Tengo una cita en la estación
antigua de Barracas,
ese lugar de las postrimerías
en donde Buenos Aires
concentra pasados y fracasos,
parcas ilusiones
y la zalema que le hace
a su destino desde las madreselvas
y la ribera azul de su melancolía.
Un barco llegará hasta
allí, navío de juguete
que arribará sin
dioses o fantasmas, ni anclas
aunque no carente del lastre
que le permitiera fondear
en los abismos ciegos del
delirio,
en esa procesión
sin rumbo a la belleza
a que lo condena el capitán,
sin brújula, sextante
u otro instrumental capaz
de llevarlo a costas protegidas.
Seguramente me adormilara
el ruido de los trenes
y la puesta en escena de
mi pequeño drama
se postergó igualmente.
La mansedumbre de la tarde
me llevó hasta allí
y me volvió el rencor
de una verdad desnuda de
posibilidades:
rastrera y furtiva histriónica
reía
desde su miseria.
Buenos Aires, 12-XII-1998