Días De Hospital

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

En mi adolescencia yo conocí a Gonzalo, y desde el primer momento en que lo vi, supe que tenía que ser mi novio. Cuando me lo encontraba en los pasillos de la escuela, me parecía que escuchaba ese tipo de música que solían tocar en la Feria del Hogar. Pero al mismo tiempo estaba casi segura de que no me iba a hacer caso, es decir, que no se iba a fijar en mí a pesar de mi gran belleza y altísima estatura. Así que decidí poner en práctica el siguiente plan: declarármele yo. De modo y manera que en la primera oportunidad que tuve de verlo desde un balcón del colegio donde estudiábamos empecé a gritarle con todas las fuerzas de mis pulmones: "¡Gonzalo, Gonzalo! ¿Quieres ser mi novio?" Todo mundo escuchó mis gritos con mucha claridad, así que a Gonzalo no le quedó más remedio. Sólo que en la primera cita fracasó todo; como a mí no me dejaban salir sola con ningún muchacho, tuve que llevar a Chepina, mi prima, Gonzalo se molestó tanto que ya no quiso volverme a ver.

Hay quien dice que de amor nadie se muere, pero por Gonzalo yo dejé‚ de comer, dejé‚ de dormir, y un día, no sé‚ si también por amor, me tuvieron que internar urgentemente en un hospital. El médico decidió que para no morirme tenía que ser operada.

Cuando me preparaban para la operación, yo imaginaba ser una heroína de novela, tal vez la Dama de las Camelias y, llena de un sentimiento trágico, sufría:” ¿Qué haces, Gonzalo?, ¿en qué lugar discurre tu vida?, ¿por qué no vienes?, ¿acaso ya no me amas?", ¿por qué‚ mejor no fui Raquel Welch?"

Ya en el quirófano me pusieron en la vena un suero viscoso y, para que se me quitara el miedo a la muerte, un médico barbón hacía bromas y me contaba chistes.

Yo no sé‚ si era el amor, pero cuando todo mundo se había preparado ya para meterme tijera, yo comencé‚ a sentir que me faltaba el aire y que no podía respirar: "Siento que me estoy ahogando", le decía yo al médico, mientras que éste diagnosticó que todo era cosa de mis nervios. Cuando uno de los médicos se acercó con la mascarilla de la anestesia y me la colocó en la cara, yo con las manos me la quité. "Pórtate bien y te doy un premio", el médico me trataba como si en vez de apendicitis yo padeciese retraso mental.

Cegada por la asfixiante anestesia comencé a sentir que me ahogaba en un río turbulento, trataba de gritar y no acertaba; buscaba unos matorrales y lo más que encontraba eran las imágenes de una novela de Carlos Fuentes. En el interior de mí pude escuchar el sonido de una patrulla: "Cuidado, ya vienen los nazis." Y, de repente, me encontré‚ estrellándome contra las paredes de un obscuro túnel que me tragaba. En mi desesperación por salvar la vida, en mi cabeza surgió un pensamiento: "¡Barbón criminal!, ¿qué‚ no ve que me estoy muriendo?, ¿o tal vez ya ser‚ ya un alma en pena?" Transcurrieron así varios minutos, o tal vez horas, cuando a intervalos irregulares una tenue luz comenzó a aparecer en mi camino, y volví a escuchar la voz desagradable del médico barbón quien ya se encontraba otra vez diciendo chistes.

Cuando ingresé‚ al hospital yo nunca imaginé tener un recibimiento cariñoso, pero en aquel centro hospitalario había una enfermera flaca que se sentía poseedora de una belleza superlativa, enfermera que, a pesar de que el médico le había comentado que a mí en el quirófano me había sobrevenido un paro respiratorio, cuando veía que me quejaba de mi males me regañaba: "Vamos a ver cuanto tiempo duras armando escándalo". Yo me sentía despostillada, y a esta mujer ya nada más le faltaba meterme un coscorrón para obligarme a callar. Ella creía que yo sólo deseaba llamar la atención. Aquella enfermera a veces resultaba una mujer muy teatral; más de una vez me dio la impresión como de que se iba a poner a recitar.

Si acaso lees esto que escribo, ¡oh Gonzalo! tienes que enterarte que aquellos días de hospital sin ti fueron bastante tristes. Yo en mi cama de enferma veía ese programa de televisión del hombre aquel que se ponía verde y aumentaba de estatura cuando se enojaba y me acordaba de tu amadísima persona por el día en que te pusiste color de aceituna porque te grité, desde el balcón que te quería. Y te recuerdo ahora cuando escucho aquella canción que dice: Amor perdido, si como dicen es cierto que vives dichoso sin mí, etc. etc.

Rosa Carmen Ángeles

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