Inicio



Amigas de Infancia

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

La amistad es un sentimiento natural y quizás mucho más auténtico que el que se profesa por los familiares. A nuestra familia tenemos la obligación de amarla, a nuestras amigas las queremos espontáneamente. Sin las amigas la vida resultaría llena de soledad y el mundo verdaderamente sombrío. Para los niños es muy sencillo relacionarse: se conocen en cualquier lugar, se identifican, se abrazan y al rato ya son grandes cuates: "Mira, mamá él es mi amigo", dicen los niños cuando presentan a su nuevo camarada. Y si la mamá pregunta "¿cómo se llama tu amigo?" El chiquito sólo contesta moviendo negativamente la cabeza y levantando los hombros. Así son los niños, muy fáciles para establecer la amistad.

La que fue mi mejor amiga en la infancia y luego en la adolescencia, se llamaba Bety y vivía cerca de mi casa. Bety era inteligente, emotiva; sabía llorar cuando el momento lo requería y era, además, un año mayor que yo y en ese entonces se enorgullecía de serlo, pues por ah¡ supe que ahora anda contando que yo soy la más grande de las dos y ella la chiquita.

Cuando niñas, Bety y yo amábamos a James Bond y soñábamos con ser espías de guerra para ir en pos de aventuras extrañas por países exóticos. Paseábamos por el parque en bicicleta o jugábamos a que éramos damas chinas (nos jalábamos los ojos con diurex). Pero lo que nos fascinaba era ver películas musicales y, subsiguientemente, imitar a las actrices y bailarinas. Al principio no teníamos público y por eso Bety y yo sólo nos disfrazábamos y bailábamos ritmos acompasados sin más; pero cuando nuestras respectivas madres fueron las espectadoras, ya pusimos nuestro escenario con todo y telón. A mi madre y a la de Bety, naturalmente, les divertían mucho nuestras dotes histriónicas. Y aunque como actrices resultábamos bastante mediocres, nuestras mamás consideraron que éramos encantadoras hasta la exasperación y cada que había una fiesta nos obligaban a armar un show. Esto sucedió muchas veces hasta que nuestras propias progenitoras cambiaron la cara de risa por la de disgusto cuando se dieron cuenta de que empezamos a estropear los utensilios con los que ellas se embellecían: yo descompuse algunos cierres de vestidos, Bety le tiró los tacones al mejor par de zapatillas de su mamá y las pelucas de ambas empezaron a quedarse calvas. Verdaderamente disgustadas nuestras madres acabaron prohibiéndonos actuar y frustrando as¡ nuestro destino de actrices.

Y como entonces pensábamos que los cigarros eran propios de mujeres románticas y misteriosas, Bety fue culpable de que yo tenga ahora el cochino vicio de fumar. Aunque automáticamente nos estaba prohibido tocar el cigarro, por no dejar pedí permiso: "No me importa si a Bety su mamá no la regaña porque fuma o se depila las cejas, pero a ti ni se te ocurra", me había advertido mi madre. "¿Y si fumo qué me pasa?" Pregunté, a lo cual ella respondió: "No sé lo que a ti te pase, pero sí sé lo que yo te haría", me dijo.

Entonces, mi amiga tenía once años y yo diez; y me sentía con la obligación de seguir a Bety en todas sus locuras y como nunca quedó determinado el castigo que recibiría por fumar, Bety y yo decidimos ir a comprar una cajetilla de Raleigh. En un momento en que mis papás tuvieron que ir al Centro a comprar cosas para la casa, y los de Bety quién sabe a dónde se habían marchado, mi amiga y yo nos sentimos dichosas: era seguro que ellos se tardarían lo suficiente como para darnos tiempo de pintarnos los labios y fumarnos un cigarrito.

Como Bety decía que desde tiempos de la Revolución es honor de esta tierra el criar mujeres rebeldes, aunque avisamos en nuestras casas que iríamos a jugar pelota en realidad nos fuimos directo a la tienda a comprar cigarros. Había llegado le grand moment. Ya en la calle, Bety y yo comenzamos a fumar solemnemente el primer cigarrito y cuando estábamos a punto de terminar con el segundo una viejita empezó a regañarnos; pero Beatriz, con toda su elocuencia, la persuadió de que teníamos permiso de nuestros padres y de que no había por qué preocuparse ya que fumábamos desde que teníamos seis años y aún así nos encontrábamos rebosantes de vida. Mi amiga y yo nos sentíamos encantadas haciendo rueditas de humo, cuando vamos viendo pasar a mi mamá mucho tiempo antes del que lo que yo había planeado. Calculando que si la autora de mis días me encontraba con los ojos pintados y con un tabaco en la boca me cachetearía en plena calle, lo único que se me ocurrió fue tragarme el cigarrote encendido. De nada sirvió porque con sólo una mirada mi madre vio lo que tenía que ver. Y aunque se molestó de momento, sólo me dio un golpe en las asentaderas y me metió a la casa. Después me di cuenta que se la pasó contando a toda la familia aquella aventura con el cigarro. Por mi parte yo me la había pasado terrible porque me quemé la lengua y la garganta y no pude ingerir alimentos durante varios días, además de que me quedé afónica quién sabe por cuanto tiempo. Aquella vez juré y volví a jurar que no fumaría hasta que tuviera edad y no necesitara esconderme de nadie.

Bety bailaba maravillosamente y, aunque yo nunca lo he hecho muy bien, como teníamos fama de ser muy divertidas nuestras compañeras de escuela --aunque sus madres nos consideraran la peste-- siempre nos invitaban a sus fiestas de cumpleaños.

Algunas veces Beatriz y yo nos llegamos a pelear, pero como éramos muy buenas amigas, siempre hacíamos las paces. Después cuando ya fuimos más grandes nos divertimos mucho mejor: los fines de semana salíamos juntas con muchachos a tomar café o a pasear con ellos en moto o cuando menos íbamos al cine o a centros comerciales a ver ropa y zapatos.

Pero si para un niño es muy fácil tener una amistad, para la gente grande ya no resulta tan sencillo; entonces Bety y yo terminamos separándonos: ella estudió biología y yo letras; y como a uno de los novios de Bety --mucho mayor que ella pero al que llegó a considerar "el amor de su vida"-- yo le caía muy gorda, decidió que para su amadísima novia yo era una influencia pésima, Bety y yo terminamos alejándonos una de la otra. Y me duele mucho, porque pienso que una amiga así se debe de conservar siempre.

nos sentíamos encantadas haciendo rueditas de humo
"...nos sentíamos encantadas haciendo rueditas de humo."

Separator Bar





Regresar al IndiceSiguiente

Separator Bar