"MASHACO ROJAS"
Autor: Nelson Dávila Barrantes
            Marcelino Rojas (“Mashaco”) es un primo en 2do grado. Un poco mayor que los de la “patota”, muy admirado por todos. Su carácter alegre y su afición por la gimnasia eran su “fuerte”. Recuerdo le pedíamos que se pare de cabeza y camine de manos, extasiados lo seguíamos por dos o tres cuadras hasta que el cansancio podía mas y se ponía de pié como un felino. Los saltos mortales, los ejercicios a mano libre los dominaba a la perfección.
            Con mi hermano Alejandro (“Negro Alejo”) eran inseparables. Se turnaban para sacar de los corrales de la casa gallinas, pavos y  demás animales que mandaban preparar donde la “Matarina”, una amable señora que tenía su tienda de abarrotes en la calle Leticia. Ella vendía detrás de su mostrador una excelente chicha y a cambio de unas monedas preparaba lo que le llevaban. Así por turno, uno le entregaba el arroz, otro las papas “huagalinas”, una gallina, un gallo, los cuyes, las cecinas de chancho, etc., y ella inmediatamente se disponía a cocinarlos mientras le consumían sus licores.
            Recuerdo que mi tía Corina -la madre de Marcelino- le contaba a la mía como queja, que tenga cuidado pues se había dado cuenta que su “Mashaco” y el “Negro Alejo” estaban haciendo de las suyas en los cuyeros y corrales. Con detalles le narraba que al regresar del mercado observó a mi hermano en la esquina de la casa como esperando algo y al ingresar a su domicilio escuchó alboroto en la cocina. Al acudir a indagar el motivo, vio a mi primo metido en el túnel del cuyero, sus nalgas asomaban por la entrada y estaba retrocediendo con dos “rucos” en ambas manos por lo que ni  cuenta se dio de su presencia.
            Ella cogió una “raja” de leña y poniendo el zapato en el trasero de su hijo le impidió que salga pues estaba como atracado en el estrecho hueco. Descargó los palazos con furia increpándole su conducta hasta que se cansó de dar golpes. El pobre “Mashaco” soltó los cuyes y salió despavorido huyendo hacia donde se encontraba mi hermano.
            Todo este relato hizo que mi madre recién se de cuenta que no eran los gatos los que se llevaban los cuyes, ni el “canshalug” las gallinas, si no otro depredador que tenía nombre propio. Lo cierto era que nosotros los hermanos menores también hacíamos lo mismo, es que había tantos animales en la casa que pensábamos que faltando alguno ni cuenta se darían. Mi madre criaba conejos, cuyes, gallinas, patos. El corral estaba repleto, hasta un chancho engordaba en el chiquero. En la inmensa cocina colgaban los cordeles repletos de cecinas de cerdo y de carnero. Tiempos de abundancia. Tiempos inolvidables.

              “Mashaco” era enamorado de Luchita Arana, una guapa vecina del barrio. Destacaba en ella su hermoso lunar cerca de la boca, con un andar gracioso, espigada y bien formada. Era la pareja perfecta para él.
Nosotros los saludábamos cuando los veíamos juntos tomados de la mano. Cómplices de este romance les avisábamos a veces que alguno de sus celosos hermanos o su padre se acercaban y ella corría para su casa. Recuerdo que pasaron como 5 años de haberlos visto juntos, muy enamorados. Nunca entendí el motivo por lo que esta unión no fue aceptada por la familia de ella.
                Cuenta mi hermano, que en una ocasión aprovechando que ella se encontraba sola, pues sus padres habían salido al cine y sus hermanos a la calle, “Mashaco” se atrevió a ingresar y le pidió que en caso de alguna emergencia le dé aviso con un silbido.
                Sobre todo tenía que cuidarse de Braulio el hermano mayor, un campeón en físico-culturismo, con unos músculos impresionantes, que sumado a su enorme estatura lo hacían aparecer como “Charles Atlas”. Mi hermano muy obediente se encontraba al acecho pero por cosas que no tienen explicación reparó muy tarde que Braulio ya estaba a escasos metros de la casa. Quiso silbar pero los nervios lo traicionaron, los sonidos se negaron a salir de sus labios y solo emitía soplidos de aire. Con terror vio como Braulio ingresaba a su casa mirándolo como que sospechaba que su presencia en la esquina se debía a algún motivo especial. No ignoraba que los dos eran inseparables y que donde uno estaba, muy cerca se encontraba el otro.
                 Lo que pasó dentro de la casa solo lo supo después de media hora, cuando la puerta se abrió y dos manos arrojaron a la calle al pobre “Mashaco” como un triste muñeco de trapo. Haciéndose el desmayado permaneció en el suelo unos minutos, hasta que Alejandro venciendo el temor se fue acercando a indagar como se encontraba. Abriendo de a pocos uno de sus ojos lo primero que preguntó es si Braulio estaba cerca. Luego se paró y corrió como un desesperado sin rumbo fijo seguido por mi hermano.
                 Cuadras más abajo, muy cansado se detuvo para increparle al “vigía” el motivo por que no había silbado como acordaron, para prevenirle y ponerle sobre aviso que había peligro y tener tiempo de salir. Mi hermano trataba de justificarse y pedirle disculpas mientras con la mirada revisaba sus heridas que a Dios gracias no eran de consideración, a la vez que desesperado le pedía cuente lo ocurrido.          
                  
Volver a página principal
Siguiente página