Brenes

 
 
 

Sólo el brene es capaz de recordar su nacimiento. De todo el reino animal, sólo su memoria simple guarda nítidamente ese impresionante recuerdo: las imágenes, los sonidos y las sensaciones del momento en que su alargado cuerpo brotó de alguna fría piedra del desierto. Y desde entonces esa tibia noción, mezcla de agradecimiento, admiración y ternura, se va cultivando en su incipiente espíritu. Cada vez que se arrastra penosamente por las arenas o entre la maleza seca; cada porción de energía que derrocha para arrastrar fardos de alimento más pesados que él mismo, cada vez que el peligro alerta sus agudísimos sentidos, cada instante de su vida está dominado por el sobrecogedor momento en que fue arrojado al erial seco y frío.

Muchos estudiosos opinan que los brenes adultos adhieren sus huevecillos a los cuencos naturales de algunas rocas, y que ésa es la razón que hace creer a los recién nacidos haber brotado de la roca misma. Otros científicos afirman tener pruebas a favor de la teoría de la petrogénesis de estos bichos. Pero los brenes no tienen forma de cuestionar algo que sus propios ojos vieron: su propio cuerpo brotando de la roca. Como tampoco pueden ignorar que ése fue el primer instante en su vida en que padecieron frío y hambre, y menos dejar de recordar su alumbramiento como el arribo a un mundo hostil y peligroso.

Algo en su lógica animal y rudimentaria les hace suponer que un origen libre de tales quebrantos se esconde dentro de las pusilánimes rocas que los vieron surgir. La actitud de los brenes hacia sus pétreas madres va más allá de la ligazón filial y adquiere con frecuencia características de culto. Ellos sólo comen la tercera parte de los víveres que recolectan, el resto lo depositan junto a sus rocas (con frecuencia estas ofrendas se pudren o son saqueadas por otros animales conocedores de las costumbres de los brenes); y cuando se acerca una fiera, gruñen mientras descubren sus diminutos dientecillos. De cualquier modo, los depredadores los desprecian por el desagradable sabor de su carne.

En las álgidas madrugadas de invierno, cuando todas las bestias del desierto buscan el refugio de las tibias madrigueras, los brenes extienden su cuerpo membranoso sobre sus peñas; con frecuencia mueren de frío, cobijándolas inútilmente.
 

 


 
 
 
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Diseño y contenido © MCMXCVII Ricardo Alemán
Las ilustraciones de mi página son una cortesía de José Luis Moreno