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"Un viaje inolvidable - 2da. Parte" | ||||||||||||||
Pag. 3 | ||||||||||||||
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El terco animal buscaba las espinas para rascarse. Se pegaba a ellas para restregarse, pero a mi se me clavaban por los brazos, lo jalaba de las riendas para que se aleje sin conseguir mi propósito, por lo que atemorizado pregunté: “Que hago?, no me hace caso, mejor me bajo”. Fue Julio que contestó: “Jálalo de la soga para que voltee el pescuezo para donde tu desees a la vez que le clavas los talones en la panza”. Así lo hice. De inmediato -por que el dolor era intenso- comprobé que esto daba resultado. Y le cogí el truco. Todos reían. Mi postura para montar era rígida, me comparaban con "Cristo de Ramos" montado en su pollino en semana santa. De aquí en adelante aquel burro se convertiría en mi inseparable compañero. Cada vez lo montaba con más destreza. Infinidad de veces fuimos por el mismo sendero. Lo bauticé como “Flash”. Era lógico que este nombre causaba mucha hilaridad al grupo. Al llegar a la “ Tranca” ya estaba empezando a amanecer. El paisaje era precioso. Parecía una postal ó la fotografía de un almanaque. El rojo cielo impresionaba, parecía lava ardiente. El sol salía y tambiene ocultaba detrás de unas nubes. Nunca había observado algo similar. Quedé embelesado observando este espectáculo. Escuchaba el trinar de los pájaros. La naturaleza estaba despertando. Las aves se regocijaban. Aspiré profundo llenando de aire fresco y puro mis pulmones. Comprobé entonces que amaba esa tierra y el campo y todo lo que había en él. El aroma fresco del pasto, las flores mojadas por el rocío, el murmullo del riachuelo, su colorido, la tranquilidad, la paz, su silencio y su tristeza. Mis primos bajaron los bultos y los poronguitos vacíos para llevar la leche. Me indicaron que baje, que iríamos a ver el ordeño. Así lo hice. Caminamos un pequeño trecho hasta el establo. Dos campesinas estaban en cuclillas atando con unas pequeñas soguillas las patas traseras de las vacas. Unos baldes de latón estaban al costado. Al reconocer a mis primos le preguntaron: “¿No ha venido don José? ¿Está enfermo ó algo le ha pasado?” . "No", contestó Ramiro, "él se quedó, le hemos pedido venir en su lugar para que mis primos vean como son las cosas por acá, quieren verlas ordeñar, las miraremos desde acá, no las interrumpiremos". Con ambas manos exprimían con destreza las hinchadas ubres. La leche humeante caía en los baldes. Una de ellas introdujo un pequeño vaso y me lo ofreció diciéndome: “Pruebe niño, está caliente le hará bien”. Recibí el envase y me lo llevé a la boca. Qué delicia!... Muy diferente a la que tomábamos en casa. Me indicaron que antes de regresar vayamos al arroyo donde se encontraba Juvencia pelando el trigo. Me llamó la atención el método empleado. Usaba ceniza para refregar el cereal hasta botarle toda la cáscara. En un mate me alcanzó un poco y me pareció agradable. Yo lo había probado como ajiaco, como complemento del shambar, como guarnición acompañando los cuyes fritos pero nunca en ese estado. “Niño Ramiro", le dijo a mi primo, "tiene que llevar el trigo por que mi mamita Ofelia lo necesita. Ya está listo, ahorita le doy una última enjuagada y se lo envuelvo en el tocuyo. Deme un ratito para alistarlo”. Casi para retornar, ingresamos a una habitación que hacía las veces de depósito de granos, Julio comenzó a rebuscar algo entre la paja y sacó tres enormes chirimoyas. “Menos mal que las encontré. A veces se me refunden y se van hasta el fondo...Ya están maduras...las comeremos durante el camino de regreso”. Así fue. Ya de retorno, montado sobre "Flash", saboreaba el dulce fruto. Todo me parecía delicioso.Los sabores se concentraban en mi paladar. Agradecí por haber venido y gozar de esta grata experiencia. Tataría de vivirla con frenesí, con mucha pasión infantil, no siempre la vida brindaba esta oportunidad. Lo tomé como un regalo de Dios. Cuando hicimos nuestro ingreso a la casa ya mi tía estaba inquieta por la demora. Esperaba la leche para el desayuno. Al mirarnos a mi hermano y a mí se contuvo en la llamada de atención a sus sobrinos. “Creí que estaban durmiendo", nos dijo, " para que se han levantado tan temprano?”. Mi hermano le respondió: “Les pedimos a mis primos que por favor queríamos acompañarlos. Ha sido un paseo muy lindo. ¿Podemos hacerlo siempre tía?, espero que aceptes, no sabes lo bien que la estamos pasando...” Estos diarios paseos se efectuaron durante todo el tiempo que permanecimos allí. Mi tío José se vio librado de esa tarea, pero igual, siempre paraba ocupado. En silencio, con la cabeza gacha, masticando su coca trabajaba de sol a sol. ¿Algún día le arrancaríamos algunas palabras? El tiempo lo diría. No había apuro alguno. Logramos hacer muchas amistades, todos los muchachos de nuestra edad se interesaban en conocernos, por eso que veíamos poco a mi hermano mayor. Alejandro estaba en otras cosas. Paraba todo el día en la casa de Lucrecia su linda enamorada. Organizaban bailes, partidas de naipes, rara vez coincidíamos a la hora de almuerzo ó de comida. Esto no nos preocupaba. Vivíamos nuestra felicidad aparte. Pasaron los días y semanas, mi tía tenía razón, habíamos engordado. Su comida era excelente, los postres ni que decir. Probé el famoso “Jetón” elaborado con la cabeza de chancho, frijoles y trigo, la "chochoca mingada” una espesa sopa con harina de maíz y carne de carnero ó de chancho, los “cushales" de harina de arvejas ó de habas, “mote con chicharrones”, “cuy frito con su picante de papa”, las "cachangas fritas ó al tiesto” que se comían especialmente cuando molían café y lo pasaban, el "estofado de gallina” remojado con su chicha de aloja, “quesillo con miel”, la “chancaca batida con maní”, el "dulce huarapo de caña” e infinidad de frutas como limas, naranjas, chirimoyas, nísperos y guabos. En una oportunidad llegó a la casa un personaje muy singular. Vestía traje de cazador, con casco y polainas. Venía del valle de Condebamba de paso a Cajamarca. Mi tía nos mandó llamar y al ingresar a la habitación conocimos al famoso tío Segundo Llaque. Después de un efusivo abrazo nos explicaba que se había detenido para tener noticias nuestras e informarle al padre de nosotros. Una vez al mes realizaba ese viaje para acudir a la gallera y jugar sus gallos de navaja. Prometió que a su regreso nos recogería para llevarnos a su hacienda. No era posible que estando tan cerca aún no lo hayamos visitado: “Yo soy su tío", nos indicaba, |
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