'...nadie mencionó siquiera 
que aquel torero y tú 
vivieron un tiempo juntos'



Exceso De Ego

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Querida tía Cristina:

Yo no me acuerdo de ti porque creo que no te vi nunca; pero, al ser tu hermana, mi madre me ha hablado mucho de ti y permaneces en mi imaginación como una leyenda.

Según supe, eras tan atractiva que bien habrías hecho fortuna como modelo, pero que también resultabas bastante imposible: solías lanzar miradas venenosas y una retahíla de improperios al descubrir que la gente se entrometía en esa parte que tú considerabas vida íntima. Recuerdo que una vez llegué a escucharle decir a una de tus primas: "El fuerte de Cristina era llevarle a los demás la contraria y eso fue, exactamente, lo que la perdió." No obstante, estoy segura, tu familia siempre te apreció. Después de años de oír referir tus lances, llegué a saber, que en la época en que tenía yo tres años de edad, cuando tuviste la extraña ocurrencia de envenenarte por culpa del más burro de tus cien pretendientes: aquel torero novio tuyo de la cara picada de viruela, aquel al que encontraste con otra mujer. Según me enteré, en esa ocasión habías comentado con una de tus hermanas que la vida era algo horrible y que sentías que el mundo era una cosa chata y miserable; que después te encerraste en el baño y allí te tomaste unas pastillas, que luego saliste y te encerraste en tu recámara, pero una de tus hermanas quiso averiguar lo que te pasaba y te vio convulsionarte.

El caso es que le avisaron a mi tío Ricardo, el médico, que estaba en su clínica, quien después fue por mi mamá y ambos se fueron a buscarte. Según mi madre, en aquella ocasión, Ricardo tuvo un pensamiento tétrico, un atisbo de lo oculto porque, al decir de ella, te escuchó expresar claramente: "Ricardo, ¿qué‚ es esto? Despierto y duermo, me llevan y me traen, tengo miedo; me encuentro entre tinieblas". Esta historia todavía me causa escalofríos. Cuenta mi madre que, al llegar a buscarte a ti, ya te habían llevado al hospital y que posteriormente se supo que por el camino se te escapó el alma del cuerpo: estabas completamente muerta porque no protestabas por los baches del camino.

­¡Qué barbaridad! ¿Cómo es posible que el amor, que generalmente salva y resucita, a ti te haya matado? Nadie, hasta la fecha, ha podido decir por qué‚ se te ocurrió enamorarte de un tipo tan vulgar que frecuentaba burdeles y ocasionó aquel drama pavoroso de tu vida. Ya ni la amuelas.

Mi madre, dice que en Tepic, hasta los pilluelos de la calle sabían que aquel torero era muy inclinado a la bebida y que, ya borracho, le daba por sentir un amor inmoderado por cualquier mujer que tuviera cerca. Tu hermano Ramón dice lo mismo que pudo haber dicho un anacoreta prejuicioso: "Cristina no estaba enamorada de nadie; padecía de un exceso de ego que la hacía sentirse el centro del universo." Todo mundo dice lo que le parece y opina como le viene en gana, todos menos tu madre, o sea, mi abuela, quien no dice nada: sólo, de vez en cuando, mira tu retrato y llora.

Yo intuía que ninguno de ellos sabía el verdadero motivo de tu suicidio o, si lo sabía, se lo callaba por una razón o por otra, seguramente porque era algo vergonzoso. Por ejemplo, nadie dijo que una vez aquel hombre te enfermó de sífilis y nadie mencionó siquiera que aquel torero y tú vivieron un tiempo juntos, tuvieron una hija llamada Sonia, la que, posteriormente, él te arrebató (te agarró descuidada: andabas tendiendo la ropa).

A tu hija Sonia sólo la vi una vez: tenía un cuerpo bien delineado, los ojos inteligentes y, según he podido comparar en fotografías, tus mismas pestañas y forma de labios. Era una muchacha llena de cordialidad y sin ningún tipo de fingimientos. En ese entonces me contó que estaba becada estudiando en la universidad; es pues, una de las primas más doctorales que he conocido.

Tía Cristina, aunque ya tu recuerdo casi yace entre ruinas, cuando ya todo está casi olvidado, suena amargo pensar que finalmente abandonaste a aquella pequeña niña por culpa de un suicidio tan absurdo. Para mí eso sigue siendo un terrible galimatías. Lo mejor que se me ocurre es creer que no querías suicidarte, sino que tenías que ir a alguna parte para salir de ti misma porque, tal vez por tu orgullo, o tal vez por arrogancia, o tal vez por asco, te pareció que la tierra era el lugar menos indicado para pasarla bien. Y creo que no te equivocabas, pero esas no eran formas.

Rosa Carmen Ángeles

Separator Bar





Regresar al IndiceSiguiente

Separator Bar