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"UNA EXTRAÑA VISITA" | |||||||||||||
Autor: Nelson Dávila Barrantes | |||||||||||||
Fue como si alguien lo tomara de los hombros hamaqueándolo con delicadeza, abrió los ojos y en medio de la oscuridad trató de divisar la silueta de la persona que lo había hecho. No había nadie y esto le causó temor. Retirando las frazadas quiso incorporarse, estiró el brazo hacia el reloj despertador que se encontraba encima del velador, lo cogió acercándolo a su rostro y vio que sus agujas luminosas marcaban las tres de la mañana. Notó entonces que todo su cuerpo estaba cubierto por un frío sudor y la ropa de dormir estaba húmeda, miró a su esposa que descansaba plácidamente, con incomodidad se sentó al borde de la cama y buscando las pantuflas con los pies se las calzó disponiéndose de inmediato a prender el interruptor de luz y dirigirse al baño ya que también sentía ganas de eliminar sus fluidos. Un ruido le hizo voltear la mirada hacia una de las ventanas. Notó que una de sus hojas estaba totalmente abierta y las cortinas se movían como si danzaran al ritmo de la fuerte corriente de aire que por allí entraba. Luego se desnudó para tomar una refrescante ducha pero antes retiró de uno de los cajones de la cómoda una pijama de algodón color granate. No se explicaba el motivo de esa inquietud, el por qué se encontraba en ese estado, seguramente que el baño lo tranquilizaría y calmaría su angustia. Inclinó la cabeza sintiendo toda la presión del chorro de agua en la base del cráneo, permaneció así por largos minutos, sintió alivio. El agua helada templó sus nervios y se dispuso a salir con la toalla enroscada a la cintura. Ingresó nuevamente al dormitorio. Mientras se cambiaba se asomó a la ventana, miró el jardín iluminado por la luna, las ramas del árbol de guanábana se movían con fuerza, los pequeños arbustos de rosas de igual manera, desde el tercer piso miraba la calle donde se habían formado pequeños remolinos de polvo, sus mascotas “Bardo! y “Dalila” -unos hermosos labradores- ladraban siguiendo los aullidos de los canes de las casas vecinas. Esto no era normal. En pleno verano, en el mes de febrero donde el calor arreciaba, estos ventarrones casi huracanados le llamaban poderosamente la atención. Apagó la luz y prendiendo un cigarrillo, dirigió la mirada a los cerros que circundaban la urbanización, algunas viviendas habían prendido sus luces, de seguro estaban experimentando lo mismo que el, ese presentimiento de que algo malo ocurriría. Los ladridos aumentaban. Miró nuevamente a los árboles de la casa. Las ramas se inclinaban hasta casi tocar el suelo por la fuerte correntada. Instintivamente se persignó y elevó una oración: “Señor no permitas que algo malo pase . . .”. Pero de nada sirvieron sus ruegos por que el cielo se iluminó y una enorme luz resplandeció en él, seguido de un sonido ensordecedor como que el cielo se partiera en dos. Eran los relámpagos que precedían a los rayos seguido del estruendo de los truenos. " ¿Qué pasaba Virgen Santísima, que castigo nos mandas Dios mío? " exclamó. Era terrorífica la tormenta eléctrica. Recordó el juicio final. Esperaba el ruido de trompetas anunciando el fin del mundo. Quería controlarse pero recordaba este pasaje bíblico y pensó en su esposa, sus hijos, su familia ausente. El recuerdo de todos ellos se le vino de golpe. ¿ Qué hago, los despierto? ¿Y si algo sucede? ¿Si de verdad era el juicio final, adonde iría: ¿Al cielo, al purgatorio, al infierno mismo? Todas estas interrogantes desaparecieron cuando vio que en el jardín una criatura corría de una esquina a otra, por la forma y su vestimenta se trataba de una niña de 8 ó 10 años. Se escondía tras el enorme cactus de San Pedro, luego volvía a correr para ocultarse nuevamente en el árbol de guanábana. ¿Quien era? No lo sabía. Pero la pequeña parecía gozar y estar feliz pues saltaba y brincaba con gran energía. De repente el cielo se abrió dejando escapar una torrencial lluvia, las gotas de agua al chocar con el tejado dejaban escapar un constante y persistente sonido. Recordó a su pueblo en la serranía, pero inmediatamente reflexionó comprobando que vivía en la mismísima costa. Las casas no estaban preparadas para este fenómeno, muy pronto ocurriría una tragedia, las azoteas se inundarían, las calles se volverían ríos y carecían de alcantarillado para su desfogue. Pensaba en esto a la vez que buscaba con la mirada a la pequeña criatura que seguía jugando en el jardín soportando el diluvio. Desde su lugar gritó: “Hey, quien quiera que seas, sal de allí, te dará una pulmonía” fue entonces que al escuchar su voz la niña volteó a mirarlo y un escalofrío hizo que los bellos de su cuerpo se ericen. Sus ojos parecían emitir débiles rayos de luz como si fueran pequeñas linternas, sonrió dejando mostrar una enigmática sonrisa y corrió con dirección a la cochera desapareciendo del escenario. "De seguro es algún familiar de Tomasa la chica de servicio" pensó, "mañana le preguntaré temprano, ¡ que mañana ¡ ¡mas tarde! ¡si ya falta poco para amanecer!.." La tormenta había calmado un poco. Pudo divisar las sombras de los vecinos que en las azoteas de sus edificios recogían el agua en baldes y lo arrojaban desde esa altura a la calle. "Menos mal que esta casa es con techo a dos aguas" agradeció, "de lo contrario estaría igualmente tratando de desaguar el líquido acumulado". Se percató que ya empezaba a clarear, de seguro dentro de un momento el sol haría su aparición, la gente se prepararía para ir a laborar, los buses transitarían provocando su bulla infernal y nuevamente persignándose agradeció al todopoderoso por que todo no pasó de un enorme susto. De seguro que en las oficinas, en los colegios, en las fábricas comentarían sobre este fenómeno vivido, reflexionarían sobre la necesidad de estar preparados para una tragedia en el futuro. Se recostó un rato con la seguridad de que más tarde encontraría una explicación de esa visión en el jardín casero. Dio un segundo sueño. Nuevamente abriendo los ojos, sorprendido comprobó que eran las 8 de la mañana. Saltó de la cama. Tenía que alistarse para ir al trabajo. Antes llamaría por el móvil a su secretaria y comunicaría su tardanza. Pero no la encontró. Ya no hubo tiempo de desayunar. Preguntó por Tomasa y le dijeron que había ido al mercado, su esposa le comentó que al verlo dormido le dio pena despertarlo. No le dijo nada de la tormenta, de seguro no la sintió por las pastillas medicadas, la movilidad escolar ya había recogido a los chicos. |
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