿Más?, ¡ya no puedo más” De repente, la luz del sol llegó temprano y la silueta desnuda desapareció. - ¡Oye, no te vayas!, ¡NO TE VAYAS! Con la desesperación de saber tan siquiera si volvería la noche siguiente, comenzó a azotar los puños contra la ventana. - ¡No te vayas por favor, déjame saber quién eres... DÉJAME ENTRAAAAR... ¡ Una luz se encendió en la casa, el depravado hombre se estremeció y cuando pudo salir del trance, descubrió que el cristal de la ventana se había rajado de lado a lado. La musa no volvería a verse jamás. El hombre bajó las escaleras y salió de la casa. Miró hacia arriba, y ya no vio nada. Cruzó la calle y cerró la puerta. Desde lo más profundo de aquella rajadura, una gota de sangre comenzó a brotar. |
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