[imagen de TRINO
Fábulas de Policías Y Ladrones]



El Frustrado Robo Al Banco.

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Ahora que cerca de las casas de todo mundo tiene lugar el asalto cotidiano, recuerdo aquella historia infausta que contaba mi madrina Chata, quien antes de casarse fue una muy diligente cajera y quien se pasó contrariando siempre al destino, así como si quisiera fastidiarlo.

Contando billetes, haciendo cuentas hasta con los dedos y pagando cheques en una ventanilla de banco, un día se encontraba La Chata a punto de perder la cabeza a causa de una división cuando, repentinamente, una mano a todas luces vulgar y decididamente llena de pelos le tendió un cheque con la siguiente leyenda: “Páguese a la orden del Señor San José la suma de siete millones de pesos. Firmado: La Santísima Trinidad” (seguramente era una indemnización por haber cuidado a un hijo que no era suyo).

Cuando mi madrina alzó la mirada, se enfrentó con un revólver Smith and Weson y dos ojos de aspecto vicioso que brillaban amenazadores.

Aunque el corazón de la Chata comenzó a latir al galope, inmediatamente logró darse cuenta de que con el más pequeño temblor interno o cualquier llamado de atención bien pronto el banco comenzaría a oler a sangre. Olvidarse de poner un semblante gentil y amable era correr el riesgo de que aquel sujeto llenara de agujeros todo a su alrededor.

La vacilación de La Chata duró apenas lo que le cuesta a un gato echar un brinco y a un mexicano armar un pleito y, comenzando a moverse con paso seguro en aquella atmósfera de suspenso, con voz atropellada y ligeramente subida de tono, se dirigió a aquel falso ricachón diciéndole estas aladas palabras: “es verdaderamente un honor pagarle al mismísimo padre de Cristo un cheque firmado por la Santísima Trinidad y, sobre todo, un cheque de siete millones de pesos”.

Tal como ella esperaba, uno de los empleados que acertó a pasar junto a ella escuchó aquella frase sin sentido y comprendió inmediatamente la situación, por lo que informó de manera discreta al nunca bien pagado policía de guardia; quien se las arregló para agarrar de sorpresa a aquel peligroso Señor San José.

Una vez vuelta a la normalidad y contenta de haberse deshecho con tanta astucia del frustrado ladrón, a La Chata como parte del shock le sobrevino un desmayo y, aunque luego fue premiada por las autoridades del banco -que incluso hasta le concedieron un aumento de sueldo consistente en unos cuantos pesos más-, durante muchos días le quedó en la boca un aterrorizante sabor a infierno.

No me queda sino admirar a esas pobres cajeras que, por más que trabajan y arriesgan el pellejo, cuántos sufrimientos tienen que pasar para poder ganar un salario miserable cargado de impuestos.

Rosa Carmen Ángeles

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