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Líderes Tenebrosos

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Como en este país todo mundo sabe que entrarle a la política es negocio redondo, cada día surgen nuevos líderes populares que llenan las cales y el Zócalo de manifestaciones. “Un político sin dinero no es más que un triste político”, dicen algunos, y tal vez sea ésta una de las razones por las cuales más líderes se apiñan como moscas sobre la miel. En estos tiempos que nos tocó vivir, quien mueve masas es quien logra el poder; entonces, encontramos así cientos de líderes: el de los tablajeros, el de los panaderos, líderes estudiantiles, el de los voceadores, de los barrenderos, los vecinales, el de los poetas, etcétera.

Para comenzar a ser líder no es necesario estar convencido de que la causa por la cual se lucha es justa; basta encontrar gente necesitada de ayuda y con ganas de creer que quien se proponga liderearlos debe ser le padre del pueblo elegido. Es una realidad evidente que no todos los líderes son iguales, pero eso sí, los que se convierten en nefastos son aquellos que comienzan cuidando mucho su imagen: lucen simpáticos, procuran darle una buena barnizada a toda su vulgaridad, prometen lavarnos del pecado original y hacen la finta como de que luchan con verdadero ardor y éxtasis por causas que sus seguidores ya considerábamos perdidas.

Y cuando el líder ya nos posee o nos domina, cuando ha adquirido todo el poder sobre nosotros y se siente el creador único de todas las criaturas, es cuando empiezan a aparecer todos los signos del anticristo. Es entonces cuando aquella cara simpática que nos infundó una fe incondicional hacia ella se comienza a agriar. Y las sonrisas que antes parecían gentiles ahora se empiezan a tornar siniestras: unas verdaderas déspotas. Líderes a los que solemos ver montados en unos carrotes impresionantes o que por cubrir las apariencias se transportan en vehículos comprados en deshuesaderos, pero que en realidad tienen en el banco su buena lana sacada, por supuesto, de la borregada que se congrega en esas organizaciones de las cuales ellos son los gurús.

Aquí en Tlatelolco, por ejemplo, después del movimiento vecinal del 85, muchos de los líderes que al principio eran dueños únicamente de sus propios departamentos, se dieron cuenta de que la política era un buen negocio y algunos acabaron poseyendo hasta 190 departamentos y 30 locales comerciales.

Moviéndose confiados y sintiendo que su fuerza se encuentra muy por encima de la del resto de los mortales, muchos líderes se convierten cada vez en personas insólitos, los que haciendo gala de dominio lanzan a todo aquel que se deja insolentes desafíos: una pesadilla mortal. Muchos de ellos escenifican la anarquía y amenazan a quien se les ponga en frente, empezando por sus representados si éstos no cruzan el mar Rojo. Líderes que en un momento dado, buscando el modo de hacer acopio de dinero para crear su Paraíso particular, les exigen a sus representados, con riesgo de la calavera de éstos, cometer actos vandálicos asegurándoles que no hay por qué tener miedo ya que las autoridades nada les van a hacer. Y si a algún gendarme se le ocurriesen traspasarle la tapa de los sesos a uno de los suyos, para un líder mucho mejor: esto le dará fuerza a su movimiento. Líderes que prometen y a veces cumplen y otras no, y que sí dan a la gente que representan, esto es sólo atole con el dedo.

Pero veamos la puesta en práctica de uno de esos liderazgo. Era un viernes de marzo, como a las ocho de la noche, cuando un amigo y yo nos dirigíamos a ver a otro amigo mutuo que se encontraba enfermo. Ibamos muy contentos cada quien en nuestra bicicleta, platicando, cuando nos tocó obedecer un alto en Flores Mangón; empezamos entonces a escuchar silbidos y ruidos de botellas que se estrellaban contra el pavimento y luego se oyó que alguien gritaba: “¡A esos! ¡y si no se dejan, métanles sus catorrazos!” Ambos volteamos y vimos un camión lleno de muchachillos liderados por un tipo con cara de canguro –del cual se dice que anda regenteando una preparatoria cercana-, armando un escandaloso alboroto. Algunos de ellos se bajaron y le quitaron la chamarra, a mi amigo; éste al principio no tenía ninguna intención de dárselas, pero por suerte reaccionó y dejó de oponerse. Como yo no traía ni chamarra, ni dinero, ni reloj, ni cadena, ni nada que me pudieran quitar más que la bicicleta (y un cuaderno de poemas, que por lo visto a nadie le han interesado), bicicleta que a todas luces se veía que necesitaba algunas reparaciones pequeñas y otras importantes, los jóvenes hampones decidieron dejarme en paz. Cuando llegamos a la casa del amigo enfermo al que íbamos a visitar, la mamá de éste, al vernos tan descoloridos por el susto, nos dio a comer bolillo. De regreso, al encontrarnos entre Flores Magón y Naranjo, oímos ruidos de fierros y gritos; cuando volteamos, el mismo grupo de mozalbetes acababa de golpear violentamente el carro de una muchacha. La pobre chava, que se encontraba bañada en sangre mientras gritaba que la dejaran en paz decía que veía borroso y agregó enseguida que no veía nada, mientras soltaba unos gritos desgarradores. Al otro día salía yo de viaje y partí asustada, sin saber exactamente a qué era lo que le tenía temor; sin duda recordaba a la muchacha, de la que deseaba con todo mi corazón que sanara pronto. En este artículo traté de poner un happy ending, pero no se me ocurrió ningún final feliz.

Rosa Carmen Ángeles

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