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Amores En Pugna

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

Puede ser que nos hagamos como que no nos duele, pero no hay en el mundo nada más ultrajante para una mujer y que nos deje acalambradas de tanta furia y en el más absoluto desconcierto que ver que nuestra pareja nos está cortando.

Aunque las mujeres sintamos que de allí en adelante viviremos en un mundo patético y como extraviadas en la selva, generalmente cuando nuestra pareja nos está mandando al diablo guardamos compostura y "la más absoluta dignidad".

Como sabemos que los hombres se regodean con la idea de que son ellos los que nos han abandonado y hasta andan presumiendo por ahí con los amigos que ya nos dieron calabazas, nosotras las mujeres procuramos no andarnos lamentando en público y mucho menos delante de ellos. Por el contrario, hacemos como que el tipo que ya no nos quiere nos importa un rábano, e hipócritamente adoptamos la actitud de que, con dejarnos, "nos están haciendo el gran favor".

Para muchas mujeres, perder el amor resulta casi como haber perdido la patria; pero, por más romántica que una sea y aunque nos pongamos tan tristes como un cristal que se quiebra, roto en mil pedazos sobre el asfalto, procuramos salir del trance lo menos destartaladas posible. Por ejemplo, si el desertor es tan viejo como Fausto el de Goethe, procuramos pasearnos con uno muy guapo y que sea mucho más joven que él (y hasta que nosotras) con tal de infundirle celos y demostrarle que su amor nos está importando un pepino. Y si es pobre, procuramos exhibirnos con un tipo que tenga un carro muy bonito --aunque el tipo no nos guste-- y pasar cerca de donde se encuentra el hombre que nos ha abandonado.

Hay mujeres que, aunque sientan que están a punto de pescar un cáncer por la sorpresa del abandono, se hacen como que nada les duele. Y a pesar de que en el fondo quisieran retener al ser amado e incluso hasta sujetarlo del saco, dejan sin embargo, ver en su cara una falsa expresión de alivio cuando la pareja las manda al cuerno: "Gracias a Dios que te fuiste, de la que me estás librando", se atreven a comentarle.

...se hacen como que nada les duele

Y de veras, aunque se nos retuerzan las tripas de angustia, si un hombre nos dice que no está bien con nosotras, o bien que ya no nos quiere, ¡qué se vaya! No lo vamos a detener.

Yo sé que mi amiga Chayo me va a matar cuando sepa que ando contando su vida, pero la acción que hace algunos años desplegó con uno de sus enamorados, me parece digna de publicarse. Pues resulta que Chayo durante meses anduvo noviando con un tipo al que cuando conoció le pareció tan zopenco y tan sin chiste, que llegó a hacérselo notar. Por lo mismo, el tipo aquel comenzó a considerarla un reto y empezó a corretearla por todos lados (hay hombres que, cuando una mujer los conoce y se dan cuenta de que la doncella los encuentra exageradamente comunes y corrientes, se sienten bastante humillados). El tipo, de tanto que la anduvo persiguiendo, ya la traía asoleada, y aunque ella, al principio, se sintió molesta, poco a poco se fue acostumbrando mucho a él. "Qué bonita eres, Chayito", le decía el galán con voz melódica, "ninguna tan inteligente como tú". El hombre se afanaba por quedar bien. Hasta que Chayo, a quien con tanto halago le subía y le bajaba la temperatura, terminó declarando categórica: "Soy tan feliz, me juzgo tan dichosa, que creo que ahora sí encontré al amor de mi vida". Cuando Chayo comenzó a noviar con el tipo de marras, todas sus amigas nos quedamos soprendidísimas: "¿Cómo puede Chayo soportar a un hombre con cara de lagartija, al que le huele tan feo la boca?, nos preguntábamos. Y sin embargo, Chayo lo encontraba delicioso. No obstante, sucedió que, cuando Chayo estaba en lo más emocionante de la relación de amor, el hombre, ya por hacerle un desaire o por motivos que obviamente son difíciles de dilucidar, le llamó un día por teléfono para decirle que "ahí moría todo porque ya no la quería y que, por lo mismo, no podía permitirse el lujo de seguir con ella". Aunque a Chayo la invadió la tristeza --porque pensó que como no la había hecho con ese hombre ya no la haría con nadie--, procurando salvar el decoro, argumentó que a ella no le gustaba que la cortaran por teléfono, que mejor era que las cosas se dijeran en persona. Tal vez en ese instante Chayo ya se estaba preparando para la venganza. Ya frente a frente, el sujeto le dijo con cinismo que se aburría como loco con ella, a lo que Chayo replicó que era ella la que ya estaba hasta el moño de sus tontas pláticas, y de sus desplantes de chiquillo consentido, pero que no sabía cómo decírselo sin herirlo, pues tenía terror que un hombre con tan poca fuerza interior fuese a sentir magullado (por supuesto, estas eran puras mentiras; Chayo durante muchos meses había andado declarando públicamente que su amor era la criatura más inteligente del mundo.) Poco a poco Chayo, ya con ganas de fastidiarlo de veras, empezó a hacer cosas que a él, mientras fueron novios, le hacían pegar corajes; por ejemplo, a él le chocaba que Chayo trajese la falda corta, y entonces ella se la puso ahora dos centímetros abajo de los calzones. A él le fascinaba el cabello largo de Chayo y ella se lo cortó; él odiaba verla con el pelo rubio, y Chayo se lo pintó de azul. Todo esto con tal de darle en la torre. A la semana del último encuentro, a Chayo se le ocurrió acudir fantásticamente bien arreglada a una discotheque donde sabía que el hombre que le había reventado el ego acudía nada más con sus amigos. Chayo procuró mostrarse delante del tipo acompañada de un muchacho al que su exnovio no conocía --y creo que ni ella tampoco--; además, bailó con dos que tres jóvenes distintos que ni caso le hacían, pero que ayudaban a fastidiar al tipo que la había hecho sentir basura. Así se la pasó Chayo, entre coqueteos y carcajadas, hasta que cerraron el lugar. Por supuesto, al principio cuando entró y vio al hombre al que amaba pero que la había humillado, lo había saludado como si tal cosa. Y él cuando se dio cuenta que ella había entrado, primero hizo como que no la vio; pero cuando la encontró tan despampanante y paseándose con medio mundo, pensó que así como ella estaba jugando con otros también lo había estado haciendo con él, y quiso hablarle. Ante sus intenciones, mi amiga Chayo, levantando mucho las narices, le dio a entender que estaba muy ocupada y que no tenía tiempo, que quizá otro día, si es que acaso ambos llegaban a coincidir, cuando el destino lo quisiera. El tipo se puso verde de celos, pero también rojo de rabia porque varios de sus amigos, cuando vieron a Chayo tan arrebatada con otros, le empezaron a hacer burla a él: "¿Pues no que la traías muerta?", le decían al hombre. Afortunadamente para Chayo, a ella no se le ocurrió presentar como novios a ninguno de los sujetos con los que anduvo bailando, porque si no, cuando a él se le ocurrió investigar la clase de relación que tenía con cada uno de ellos, quemadota que se hubiera puesto al descubrir éste que todo era mentira. Lo único que Chayo quería era darle picones y reconquistar su amor. Pero quién sabe si el exgalán se haya enterado de algo porque, según supe después, la anduvo vigilando, quién sabe por cuanto tiempo, y cuando lograba abordarla solía preguntarle: "¿Y qué pasó con el negro?" Ante lo cual Chayo no sabía ni dónde esconderse.

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