"Un viaje inolvidable  -  2da. Parte"
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           “Si sienten frío me avisan para ponerles otra frazada. O mejor se las dejo de una vez para que la usen cuando sea necesario”. Nos recostamos y con nuestras miradas recorríamos la habitación. El techo tenía unos vigas atravesadas, las contamos y eran 21. Las paredes eran de adobe pintadas con cal. Una vieja mesa con un candelabro, un paquete de velas y una caja de fósforos. El baúl de ropa. Un arrugado almanaque no se de que años. Dos bacinicas debajo de nuestras camas. Un banco de madera conteniendo un lavador de porcelana y una jarra del mismo metal era todo lo que había en nuestra habitación. El piso era de tierra, bien barrido. Me olvidaba de dos silletas, donde colgaríamos nuestra ropa a la hora de desvestirnos. Apenas transcurridos unos minutos y después de realizar un veloz inventario, nos quedamos profundamente dormidos.
            Nos despertó el olor de la comida. Estábamos desorientados con la hora. Mi hermano apostaba que eran las dos de la madrugada pues estaba totalmente oscuro. Yo decía que no, que no podíamos haber dormido tanto. "Deben ser las 9 ó 10 de la noche", respondía. Mi hermano se puso de pié y tanteando llegó hasta la mesa, cogió los fósforos y prendió la vela. La tenue luz reflejaba su sombra en las paredes, abrió la puerta y alumbró al patio, disponiéndose a salir. Escuché que saludó a alguien e iniciaron una breve conversación, luego regresó y me informó que eran las 8 de la noche. La tía había estado esperando a que nos levantemos para cenar. Apenas hacia unos minutos que se había retirado al velorio de los Espelucín, dejando el encargo con el tío José que nuestros platos servidos los dejaba encima de la mesa. Se había marchado con mi hermano mayor y su hija. Mi tia tenía mucho acercamiento con esa familia, una amistad de años y no podían dejar de asistir de ninguna manera al velorio. Después de cenar salimos a la calle a dar una pequeña vuelta y hacer un reconocimiento del sitio. No había luz. La gente se movilizaba con linternas de mano. Escuchamos un silbido y que mencionaban nuestros nombres. “Nesho...Víctor”, nos llamaban, "somos Julio y Ramiro, los estábamos esperando, la tía Ofelia nos prohibió que les pasemos la voz y que mas bien los dejáramos descansar". Nos juntamos al grupo y nos presentaron a dos amigos. “Él es Vitucho y él se llama Hugo, mas conocido como Chester ¿Podemos ir a la plaza para conversar un rato? .Acordaremos algo para mañana, de repente podemos ir a la “Tranca” a ver como ordeñan las vacas y pelan el trigo. Le diré al tío José que no vaya. En su lugar iremos nosotros. Si es que están de acuerdo claro". “Por supuesto que si", respondimos inmediatamente, "¿ a qué hora salimos?". " A las cinco de la mañana',  me respondió Julio, "tenemos que traer la leche para el desayuno. Este es un trabajo que lo hace todos los días el tío. Pero el viajecito valdrá la pena, ya verán por qué.".
            Sentados en un banco de la pequeña plazuelita nos hacían decenas de preguntas sobre la capital. Si había cinematógrafo. Si había luz eléctrica todo el día, si el agua potable ya se había instalado a domicilio ó todavía era necesario ir a la pìla de la calle con los cántaros para recogerla. Lo que más les  interesaba eran los episodios de las famosas seriales de “Los Halcones Negros”, “Los Tigres del Ring”, "El llanero Solitario y su inseparables caballo Plata y su compañero Toro ”.  Yo tenía cierta habilidad para la narración. Lograba mantenerlos extasiados. Nadie hablaba. Ninguno me interrumpía. Miraba los  ojos desorbitados de todos. Y por ratos exageraba en mi estilo para escuchar:  “Ohhhh... qué Bárbaro...Pa’ su macho”. Mi hermano conocía estos pequeños trucos y me miraba sonriendo. Después de unas horas decidimos despedirnos. Nos dimos las manos y quedamos en que mis primos se encargarían de pasarnos la voz, a la hora acordada. Ramiro nos explicó que teníamos que aprender el silbido para identificarnos de inmediato. Lo emitió tres veces y nos hizo repetirlo. De ahora en adelante esa sería la señal para todas nuestras actividades.
             Al retornar a la casa e ingresar, miré al fondo, noté la pequeña lumbre del cigarrillo del tío José y su clásico carraspeo. Nos desvestimos para disponernos a descansar. Al recostarnos noté que las sábanas parecían húmedas. Era por el frío. Me cubrí con las gruesas frazadas chotanas. Nos dimos las buenas noches con mi hermano. Oré en silencio. Mi madre me había enseñado a hacerlo: “
En las cuatro esquinas de mi cama, hay cuatro ángeles: Juan, Lucas, Marcos y Mateo. Cabecera y cama del niño Jesús. Dios adelante y yo tras él. Dios conmigo y yo con él”. Ya estaba protegido. Ellos velarían mi sueño. Fue difícil dormir. Estar en cama extraña, el silencio sepulcral, el croar de las ranas, el crick crick de los grillos me  mantuvieron despierto no se hasta que horas. Pensaba en mis padres, en esta tierra aún desconocida. Noté que dos lágrimas cayeron por mis mejillas. Estaba llorando y me avergoncé de hacerlo.
             Un rato después escuchamos los silbidos. Prendimos la vela. Nos lavamos las caras y los dientes. Luego nos cubrimos con gruesas ropas y salimos. Julio y Ramiro jalaban un borrico y una mula, está última llevaba en sus lomos costales de afrecho. Abrieron las dos hojas del portón y nos dispusimos a iniciar la corta travesía.
             "Nesho*, como menor, que suba al burro", dijo el mayor de mis primos, "nosotros iremos detrás". Cogieron de las sogas al bruto. Uniendo sus manos como un pedestal me indicaron que ponga uno de mis pies para impulsarme y subir a la bestia, me acomodé en el horcón de maderos que hacía las veces de silla y cogí las riendas para conducirlo. Era la primera vez que lo hacía, sentía miedo, los primeros pasos traté de dominarlo, pero fue imposible, su descomunal fuerza era superior a la mía. Julio me explicaba que ya el burro conocía el camino, que no haga intentos por controlarlo. El pueblo era chico. Muy rápido dejamos sus calles. Ya estábamos por el puente que marcaba la zona urbana con la rural. Desde allí el camino estaba cubierto por vegetación donde predominaban las enormes pencas en ambos lados, sus espinosas puntas lucían amenazantes. En realidad la ruta era estrecha y de herradura.
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(*) : Nesho = Nombre familiar con que se llama a Nelson
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