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30 HORAS DE REVUELTA ESTUDIANTIL | |||||||||||||||
Autor: Nelson Dávila Barrantes | |||||||||||||||
Corría el mes de Mayo del año 1963. Una fuerte corriente revolucionaria había invadido las aulas de la recién creada Universidad Técnica de Cajamarca y a las de nuestro querido colegio “San Ramón”. Los dirigentes universitarios reclamaban un aumento presupuestal, reconocimiento del tercio estudiantil y mejoras en el menú del comedor de dicha institución. Las marchas eran diarias. La represión, usando gases lacrimógenos, varas y los chorros de agua potentes del "Rochabús" trataban inútilmente de deshacer los mítines. La detención de los cabecillas y de algunos alumnos, encendían mas las protestas, por lo que pedían el apoyo de las demás instituciones educativas del lugar. Por aquellos tiempos me encontraba recién iniciando mis estudios secundarios, pero en conversaciones secretas con mis compañeros comentábamos del “Che Guevara”, de la existencia de la guerrilla que estaba luchando en Bolivia, de los esfuerzos de ese país y su aliado Estados Unidos por aplacar ese huracán que se venía incontenible por toda América, captando adeptos y simpatizantes. Recuerdo que teníamos un Director de Estudios apellidado Becerra, que no era muy aceptado entre los alumnos, al igual que el rector Barboza, quien cometía exageraciones por querer implantar disciplina, llegando a veces a prácticas inhumanas como la de tener al alumno de rodillas por horas y de revisar todas la encomiendas de los alumnos del internado, lo que originaba reclamos ya que se desaparecían algunas cosas que sus sufridos y abnegados padres les enviaban con mucho esfuerzo. Esto motivó que los alumnos de quinto año, tomen como pretexto esta situación para plegarse a la huelga universitaria. Una mañana de improviso ingresaron a mi salón, pidieron de buenas maneras al profesor que estaba dictando clases que se retirara y en una arenga viril, nos explicaron la decisión de tomar el Colegio y de rehenes a dichos docentes. “Aquel que no esté de acuerdo, que se marche inmediatamente nos dijeron, que se queden los hombres, los que quieren al colegio, los "maricas" que se retiren de una vez”. Nos miramos unos a otros y acatamos la orden. Esto había sucedido en todo el colegio. El alboroto era general. El resto de profesores y personal administrativo tenían que abandonar las instalaciones. Casi a empellones los iban sacando de a pocos. De todas las aulas sacábamos las carpetas y las apilábamos detrás de las puertas de ingreso. Pude divisar que los de la escolta habían sacado los fusiles “Mauser” con los que desfilaban y practicábamos tiro en el curso de IPM (Instrucción Pre Militar). En los cajones de los escritorios buscaban las municiones. Esto me causó un poco de temor. La cosa iba en serio. La exaltación se transformaba en odio y rabia. Otro grupo habían sacado los altoparlantes del equipo de sonido y los colocaban en las partes altas con mira a la calle, nuestro líder hablaba por micrófono y explicaba a los padres de familia y curiosos que estaban afuera indagando por sus hijos lo que estaba sucediendo, la toma del colegio y de los rehenes indicados, pedía la intervención de las autoridades zonales, que si no cambiaban a estos sujetos la situación se radicalizaría sin medir consecuencias. De pronto un alboroto general llamó la atención de los alumnos que nos encontrábamos en los pisos superiores, mirando desde la ventanas, eran los dirigentes universitarios que llegaban a apoyar y agradecer el gesto de integrarse a la lucha. Un breve discurso, donde hacían mención de nuestros derechos estudiantiles, de la gesta revolucionaria, de las cualidades humanas de Ernesto “Che” Guevara quien estaba luchando por darnos una vida digna y justa, de que la riqueza se reparta con equidad, que el gamonalismo y la existencia de clases sociales altas tenían que terminar o erradicarlas con la lucha armada. Los vítores, aplausos y silbidos de aliento retumbaban a cuadras del colegio. El universo estudiantil se componía de mas de 2,500 alumnos. Eramos un ejército juvenil armado solo con una gran animosidad por la aventura, a excepción de los de quinto año que si estaban con los fusiles en ristre. Después de su breve exposición se despidieron y nos dejaron imbuidos de un espíritu sobredimensionado. Habían conseguido su propósito. Esto se desplazaría como un rayo de boca en boca. Muy pronto toda Cajamarca estaría enterada de la situación. Así pasaron las horas. Las barricadas estaban formadas. Por la cancha de fútbol que colindaba con el río se habían formado piquetes de alumnos, todos armados, para que repelen la intervención policial en caso de que quisieran ingresar por ese lado. Por ese mismo lugar las alumnas del colegio “Indoamericano” enteradas de la situación habían hecho una colecta entre todo el alumnado y en un gesto de solidaridad ingresaban canastones de pan, gaseosas, plátanos, naranjas, las que eran repartidos inmediatamente, con mucho orden. Cada uno recibía su ración y se retiraba. Así transcurrirían las horas. Llegó la noche, se formaron las fogatas y los turnos de vigilancia para cualquier emergencia. Esa noche no dormimos. Todos, en pequeños grupos conversábamos de diferentes temas. Los de quinto año recorrían de canto a canto el local preguntándonos como nos encontrábamos, dándonos tranquilidad, que todo saldría bien y que todo se solucionaría. Recuerdo haber escuchado algunos sollozos en la oscuridad, probablemente de algunos compañeros que extrañaban su hogar, que temían las consecuencias, que por el hecho de no ser considerados como cobardes estaban allí presionados, contra su voluntad. El sol anunció un nuevo día. El olor a retamas y eucaliptos perfumaban el ambiente. De pronto nos anunciaron que las chicas habían traído las ollas con el desayuno preparado. Con el orden debido, cada uno recibió su taza de café y sus dos panes con mantequilla. Algunos padres de familia desde la calle llamaban por su nombre a sus hijos, les pedían que salgan, que la policía se disponía a allanar el local, que se pongan a salvo, que la caballería de la remonta se venía en esa dirección al igual que un fuerte batallón de policías. Al oir esto, la desbandada fue general. La mayoría de alumnos, sobre todo de años inferiores suplicaban a los de quinto que los dejen salir. Al principio se negaron, pero nada pudieron hacer por que los gritos eran cada vez más fuertes. Algún individuo sensato parece que aconsejó a los que reguardaban la salida que era preferible dejarlos salir. Abrieron los portones y esto originó que los padres de familia ingresen y se reúnan con sus hijos. Recuerdo a uno de ellos, que en lugar de un abrazo de bienvenida recibió de su progenitor fuertes correazos. |
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