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" ANECDOTAS Y PERSONAJES DE MI BARRIO 'DOS DE MAYO' " | |||||||||||||||||
pag. 3 | |||||||||||||||||
EL “GUILLE” COLLANTES El “Guille” Collantes. Su nombre era Guillermo, pero lo llamábamos así, en diminutivo. Tenía varios hermanos, pero él era de mi edad. Era un integrante de la “patota”. Su padre tenía una hacienda en Yanacancha, en las alturas de Cajamarca, en la “jalca”, como llaman a las “punas”. En tiempo de vacaciones el viejo llevaba a sus hijos a trabajar en el campo y casi no lo veíamos, pero nos convencía para ir con él. Mi padre nunca me dejó ir y la vez que aceptó fue por mis constantes ruegos. Recuerdo que bajábamos al río a pescar "charcocas", las cuales desviscerábamos y freíamos en una sartén, previamente con tres piedras hacíamos una improvisada cocina usando como combustible un poco de estiércol o "ichu". Que delicia comer a orillas del río! Conversando y riendo, las horas pasaban volando. Cuando ya empezaba a oscurecer subíamos a la casa hacienda antes de que nos “agarre” la negra noche. En cierta oportunidad, de madrugada me llevaron a cazar venados, acompañados de dos peones, con los rifles colocados en las monturas de las bestias de carga. Subíamos y subíamos por estrechos senderos, yo miraba hacia abajo y pensaba que en cualquier momento me iba a desbarrancar, pero el "Guille" me daba ánimo…" No mires abajo", me gritaba, "…ten la mirada hacia adelante…los caballos saben lo que hacen…saben donde pisan…". Los pobres sudorosos y cansados hundían sus pezuñas en el lodo y entre las filudas rocas, iban jadeando… trepando… llevando su pesada carga. Juvenal, el peón de mas edad, dió la voz de alto. Miró en el suelo el excremento de un animal. "Es de venado", exclamó, "…tenemos que apearnos y seguir a pié, hay que separarse". Arrojó un poco de tierra al aire y continuó "...yo me voy con el Juancho por este lado y ustedes por allá….hay que ir contra el viento para que no nos husmeen, ellos nos huelen a kilómetros…". Se refería a los venados quienes poseen un olfato muy desarrollado. Efectivamente siguiendo las instrucciones avanzamos lentamente con el rifle entre las manos. De repente entre los arbustos, Juvenal nos indicó con la mano que nos detuviéramos y llevando su dedo índice a la boca nos hizo señal de silencio. A lo lejos, a una distancia de unos 100 metros estaban una pareja de hermosos venados. "…son hembra y macho", nos decía en voz baja, "....niño Guille usted le dispara al grande y yo a la hembra. Ustedes…, nos decía al Juancho y a mí, "escojan a cualquiera pero con mucha puntería…por lo menos tenemos que llevarnos a uno…no vamos a venir por las huevas". Nunca había disparado un arma, sobre todo con la intención de matar. De modo que poco me importaba acertar, solo atiné a esperar que ellos lo hagan primero, cuando me tocó mi turno casi desganado disparé sin apuntar al objetivo. Pero la suerte estaba echada para las pobres criaturas de Dios. Desaparecieron de nuestra vista. "Les dimos…les dimos…",gritaba el Juvenal, "los jodimos…. los jodimos…vamos a ver…" Y así fue. Cuando llegamos al lugar, el macho agonizaba y un halo de vapor salía de su hocico. Era su aliento cálido que con el frío se volvía humeante. Parecía que las lágrimas brotaban de sus enormes ojos. "Está llorando el huevón", decía el Juancho. La hembra si yacía muerta, con un orificio en la cabeza. "A ésta le dí yo", exclamaba mi amigo, "tengo una puntería de la jijuna…hoy día comemos hasta cansarnos". Una vez que subieron los cuerpos a los caballos, emprendimos el camino de regreso. Yo estaba impactado. Permanecía mudo y con ganas de vomitar. El grupo respetaba mi silencio y susurraban entre ellos, de seguro se referían a mi, pero no me importaba. Sólo quería llegar a la casa y preparar el regreso a mi hogar. Nunca mas volvería a participar en una experiencia como ésta. Y así fue. Jamás en mi vida volví a empuñar un arma. Amo los animales y a mis mascotas las considero como miembros de la familia. |
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EL TIO “MATAGATOS” El tío Matagatos. Otro personaje de mi barrio. En realidad se llamaba Héctor Silva. Era un caballero de estampa imponente en la que resaltaba sus ojos azules color cielo, un carácter jovial, barba blanca y miles de pecas en su curtida piel. Le gustaba reunirse con los muchachos en la esquina del jirón Dos de Mayo cruce con Leticia. Se acercaba saludando amablemente, estrechando las manos de algunos y palmeando las espaldas de otros. Se integraba a la charla que al momento de su presencia resultaba más amena. Nos narraba sus experiencias de soldado. Batallas épicas que aunque un poco exageradas, mantenía al auditorio en suspenso. Había combatido en el conflicto con el Ecuador allá por los años 1940, producto del cual exhibía orgulloso una herida de bala con entrada y salida en la pierna izquierda, lo que hacía que cojee convirtiendo su andar en muy lento y pausado. En su época de militar, específicamente durante la guerra había consumido carne de gato. Contaba que en varias oportunidades el alimento escaseaba y se veían obligados a comer lo que sea. En algunos casos carne de víbora, de mono, etc y al estar acampados cerca de un poblado, los gatos uno tras otro iban desapareciendo del lugar para terminar en los estómagos de los hambrientos soldados. Es por eso que a cambio de “UN SOL DE ORO” nos encargaba que apenas viéramos un felino en el techo, le avisemos para que de un certero guaracazo el pobre micifuz rodáse hasta caer al suelo. Ese día había alboroto entre las personas que frecuentaban la chichería de la señora Encarna. Se pasaban la voz de que habría banquete en la casa de “Don Héctor” y el desfile comenzaba. De a pocos entraban por el amplio portón donde ya los estaban esperando la fuente de adobo, con papas sancochadas, arroz bien graneado y un oloroso rocoto recién molido. Este suculento almuerzo era remojado con chicha de jora. Tomaban, reían y a una hora determinada comenzaba la jarana. Sonaban las guitarras, el cajón, el violín del cieguito Carlos y la melodiosa voz del canario Johnny Chavarri, un personaje que con sus serenatas había logrado casar a casi todas las parejas del pueblo. Nosotros los jóvenes mirábamos de la puerta hacia adentro. El tío Héctor me buscaba y me alcanzaba la mejor presa, con su gesto me demostraba el gran cariño que sentía por mí, ya que al no tener esposa ni hijos, con frecuencia le pedía a mi madre que lo acompañe. Esto yo lo hacía con gusto puesto que en su huerto abundaban los duraznos, manzanas y un nogal cargado de maduras nueces las que devoraba en grandes cantidades. Muchos años después ya radicando en la capital, seguía manteniendo correspondencia con el tío Matagatos. Me escribía con frecuencia, dándome consejos y pidiéndome que nunca lo olvide. |
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