Juan José Arreola,
antes de ser reconocida su literatura, 
era obrero de una imprenta, 
luego andaba de merolico en los mercados...



¿Necesita Alguien Un Escritor?

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

La vocación de las letras es una de las que proporcionan grandes satisfacciones al ego, pero resulta ser, también, uno de los oficios que hace que muchos escritores siempre se anden quejando de hambre. Así como si fuésemos a tomar la decisión de quitarnos la vida, cuando los que integramos la clase desposeída damos a conocer que hemos dejado de ser escritores amateurs para convertirnos en profesionales de las bellas o de las raspas letras, nuestros padres actúan como si les tronaran en las orejas un cohete, se angustian y finalmente consideran que así queda demostrada la locura de sus hijos que ellos habían pronosticado desde hacía mucho tiempo.

En el desempeño de esta vocación, con los labios resecos y la ropa llena de agujeros, cuando ya es demasiado tarde porque estamos enviciadísimos con el mundo de la literatura (y de este vicio ya no hay ni quien nos saque), es entonces cuando entendemos los juicios realistas de nuestros familiares con los que trataban de persuadirnos de que mejor estudiáramos la carrera de contador público y no la de letras: "¿Yo un cuentacajas? ¡Never!" (Tal vez si hubiese estudiado contabilidad en mi familia habría reinado la alegría.) Procurando una solución al desparpajo de nuestras vidas, y a fin de equilibrar las parcas entradas económicas que percibimos, empezamos a hacer combinaciones: damos clases de gramática y hacemos corrección de estilo, al mismo tiempo que escribimos artículos en un periódico (o sea, yo); a los que muy bien les va, haciendo publicidad. Juan José Arreola, antes de ser reconocida su literatura, era obrero de una imprenta, luego andaba de merolico en los mercados... y, en fin, tuvo que hacer maroma y teatro con tal de sobrevivir.

En esta época en que tanto se ha hablado acerca de las becas a los artistas, hay que recordar que el escritor, a fin de comer todos los días, siempre se ha apoyado en el régimen que esté vigente. La monarquía, por ejemplo, siempre protegió a sus escritores: Quevedo todo el tiempo se la pasaba pidiendo chambas y la aristocracia de la época se las concedía; chambas que se vinieron abajo un día en que al artista se le ocurrió hacerle una broma pesada a un monarca con unas octavillas. El mismo Cervantes, para escribir, procuraba la protección económica de la corte. Entre otras anécdotas, hay que recordar que Cervantes se pasó como dos años víctima de la excomunión de un cura de pueblo. Resulta que Cervantes andaba recaudando fondos para costear la guerra de España contra Inglaterra y el cura, quien tal vez no tenía mucho aprecio por los literatos, creyó que lo de la recaudación era cosa de Cervantes y decidió excomulgarlo; después, cuando se investigó, a Cervantes la Iglesia decidió volver a recogerlo en su seno.

"Mira, fui poeta por deformación; yo estaba a varios kilómetros de serlo, pues debí haber sido albañil; pero cuando el maistro me citó para empezar con la labor, ese día llovió, por eso no hubo trabajo", me contaba uno de los poetas más grandes que ha escrito en nuestra lengua.

La protección del sistema republicano ya no fue tan benévola con los artistas como sucedía durante la monarquía y luego durante el socialismo (de veras, ¿y qué estarán haciendo ahora los artistas que estaban protegidos por el Estado en la Unión Soviética?). En este país que cada vez se llena más de manchas de aceite y de manifestaciones de inconformidad, y donde mucha gente apenas y lee los letreros del camión, lo único que funciona en favor de su redención es su literatura. Gracias a la labor de varios literatos mexicanos, en el extranjero este país es muy tomado en cuenta. Y a pesar de ser la literatura de las pocas cosas que camina bien en estas tierras, a los escritores no se les reconoce.

Viéndolo de cercas o a perspectiva, podríamos decir que la vida del poeta está llena de pobrezas y es horrible. Por eso, cuando salen las convocatorias para una beca todo mundo anda luchando por obtenerlas: "Ahí les va una beca, a la una... ahí va una beca... a las dos... ahí les va una beca... pónganse listos, a ver quién la alcanza", y muchos intelectuales, los que generalmente nunca alcanzan nada, arden en cólera y se pelean.

Habiendo tantos motivos para darle trabajo a un escritor, hay cierta gente que trata al artista de la palabra con cierta brizna de antipatía: considera que su interior es una cueva embrujada, o mucha gente lo mira casi casi como si fuera un payaso. "Ni modo, soy un payaso." Si se tomara en cuenta el trabajo de los escritores, muchos poetas escribirían canciones, canciones con letra sencilla tal vez, pero que guardase cierta lógica; así dejaríamos de escuchar en el radio las deplorables canciones de grupos como Los Temerarios, o canciones repugnantes como Saliva, interpretada por la cantante Thalía. (Con actitud bastante despreocupada algunos medios masivos de comunicación le inculcan a su público el gusto por cochinadas.)

La patria, quien siempre quiere el bien para sus hijos, debería de crear nuevos trabajos para escritores. Una forma más de ayudar a un artista sería inventar el empleo de Corrector de Estilo Urbano: o sea, que hubiese un inspector que multara a todos aquellos establecimientos que estuvieran plagados de faltas de ortografía. Entonces habría escritores-inspectores, los cuales, ya bastante ambientados con el trabajo, dirían: "Está bien, estos 20 pesos servirán para que yo haga como que al letrero de su tlapalería no le hace falta el acento."

Rosa Carmen Angeles

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