Inicio



Menjurjes y Otras Tlapalerías

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

"All that glitters is not gold" (no todo lo que brilla es oro), Así lo decía Shakespeare (aunque en realidad es un refrán de dominio público en todas partes) y, si no, hay que ver a esas bellezas que por las noches se ponen frente al espejo para arrancarse las costras de maquillaje.

Porque no queremos que se nos vea la cara de hombre, desde tiempos inmemoriales las mujeres hemos aprendido, de generación en generación y por tradición oral, el arte de adornarnos la cara. Mientras más ducha se es en el manejo del bilé‚ y el rímel, contamos con mayores oportunidades de casarnos con un político, digo, con un buen hombre. Un truco de maquillaje puede transformar a la bruja del cuento en una conejita de Play boy magazine.

...de generación en generación...

Un buen mezclado compuesto facial puede cambiar a voluntad el aspecto sano o enfermizo de una dama: "Es colorada y sanota", dicen algunos que no saben que una muchacha ha exagerado las chapas que se dibujó con colorete. También, en tiempos del Romanticismo, cuando estaba de moda morirse de tuberculosis, había señoritas que se ponían sombra verde bajo los ojos para parecer un poquito tuberculosas. Mi abuela decía que para conservar joven el cutis, aconsejable resulta untarse mermelada de ciruelas verdes: "Te la dejas toda la noche y te queda la piel lisita, lisita; nomás no hagas dengues porque si no el resultado es contrario."

Hay hombres que cuando besan a una mujer que carga demasiados afeites ponen cara de asco y protestan alegando que preferirían que las mujeres fuesen más naturales. Se nota que estos varones no saben ni lo que están diciendo: si a las mujeres nos vieran sin maquillaje, la especie humana se extinguiría.

Para muchas mujeres, maquillarse la cara resulta su orgullo y su razón de ser: "Me maquillo, luego existo". Sin embargo, hay unas que de tan pintadas causan problemas de tránsito: el exceso de sombra en los párpados y el mucho rubor en las mejillas puede ocasionar que un conductor de autobús nos confunda con un semáforo y provocar, así, un grave problema vial.

Si un hombre quiere hacer renegar a su mujer, basta con que le esconda el champú y el estuche de los cosméticos; como efecto de la represalia, al regresar el marido del trabajo puede encontrar una nube en forma de hongo en el lugar en que alguna vez estuvo su casa.

Las mujeres griegas todavía son de las más bellas del mundo, pero algunas de tanta sombra oscura que se untan parecen como tiznadas o como auténticas hijas de Drácula:

- Hoy te maquillaste como griega. - ¿Cómo briaga? - Bueno, como griega briaga.

A la hora de hermosear nuestro rostro, las mujeres podemos inspirarnos en corrientes clásicas de las artes universales; agarrar, por ejemplo, un pincel para recargar mucho el maquillaje y dejar nuestra cara tan decorada como un pequeño altarcito de iglesia barroca; o usar en la cabeza tantas diademas y en la cara tantos afeites extravagantes que cuando la gente nos vea experimente la sensación de que tiene frente a sus ojos ni más ni menos que al propio Calendario Azteca. Hay quienes tienen tanta experiencia en el uso del lápiz y el crayón que no necesitan ponerse frente al espejo para pintarse la cara: se maquillan en Braille; quedan guapísimas, con un rostro mucho más hermoso que la Venus de Botticelli; pero hay otras, las que no han perfeccionado la técnica, que quedan hechas unas verdaderas pinturas cubistas.

Algunas féminas a la hora de arreglarse son bastante discretas, y cuando sienten que el maquillaje ha comenzado ya a atrofiarse, se esconden bajo la mesa, y así, como quien no quiere la cosa, sacan su lápiz de labios y empiezan a iluminarse la boca; pero hay otras a las que cualquier lugar puede resultarles un salón de belleza, y se quitan los tubos y se embarran la tlapalería en cualquier vagón del Metro y a la vista de todo mundo.

Para que los hombres no sientan que están besando a su mejor amigo, las mujeres nos quemamos la trompa para quitarnos con cera el bigote (a m¡ ya me quedó un lunar); nos depilamos las cejas de azotador para dejarlas afiladitas; a cada rato nos pintamos los cachetes y nos encendemos los labios hasta dejarlos ardientemente sensuales; nos ponemos brillantes en los dientes o escribimos con gestos en nuestra boca la frase te amo; masticamos chicles de clorofila para que no se note que nos gusta el ajo; etc., etc., etc. Todo para que al final, cuando creemos que nuestra labor de arreglo ha terminado y nos sentimos hechas con el material de los sueños de tan bellas, aparezca el hombre al que amamos quien nos dice: "Yo no sé por qué te tardas tanto, de todos modos te ves igual".

Yo no sé por qué te tardas tanto, de todos modos te ves igual

Separator Bar





Regresar al IndiceSiguiente

Separator Bar