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Un Santa Claus Casero

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

En estas recién pasadas Navidades, uno de mis vecinos, que posee una imaginación sin límites y al que le gusta improvisar, se le ocurrió algo poético y misterioso, algo que nadie, según él, había hecho en el edificio: disfrazarse de Santa Claus para escenificarles una romántica sorpresa a sus pequeños hijos.

Vestido todo de rojo y cargando un gran costal lleno de dulces y juguetes, al hombre de las barbas blancas hechas de algodón se le ocurrió escalar las cumbres caseras y descolgarse espectacular pero silenciosamente desde la azotea hasta el patio, procurando causarle admiración (en caso de que lo viera) también su suegra, quien suele tacharlo de zángano, mantenido y bueno para nada. Para lograr su propósito, el vecino amarró unos cables a una de las bases de antena de TV y, muy seguro de sí mismo, cargando su bulto lleno de juguetes y lanzando tremendas carcajadotas, se comenzó a deslizar por el alambre, lo malo fue que decidió hacerlo a latas horas de la noche, por lo que, en esta época en la que caras vemos corazones no sabemos, los vecinos pensaron que se trataba de un ladrón. Una señora gorda, de hombros anchos, espesas cejas negras y modales bruscos, comenzó a vociferar que por ahí andaba un ratero, razón por la que varios señores esgrimieron palos, escobas y, en fin, muchas cosas ofensivas para que cuando el caco llegara al patio no se fuese sin sus buenos golpes. Algunas mujeres, desde arriba, le arrojaron tremendos cubetazos de agua fría, por lo que nuestro personaje de pronto se encontró todo mojado, colgando como un cangrejo y gritando que ya no lo atacaran, que lo dejaran en paz, que se podía enfermar, que tenía mucho frío, etcétera. Un hombre grande, de espaldas anchas, brazos musculosos y aspecto sensacional, vecino del tercer piso, que parecía estar verdaderamente furioso, de buenas a primeras se lo descontó en cuanto lo bajó del alambre: le metió un caballazo, varias patadas voladoras, cuatro azotones y una llave Wilson. "Uno... dos... tres... cuatro..." Finalmente acabó con la Tapatía y lo sacó de rana. El Santa Claus hecho en casa apenas si resollaba. Al bajar, todos se dieron cuenta de que aquel vecino, aunque harto pícaro, mosca muerta y mátalas callando, era en realidad un hombre honrado y de ninguna manera un delincuente.

De modo que aquel mojado Santa Claus que sonreía forzado moviendo sólo el labio superior y que hablaba con frases entrecortadas empezó a quitarse la empapada ropa, mientras los vecinos poco a poco optaron por recogerse en sus respectivas casas disculpándose con él al emprender la retirada: "Perdón. Perdón, lo sentimos tanto" y se alejaron atacados de risa y asegurando que no habían visto jamás en mucho tiempo nada mejor que aquello. Pero eso sí, los niños del maltratado se quedaron regocijados y orgulloso, pues pensaban que su progenitor era el verdadero Santa Claus... sólo que no quería decírselo a nadie.

"...Perdón. Perdón, lo sentimos tanto."

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