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HUBO UNA VEZ UN DEPARTAMENTO

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

Después de que me divorcié estuve viviendo en estado de shock espiritual en el segundo piso de un viejo edificio con el que me encariñé a pesar de que paredes, puertas y ventanas provocaban indignación.

Ese viejo departamento ha de haber sido muy bello mientras vivió sus años verdes porque arquitectónicamente tenia influencia portuguesa: azulejos en techos, pisos y paredes. Azulejos que, de repente, ¡zácatelas! sin protocolo previo ni notificación alguna se venían abajo, a veces completitos y a veces a pedazos.

Además de cocina, baño y comedor, aquel departamentito tenía terraza y un cuarto de servicio que convertí en estudio. En tal estudio acomodé un montón de libros, un sillón viejo que pedía a gritos ir a ver al tapicero, una guitarra, un tocadiscos, un radio y un pianote inservible que heredé de una tía abuela a la que le encantaba interpretar música de Agustín Lara y que murió solterona. En aquella‚ poca estaba yo mucho más pobre de lo que estoy ahora, y desde tempranito me iba a buscar trabajo. Cuando regresaba a mi casita después de caminar y caminar, comer una gordita de chicharrón y pasar un día terrible, me gustaba tirarme a leer poemas de Bonifaz Nuño en el sillón de aquel cuarto de servicio al que algunas veces llamaba el salón de música y otras la biblioteca. No quiero imaginarme que alguna vez se me hubiera salido decirle a alguna de mis visitas: "¿Quiere que nos quedemos en la biblioteca o prefiere pasar a la terraza?"

De aquella terraza con su balconcito se contaba de mil modos una historia fatal: recargada en el balcón de aquel departamento se encontraba una pareja romántica armando un escándalo formidable: él con acentuada mofa le recordaba a ella que por ese su perfil de perico a ella le aguardaba un triste futuro sentimental; a lo que ella, con voz colérica, le respondió que le perfil de perico lo tenía la abuela de él. Las malas lenguas contaban que de repente se escuchó un grito de "mi abuela es sagrada, bendita, intocable", que posteriormente se escuchó un chillido femenino y que luego se vio a la muchacha salir volando por el balcón, para finalmente caer sobre las losas del pavimento.

Fue, desgraciadamente, por el tipo de ubicación de este departamento que empecé a sufrir paranoia y en un momento dado, hasta pensé en marcharme al manicomio: junto a las ventanas que corrían de la cocina a la recámara había una escalera que conducía a la azotea por la que todo mundo pasaba volteando, además de que se colaban por entre las paredes las conversaciones de los departamentos de los lados y de que a la chismosa vecina del departamento de enfrente le interesaba mucho enterarse de a qué horas llegaba o salía yo.

En la casa de al lado vivía un vecino anciano con sus nietos huérfanos. Y tanto ellos como yo escuchábamos las pláticas que no nos incumbían. Me acuerdo que en uno de los temblores que lo despiertan a uno de madrugada, muy asustada dije para mí misma en voz my alta, por no decir que presa de terror: "¡Dios mío, está temblando! uno de los nietos del departamento de al lado muy alarmado despertó al anciano: "¡Oiga, papá! La vecina acaba de gritar que está temblando!" A lo que el viejo contestó: "¡Qué le haces caso a esa vieja! ¡¿No ves que habla dormida?!"

Al final tuve que dejar ese departamento porque el casero, a traición, me subió la renta monstruosamente; no tuve dinero suficiente para continuar allí. Y por lo pronto me encuentro refugiada en casa de mi madre, quien ya desde ahora anda en busca de un abogado eficiente que sepa cómo echarme fuera.

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