Como Lola era bonita, 
no dudo que alguno de esos hombres 
que la pretendieron haya sentido 
por ella un gran amor...



Lola Y Su Media Naranja

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

Ahorrar es cosa sana, una manera de control interior, una forma de autodominio (y conste que este no es el anuncio de un banco): la gente que ahorra es capaz de ponerse a dieta, de alejarse de un vicio o de dejar un amor infausto que, por otra parte, también es una especie de adicción. Sin embargo, a pesar de ser el ahorro algo tan positivo, también existe su contraparte que es la de ser tacaño. Un tacaño es muy probable que hasta sufra de problemas de estreñimiento, lo diga el psicoanalista o no.

Mi mamá tiene una prima, Lolita, que por una temporada, al menos, era exactamente lo que se dice una ardillita ahorrativa. Pasaba mucho tiempo pensando en el dinero y en cómo guardar más y más; y as¡ fue como se hizo de una casota en una colonia de lujo, cuatro condominios, tres terrenotes y varios carros (en tiempos en los que, por supuesto, se podía ahorrar porque no eran de crisis). Quién sabe por qué, pero se sentía superior a esa gente extravagante que por gastarse hasta el último peso, a final de quincena se andaba tronando los dedos y tenía mucho menos que ella.

Lola era guapetona, pero se quedó soltera; llevaba una vida solitaria y a veces se le veía alicaída; sin embargo, cuando se deprimía mucho o estaba a punto de hacerlo, le bastaba con ver su cuenta bancaria para sentirse nuevamente bienaventurada. Ahorraba, ahorraba y no paraba de ahorrar, según ella porque le tenía pánico a quedarse sola para siempre y no hallar cómo sostener su vejez. Cavilando, manejando tan tristes pensamientos, se le arrasaban los ojos de lágrimas y prorrumpía en gemidos y ayes. Y aunque encontraba un gran placer en vivir bien y comer en restaurantes elegantes, su felicidad siempre se evaporaba a la hora de pagar la cuenta.

Lolita tenía su closet lleno de ropa que había heredado de sus hermanas, más bien, que le daban sus hermanas porque ellas ya no querían usarla; la que compraba a medio precio en tiendas de baratillo la consideraba tan fina que sólo se la ponía en las grandes ocasiones. Dolores caminaba y caminaba de tienda en tienda y de mercado en mercado, deteniéndose a trechos para agarrar aire, porque comparando precios podía ahorrarse unos centavos en la comida.

Aunque ganaba más que mucha gente --y hasta presumía--, Lola aseguraba nunca cargar consigo más que lo del camión y, por lo mismo, los demás siempre tenían que andarla invitando o pagar lo que a ella le correspondía. Si alguna vez convidó a alguien a tomar un café o a tomar una nieve, ponía cara como de que la estaban estafando.

Pero si mi tía pecaba de tacaña, a la hora de andar noviando se ponía pretenciosa: a todos sus enamorados les exigía le demostraran su cariño invitándola a restaurantes bien caros: comía que parecía haber ayunado durante semanas. Y mientras estimulaba sus papilas gustativas con exquisitos platillos finos, se hacía la muy conocedora de vinos y coñacs franceses, y haciendo muecas como de clown, le daba por catar varios, siempre los más caros de la carta. Como Lola era bonita, no dudo que alguno de esos hombres que la pretendieron haya sentido por ella un gran amor y hasta que pensase que había encontrado a la mujer de su vida; pero nada más de verla cómo comía, los ensueños y ambiciones de sus pretendientes se convertían en un terrible desencanto y se retiraban prudentemente. Con toda seguridad pensaban que "a la mujer ni todo el amor ni todo el dinero". Y así, sus relaciones amorosas terminaron apenas comenzaron.

Pero en unas vacaciones de verano sí se encontró con su media naranja... bueno, casi. Manuel, un hombre muy guapo y alto, al que le circundaba una delgada barba por la cara. Un tipo muy bien plantado, pero gorrón (combinación que, a la larga, resulta verdaderamente explosiva al decir de los que saben). Mismo al que Dolores llegó a considerar el amor de su vida, y como, según él, estaba pasando por una mala racha económica, Lola tenía que andarlo invitando, esto es pagar las cuentas. En aquella época yo era una niña de 10 años, pero a pesar de mi corta edad bien pude percibir que con aquel galán a mi tía se le habían ido las patas (bueno, esto de "patas" no deja de ser una metáfora).

Como Manuel siempre andaba sin dinero, pero se excedía en atenciones --hablaba con una voz muy marrullera hasta el grado de hacerse el necesario para todo--, Lola no sentía remordimiento alguno para, con sus largas y huesudas manos abrir el monedero y pagar siempre. Y como en aquella época el amor la hacía una mujer muy despilfarradora, lo invitó una vez al cine. Mi tía era una solterita "muy conservadora", y para no verse mal, hizo lujo de derroche (un verdadero lujo) y me invitó también a mí para que le sirviera de chaperona. En esos momentos, dándose cuenta Manuel que mi tía estaba invirtiendo en él su juventud, su dinero y su vida, tomó una actitud de galán aprovechado y, sin mostrar la menor compasión, se puso exigente y tras un ligero fruncimiento de boca empezó a quejarse: "¿Al cine? El cine no me apetece; mejor regresa a esta niña a su casa y vámonos a cenar a un lugar acogedor". Pero Lola, a pesar de encontrarse enamorada y con la mente muy confundida, la frase "gastar dinero" era la peor que podía encontrar en lengua española, al Manuel aquel no le quedó más que resignarse.

Aquella vez mi tía tuvo que pagar la entrada propia, la de Manuel, la mía, las palomitas de todos y unos pistaches que Manuel se comió solo; pero a pesar de toda aquella inversión, cuando dio inicio El Satánico Dr. No, de Sean Connery, el agente 007, Manuel comenzó con un rosario de quejas: "Qué pésima cinta, qué mala actuación, qué..." Y total que no veía la película ni la dejaba ver. Yo sentía que aquel gorrón nos chupaba la sangre a mi tía y a mí; pero me comporté prudente y no dije ni pío, sólo hasta que comentó que Sean Connery antes de ser actor había sido camionero; entonces no me aguanté‚ y le metí una patada.

Ya después, cuando acabó la película y Manuel quedó exhausto de agobiarnos, el muy cretino le preguntó a Lola cuándo sería la próxima vez que se verían; y ahí fue cuando mi tía, bastante fas-tidiada, le respondió: "Mira, Manuel, no soy tu banco ni tu caja de ahorros: es mejor que dejes de contar conmigo", y lo abandonó en plena vía pública. Manuel puso cara de "pero si la estábamos pasando muy bien, muñeca"; sin embargo, afortunadamente se fue por su lado; aunque pasado aquel incidente, tal vez pensando que mi tía tenía dinero (y no andaba tan equivocado), la siguió buscando para, por lo menos, comer bien a sus costillas. Y aunque a Lola por mucho tiempo le siguió gustando Manuel --de tanto que lo extrañaba ponía cara de funeral de quinta categoría--, nada más de acordarse de todo lo que había gastado cada que su exnovio la llamaba le colgaba el teléfono irremediablemente; así hasta que desapareció completamente de su vida.

Rosa Carmen Angeles

Separator Bar





Regresar al IndiceSiguiente

Separator Bar