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Ir A Las Luchas

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

Simples en su vestir, simples incluso en sus modales, los luchadores de hace algunas décadas escalaban el encordonado de la arena ataviados, únicamente, con trusa y zapatillas; "técnicos" y "rudos" se presentaban tal y como eran: sin embadurnarse o llenarse la cara de afeites. En aquellos días en que los luchadores eran luchadores, también los niños eran luchadores, incluso todo México estaba convertido en un coliseo de lucha libre. Entonces mi hermano vivía su infancia y todas los sábados se levantaba temprano, buscaba al vecino de abajo y juntos practicaban un rato de lucha libre para, posteriormente, lanzarse a la calle en busca de un cine de barrio en donde las matinés siempre presentaban varias películas de El Enmascarado de Plata. "Si no llego a presidente de este país, ser‚ luchador", decía mi hermano.

Podían ser hábiles o inhábiles, pero, de cualquier forma, los gladiadores de antaño volvían loca a la afición. En los tiempos actuales los luchadores también enloquecen a las multitudes, y aunque decidieron seguir los pasos de los atletas de tiempos pasados, le ponen más fantasía a su espectáculo: disfrazados como personajes de historietas, los atletas de la arena logran, cuando uno los ve, hacer sentir al espectador como que est asistiendo a un baile de máscaras.

En esta vida mía desprovista de razón, me entusiasma la idea de ir a las luchas; se lo comento a Jaime, un hombre que me gusta tanto como Konan o El Vampiro Canadiense o El Perro Aguayo (un verdadero Triple A). Lleno de prejuicios y usando el tono m s displicente, Jaime comenta con las narices muy respingadas que a él le resulta intolerable el espectáculo de la lucha libre. Hincada en el pavimento, logro convencerlo de que vayamos.

"­Lucharaaán a ganar dos de tres caídas, sin límite de tieeempooo...!"

Muchacho pobre de anchos hombros y cabeza dura al que se le veía muy poco en la escuela, se dice que El Vampiro Canadiense bien pudo haber hecho fortuna como modelo publicitario o como artista de televisión. Chico pleitista y poco acreditado en cuanto a fama, a quien sus padres castigaban injustamente, El Vampiro vivió una infancia alocada en la que no podía adoptar la sensatez. Siempre con las cejas fruncidas y las vampirescas alas llenas de moretones, es muy posible que El Vampiro, mirando el tormentoso panorama familiar en que se desenvolvía, se sintiera solo. Buscándole laboriosamente un sentido a su existencia, alguien le aconsejó que le sacara partido al pleito y que hiciera de éste un vistoso espectáculo: una forma de vida. Aquel consejo bien pudo haberle parecido extraño al Vampiro Canadiense, pero tal vez era la oportunidad que la vida le mostraba; se trataba de ahora o nunca. A últimas fechas, con todo el dinero que El Vampiro ha ganado, piensa comprarse un castillo en Escocia y a las muchachas les habla empleando un tono muy delicado y respetuoso.

Olvidándose de que son niños, los infantes ya no quieren treparse a los árboles; ahora pretenden ser Black Magic o Máscara Sagrada. Una niña, Lupita Copalcua, formula pronósticos fatales. Con cara de travesura, Lupita se ha ido a las luchas y su familia no se ha dado cuenta. Desmedidas son sus esperanzas de que Atlantis le dé un autógrafo; esto es muy noble, pero, también, muy audaz. Como Lupita no hace ruido, sus padres no saben dónde se encuentra. Brota en su alma el arrepentimiento: "Todavía no he hecho mi tarea", reflexiona, y ya no se siente dichosa.

"¡Las malas! ¡Las malas! ¡Las maaaalaaas!"

El sino de Martha Villalobos era ser luchadora, sobre todo desde que su cuerpo quedó desfigurado por el exceso de grasa y asustaba a todos los hombres a quienes consideraba candidatos para un romance. Durante su infancia había sido una chica taciturna, pero cuando cumplió 15 años y se dio cuenta que no era bonita, comenzó a mostrarse agresiva y bravucona; fue entonces cuando su madre, quien dormía con los ojos abiertos, se hizo la pregunta errónea de si casaba a la hija o mejor la metía de luchadora. Martha Villalobos es una mujer muy brava, aunque su contrincante también tiene cara de león; ambas se tratan con dureza, parece un pleito de verduleras: se golpean como si cada una agarrara un jitomate o una ciruela y se lo embarrara en el rostro a la contraria. Martha Villalobos ya est en la lona, su cuello de paquidermo est siendo maltratado por la manota inmensa de su enemiga, quien ya le ha encajado las uñas: Martha llora, maldice, clama a gritos el nombre de su madre. Ante tan soez provocación, sus compañeras "malditas", quienes parecen haber salido de un rincón lleno de telarañas, la apoyan, est n en la cumbre del enojo, le echan montón a la contrincante, y comienzan a pisotear a la luchadora "técnica", como si fuesen una manada de elefantes.

Aparecen los "rudos" con el ceño arrugado, impasibles, con sus rostros perversos; sólo de mirarlos intimidan; tienen fama de fríos e infernales, y hasta hay quien supone que también golpean a sus mujeres. Es una hora histórica; anhelo verlos entrar en combate. Arrogantes caballeros: "rudos" y "técnicos" sin prejuicios se jalan los cabellos, o se lanzan patadas; hace tiempo que andan a la greña y se presentan para regocijo de todos. Una mujer del público retuerce entre sus manos nerviosas un pañuelo; la gente grita su odio y su desprecio.

Nacido en Nochistlán, un pueblo de Zacatecas, El Perro Aguayo vivía una vida no injusta, pero sí hostil, ante la cual siempre se estaba rebelando. Su mujer, como una verdadera maga, procuraba la felicidad de su hogar con sólo cinco pesos de gasto, y cuando El Perro (un hombre honrado, pero pobre) llegaba a su casa haciendo la pregunta ridícula de: "¿Qué hay de comer?", la respuesta siempre fue: "Espinacas". En aquellos días, El Perro Aguayo llevaba una vida de perro auténtico, y para no ladrar de hambre empezó a confiar en los milagros. Como la fe es la madre de todos los triunfos, se tituló de luchador. Pedro Aguayo Damián --quien por un error de impresión del programa de luchas que lo anunciaba quedó como Perro en vez de Pedro- por un tiempo perteneció al bando de los "rudos", pero como es una de esas personas a las que les disgusta odiar a los demás, se convirtió después en luchador "técnico". La fama de El Perro Aguayo ha traspasado fronteras, y hasta hay quien ha pensado cambiarle el primoroso nombre a su cantina y ponerle Las Glorias del Perro Aguayo.

Nota final: en caso de que El Perro Aguayo o El Vampiro Canadiense me quieran hacer alguna aclaración, me encuentro, por supuesto, a sus órdenes.

...las matinés siempre presentaban varias películas de El Enmascarado de Plata

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