El Chisme 
[ dibujo de Gesqui ]



El Chisme

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Gritos, pendencias y espeluznantes ráfagas de metralleta que casi me hacen desmayar de horror acababa de ver y escuchar un domingo por la noche, a la hora en que regresaba a mi casa y mientras atravesaba por oscuras callejas. Recuerdo que todavía me vibraba el corazón como cuerda de violín, cuando de repente escuché que tocaban a mi puerta. Abrí y ante mis ojos apareció doña Elena, la vecina con cara de caballo de allá arriba, –-quien en ese momento ofrecía un aspecto bastante lamentable-- la que de manera abrupta y lanzando suspiros --casi sollozos-- de pena, me contó fragmentos de una historia en la que estaban involucrados un perro, una traición, doña Tere la de abajo y un hombre que se encontraba en un hospital aturdido por la morfina. Aunque doña Elena estuvo narrando aquella historia cerca de una hora, en la que también decía que a ella la fortuna la favorecía, no pude lograr entender con claridad de qué se trataba. Y para finalizar me lanzó la pregunta de si podía acompañarla a declarar a la delegación. Para no provocar al destino, me hice la loca y no quise articular palabra. Pero todavía estaba en la puerta hablando con doña Elena cuando aparece doña Tere, abriéndose paso a la amenazas, lanzando reclamos, violencias y preguntando de qué lado estaba yo.

Como asenté líneas arriba, todavía no sabía exactamente qué era todo aquello, cuando al rato se acercó un hombre que al parecer era el hermano de doña Tere. Recuerdo que en ese momento doña Elena dio la impresión de haberse vuelto loca y empezó a gritar que tenía pruebas; unas cartas y un retrato que guardaba en un lugar escondido. Mientras, doña Tere, quien a pesar de que había perdido el conocimiento tres veces, seguía viva, cuando abría los ojos parecía estar ciega de rabia y gritaba: “Perdona que te diga que piensas como una estúpida. ¿Unas cartas? ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! ¿Un retrato? ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! ¿Guardados en un lugar escondido? ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!, ¡ja!, ¡ja!, ¡ja!...” Yo seguía sin entender a qué podían referirse. Fue entonces cuando ambas se pusieron a discutir con la señora que viven en el quinto piso, quien había llegado de repente pero parecía más sensata, cuando se escucharon golpes: el marido de la del quinto piso, por motivos inexplicables se sintió poseído por un ataque de rabia y le había lanzado un trancazo a doña Elena, de tal manera que hasta la dejó sentada. Y fue el hermano de la misma Elena, quien, sintiendo que la voz de la sangre le hablaba a gritos, quien se armó de valor e hizo que todo aquello se convirtiera en un atroz remolino. Mientras, a mí la cabeza me daba vueltas: “ ¡El loco! ¡La muerte! ¡El juicio final! ¡Lotería!” (No’mbre, ¿Cómo lotería? ¡Si son los arcanos del Tarot!)

Cuando el marido de doña Tere, un viejo pelón de bigotazos color zanahoria y ojos inflados, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, abrió la puerta y dejó escuchar su voz de bajo: “Por favor, ¿están en su juicio o han perdido esta noche la poca sensatez que les quedaba?” Luego corrió a todo el mundo y a su mujer la metió de las greñas. Apenas se había quedado el edificio en silencio, cuando de repente el hombre e bigotes de morsa se acercó hasta mí y sin que yo pudiera evitarlo me dio un beso. Me dirigí a mi departamento escupiendo, tratando de quitarme el mal sabor que me había dejado aquel beso de morsa abominable.

Al día siguiente irrumpieron en mi casa las cámaras de uno de esos programillas amarillistas de televisión para preguntarme qué pensaba yo de aquel pleito. Pero ¿qué tenía yo que decir de tal pleito? ¿Qué tenían ellos que preguntarme a mí? La verdad es que hasta el momento yo no tengo la más mínima idea.

En aquella ocasión a manera de negativa, me tapé la cara y di un portazo para posteriormente, como pude, saltar por la ventana y esconderme en casa de Lucero, mi amiga. Estoy segura que si se me hubiera ocurrirme presentarme en aquel amarillo programa de TV, además de que mi familia se iba a enterar me hubieran corrido de la escuela donde doy clases. Después, de la delegación llegó un citatorio para que me presentara a declarar. Mientras las vecinas sigan peleando, yo mejor no me meto porque ya quedé escarmentada.

Rosa Carmen Ángeles

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