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"DON ALEJANDRO" | |||||||||||||||||
Autor: Nelson Dávila Barrantes | |||||||||||||||||
Aquella noche del 30 de Octubre era muy fría y silenciosa. La luna llena con sus plateados rayos iluminaba toda la pequeña ciudad. Las calles lucían solitarias y sólo se escuchaba los ladridos de los perros ahuyentando quizás algún felino techero ó a algún borrachín que haciendo eses se dirigía a su domicilio. En una humilde casa de Ichocán, distrito de Cajamarca se escuchaban algunos gritos y las correrías de sus moradores hacían indicar de que algo fuera de lo común estaba ocurriendo en su interior. Efectivamente, mi abuela estaba por dar a luz y sus gemidos de dolor se confundían con los gritos de los demás, todos se preparaban para recibir al nuevo ó nueva integrante de la familia que estaba por nacer. Estaban esperando a doña Angelita la partera del lugar. Habían mandado a recogerla. Ella vivía en las afueras, cerca del cementerio, su demora aumentaba más la desesperación pues ya las ollas con agua hervida estaban listas al igual que las sábanas blancas y otros utensillos que las ancianas sabían que se necesitaría en esos casos. Doña Angelita había traído al mundo a medio pueblo. Tres generaciones habían recibido de sus manos el primer palmazo en las nalgas. Ella se sentía orgullosa de esto. Cuando alguna pareja se casaba, se jactaba de haberlos visto nacer y en un comentario optimista aseguraba que aún viviría para recibir a los hijos de estos. |
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Y así fue. Con gran alboroto, a las 11.30 de la noche mi padre respiró por primera vez el fuerte olor de la chamiza, ramas secas que ardían en los fogones de la rústica cocina de su humilde vivienda. Era un niño robusto, fuerte como un torete. Su primer grito retumbó en las paredes de adobe de la habitación. Mi abuela con los ojos llorosos contemplaba con ternura mientras recibía su primer baño. Con voz débil exclamó: - “Se llamará ALEJANDRO. Como es niño tendrá ese nombre, si hubiese sido niña se hubiese llamado Esperanza.” Era hijo de don Segundo Dávila, un imponente hombre de ojos celestes, barba blanca y colorado como un gallo de pelea, descendiente de españoles, admirado por las mujeres. La abuela era una mas de su harem. No estaban casados, lo que convertiría a mi padre en HIJO ILEGITIMO a la hora de asentar la partida de nacimiento. Y así con dificultades, penurias y falta de recursos fue creciendo y creciendo. Al papá no lo veía con frecuencia, recibía si, todo el amor y las atenciones de mi abuela AURORA. Abnegada mujer, con gran temple y admirable fuerza para hacer las labores de padre y madre. Ya bordeaba los 12 años de edad, cursaba el 5º año de primaria y vivía en carne propia las carencias de la casa. Habían nacido dos hermanos mas, ROMULO y ESPERANZA, hijos de un señor Arenaza, el cual también corrió como un cobarde dejando a la abuela sola y abandonada. Por eso es que mi padre tomó la decisión de marchar a la capital del departamento donde un tío tenía una tienda comercial. Allí se emplearía como ayudante. El poco dinero que recibiría lo enviaría a casa. Sus hermanos menores necesitaban de ese ingreso para poder sobrevivir. Esto a su corta edad lo enaltecía. Sabía que su padre se había casado con otra mujer y que tenía más hermanos, por lo que la idea que alguna vez se le cruzó por la mente de acudir a verlo y exigirle la obligación de velar por él y por su madre se desvaneció por completo. Tendría que seguir asumiendo esa responsabilidad. Lo logró con mucho esfuerzo. Sabe Dios que dificultades pasó. Cuantas privaciones propias de su edad. Pero al final fue muy respetado por sus hermanos menores y la gente que conocía su vivencia. Pasó el tiempo. Se había convertido en todo un hombre. Vestía con elegancia. Siempre con traje de casimir inglés y corbata, sombrero de paño, bien perfumado y con el pelo asentado por gomina. Cuenta mi madre que ella lo conoció así. Con sus hermanas se peleaban por ir a comprar a la tienda, sólo por verlo y contemplarlo. |
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Él, astuto como un zorro, se percataba que despertaba interés en las mujeres y se aprovechaba de la situación. Tenía fama de mujeriego. Dicen que más de una pareja de sus enamoradas se cogieron de los cabellos en breves peleas y discusiones por disputar su amor. El tío -propietario de la tienda- le había dejado toda la responsabilidad de la administración del negocio, conocía de su extrema honradez y tácticas de ventas. Por cada compra siempre daba alguna golosina de cortesía. Todo el barrio acudía al lugar. Como era lógico las adolescentes eran las más asiduas concurrentes para ganarse una miradita y algún piropo salido de sus labios. Mi madre, niña aún, paraba extasiada por su figura y elegancia. Es muy probable que él la viera como eso, como una nena, por lo que no le daba mayor importancia ni le brindaba atenciones especiales. Pero conforme pasó el tiempo esa nena se fue convirtiendo en una jovencita preciosa y con bonita figura. Seguía frecuentando la tienda y eran muy amigos. Esto ya era demasiado para ella. Abrigaba la esperanza de que algún día él la viera como mujer. Soñaba con sus besos. Pero su educación no le permitía ser coqueta ni expresar su interés por él. En el barrio eran famosas las fiestas que organizaba mi tío David, hermano mayor de mi madre, quien hacía la vez de su padre pues habían quedado huérfanos. Tío David estaba casado con doña Manuela propietaria de la panadería del barrio. Este tío tenía una orquesta compuesta por los mejores músicos del lugar, aprovechaban cualquier motivo para jaranearse, un cumpleaños, un aniversario de bodas, los rezos por algún santo, el estreno de una nueva canción, etc. Como mi madre tenía varias hermanas, en los ensayos, al son de la música, servían de parejas para practicar los desconocidos pasos de un nuevo ritmo, de manera que todas eran excelentes bailarinas. Fue en una de esas reuniones que llegó mi padre a su casa con un grupo de amigos. Mi madre se encontraba en esos momentos arreglándose y acicalándose para salir a la sala, cuando de pronto entró como una tromba la empleada del hogar ahogándose por la emoción, “…¡Señorita Chela!”, gritaba, “¡señorita Chela! adivine quien ha llegado a la fiesta. Don Alejandro, el mismísimo don Alejandro... el de la tienda…” Todas corrieron a la habitación contigua. Ocultas detrás de las cortinas observaban a mi padre que conversaba y bebía una copa de oporto. Su sonrisa, su blanca dentadura resaltaba en el rincón donde departía con el grupo. La música sonaba con estridencia. El estreno de una nueva polca era la delicia de los jóvenes. |
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