"LOS  MERCADERES"
Autor:  Nelson Dávila Barrantes
              Con el cuerpo recostado en el umbral de la puerta la contemplaba condolido y con inmensa ternura, ella yacía conectada a un balón de oxígeno y su respiración era muy agitada, esto era notorio por cuanto su pecho se elevaba en cada inhalación. El reducido cuarto tenía un fuerte olor a alcohol y a medicamentos, su rostro totalmente hinchado no dejaba mostrar sus rasgos finos y hermosos, parecía otra persona.
                Estaba así desde 4 días atrás. Cuando aún lúcida aceptó que el sacerdote le dé los santos oleos, se había resistido hasta el último a aceptarlos y en una oportunidad me dijo que solo se confesaría ante Dios, que no creía conveniente decir sus pecados a una persona común y corriente como lo era el cura del distrito, un pecador mas, un mortal mas.

                 Todo empezó desde el día que regresó de viaje de promoción. Como asesora y tutora de los alumnos de 5to. año del colegio donde laboraba los acompañó en su largo viaje, pasearon 20 días por varios departamentos del país. Se encontraba feliz, mostraba las fotos con entusiasmo y los ojos le brillaban al narrar las maravillas que habían visto sus ojos.
              A los dos días de su retorno la voz se le apagó, al principio atribuyó su mal al cambio de clima, pero las molestias iban en aumento por lo que decidió hacerse un chequeo general. Después de su consulta regresó a su casa muy apagada, ese día habían madrugado con su esposo -un hermano mío- para asistir al hospital del seguro social. El médico después de auscultarla la había derivado a Neoplásicas y esto fue como un baldazo de agua fría para ambos, se miraron en silencio escuchando las indicaciones del especialista. Le habían palpado un bulto en la garganta y esto requería de una opinión mas exigente, mas minuciosa, es por eso que con la urgencia del caso el doctor optó por enviarla inmediatamente a que la examine un oncólogo.
                Cuando escuché su relato, quedé mudo e impresionado. Solo atiné a pedir a Dios que no sea nada grave. En realidad me llevaba muy bien con ella, como cuñado era testigo de su inmenso amor de madre y esposa. Su carácter alegre, y sus atenciones, la hacían ser apreciada por todos los miembros de mi familia. Era mi comadre pues bauticé a su hijo mayor Alex. Nunca nos tratamos como tal, pero el respeto era mutuo al igual que el cariño y estimación. Les pedí me mantengan informado de todo. Es más, me ofrecí a acompañarlos ese día, pero no aceptaron, querían ir los dos solos, sin preocupar prematuramente a nadie, por eso que no insistí y mas bien les recomendé mucha tranquilidad, que nada malo pasaría, que de repente era una inflamación de la garganta sin consecuencias mayores.
             El hospital indicado quedaba en la avenida Angamos. Una inmensa mole de cemento, frío, tétrico y sin colorido. Muchas veces pasé por allí, jamás se me ocurrió pensar que alguien de mi familia sería un paciente más, un "cliente más". Su cita era para las 8. Le habían advertido que madrugue y esté a las 6 am. Que eran tantos los pacientes. Demasiados, era la expresión correcta, por lo que a esa hora ya se encontraban esperando su turno. Efectivamente, una enfermera los hizo pasar. Muy nerviosos casi al borde de la desesperación escuchaban al galeno su diagnóstico, un probable cáncer a la garganta, la necesidad de hacer una biopsia de inmediato. Con los ojos llorosos casi por sufrir un desmayo miraba incrédula a su esposo y al doctor, las palabras retumbaban en sus oídos, un eco repetía la última frase "una biopsia", tantas veces habia escuchado esta palabra relacionada con esta enfermedad maligna. Había la posibilidad de que no sea nada malo, que solo sea una inflamación de los ganglios, pero esto se tenía que descartar con este examen. No había otra alternativa.
                Siguieron los chequeos, las idas y venidas al nosocomio, todo estaba escrito, la sentencia era definitiva: "...un cáncer agresivo, en la zona de la cabeza y cuello, el tumor era del tamaño de una pelotita de tenis de mesa, se lo extirparía de inmediato y con unas cuantas quimios se resolvería el problema...." Que fácil parecía la solución a tremendo problema!. Ahí estaban las estadísticas: "...existía el 70% de posibilidades de que salga bien librada de este mal...", lo decían los mercaderes de la salud, lo aseguraban los vende "cebo de culebra", los charlatanes del "instituto".
                 Fui testigo de su sufrimiento, de la desfiguración de su bello rostro, de los estragos terribles de las sesiones de quimioterapia, de los esfuerzos por conseguir dinero para la compra de las medicinas, de las lágrimas de su esposo y sus hijos, del sufrimiento de toda la familia, de la venta de su casa para seguir con su  costoso tratamiento. Los médicos seguían con su terquedad, con sus falsas palabras: "...todo estaba controlado..., el mal estaba cediendo...la batalla estaba ganada...,unas dos quimios más y esto terminaba...."
                 Un día perdió la voz. Su comunicación era por escrito. Fue cuando le pedi que se confiese. Que si existe el mas allá, "el infierno ó el purgatorio", esté preparada para no ir a esos lugares..., que me haga caso...
Escribió lo que narré anteriormente. "...Que no se confesaría ante un ser humano como ella. Que si existiera otro mundo desconocido, me lo haría saber. Es más, el día que le tocara partir, se despediría de mi de algún modo...."
                  Los días terribles que pasó en su lenta agonía solo lo pueden saber los que como nosotros sufrieron en carne propia los sinsabores de esta maldita enfermedad, por eso que sonriendo forzadamente le dije que aceptaba su deseo de despedirse de esa manera. Ella volvió a escribir y leí estas palabras: "...desde allá te jalaré las patas...". "No seas mala", le contesté, "acepto una señal, pero si me jalas de los pies me muero de un infarto..."
                   Así en broma la miré y sonreímos por última vez. Luego cayó en una tremenda depresión y aceptó que venga el sacerdote.
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