...el gas se empezó escapar, 
una espantosa flama apareció en la entrada 
y todo se comenzó a incendiar.



Huele A Gas.

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Un reseco domingo de mayo, del que todavía me duele la cabeza nomás de acordarme, me encontraba en casa de mi amiga Marina. Ambas nos habíamos levantado tarde y nos estábamos muriendo de sed porque habíamos ido a una fiesta la noche anterior. Estábamos echando un volado para ver quién iba por los refrescos, cuando, de repente, escuchamos unos ruidos, para ser más exactos, como si alguien estuviese moviendo unos tanque de gas en la vivienda de doña Josefina.

Sin hacer mucho caso, mi amiga y yo continuábamos viendo quién iba por los refrescos, cuando de pronto escuchamos una terrible explosión. Nos espantamos y al mirar por la ventana comenzamos a ver unas impresionantes llamaradas que asomaban por el corredor. Y según supimos posteriormente, un par de ladrones analfabetos que se estaban robando los cilindros del gas de doña Josefina iban fumando, el gas se empezó escapar, una espantosa flama apareció en la entrada y todo se comenzó a incendiar. Qué horrible fue todo aquello, Dios mío, qué horrible.

Según parece, el marido de doña Josefina, al darse cuenta de que su casa se encontraba envuelta en llamas, trató de salvar todo lo que en ella de valor se encontraba, pero como no encontró nada que valiese la pena decidió sólo sacar a sus hijos. Los gritos de su hija Karina ya se escuchaban por toda la vecindad.

Doña Josefina regresaba del mandado y cuando vio su vivienda toda llena de humo, la cara rápidamente se le puso pálida y se le descompuso. Empezó luego a inquirir a gritos por sus hijos, después se soltó a llorar, y para evitar que se privara, una de las vecinas le dio a oler vinagre, mientras que otra le untaba alcohol alcanforado en brazos y piernas. Parecía aquello una escena d la destrucción de Pompeya o del incendio de Roma, versión mexicana, aunque aquello era sólo una modesta vecindad.

Aunque con la cara tiznada, los niños de doña Josefina, gracias a su marido y a la intervención de los vecinos del lugar, -quienes arriesgaron sus propias vidas-, por fortuna lograron salir ilesos de la conflagración, aunque Jonatán, el más pequeño, a había sido alcanzado por las llamas que empezaban a prendérsele en la playerita, misma que le fue arrancada inmediatamente por la mano salvadora de quien lo rescató.

De acuerdo a la reconstrucción de los hechos efectuados por la gente, uno de los rateros, al darse cuenta de que el gas se estaba escapando, le avisó a su compinche, quien trató de arreglar el desperfecto, al que consideró ser algo sin importancia que luego como la presión estaba bien alta y como iban fumando, una chispa saltó tenebrosamente y ya no se pudo evitar el accidente.

Fueron los vecinos los que llamaron inmediatamente a los bomberos. La intervención de los famosos y nobles tragahumo evitó que el fuego se propagara a las viviendas, logrando sofocarlo con mucha dificultad, pues las enormes lenguas de llamas que levantaban varios metros amenazaban con arrasar con las casas vecinas.

Marina y yo nos encontrábamos con problemas para poder salir de la vivienda porque por todos lados había leños ardiendo, de tal manera que tuvimos que esperar ahí un buen rato hasta que aparecieron los bomberos a rescatarnos. Y luego no nos los podíamos quitar de encima; nos invitaban a cenar ya bailar.

La señora Piñón, una de las habitantes, le platicó a Marina que cuando vio que la vivienda se encontraba muy iluminada pensó: “Ya anda otra vez doña Josefina prendiendo velas y haciendo brujerías para que a su marido se le quite lo coscolino”, pero que al poco rato escuchó gritos y notó cómo salían llamas del interior de la casa; entonces se acordó que Josefina le había contado que tenía pensado cocer elotes y pensó que la olla exprés le había explotado, tal vez en la cara, y sintió espanto.

Según dijo doña Josefina, aquellos tanques de gas ya habían empezado a causar problemas, porque días antes los mismos bomberos de ahora tuvieron que acudir a la vecindad a arreglarlos y aunque aseguraron haberlos colocado muy bien y haberlos dejado en perfectas condiciones, dos días después los que pagaron el pato fueron aquellos raterísimos.

Cuando salimos, vimos cómo Adela, la hermana de doña Josefina, estaba echando agua sobre el cuerpo de uno de los rateros en el pasillo de la vecindad. Luego pasó una micro la que, compadeciéndose, los condujo a todos la hospital, allí dijeron que la salud de uno de los raterillos ya iba mejorando, mientas que al otro ya le habían sobrevenido tres paros cardiacos. Con todo y todo, a los dos los velaron el martes. Fue un velorio muy sui géneris, no sé por qué.

Rosa Carmen Ángeles

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