Fantasmas a quienes la historia
de tu necedad solaza en el vacío
su risa de matraca inútil
hacen oír bajo las marquesinas donde
se regodeaba en enero el
cielo intermitente del verano
y la alegría aquélla
que en vos concitaba añoranzas como una vaharada impropia
su efímera substancia
disolvía entre las nubes.
(¿Dejó algún mensaje el mundo cuando cobró existencia?, preguntabas,
esos parajes de ayer, que
nunca fueron, las breñas, por donde se escurrían
los peces asfixiados y cuya
búsqueda nunca te deparó la instancia de la sabiduría,
¿existirán
aún en el confín del tiempo y la esperanza?).
No requiere tutores el fracaso ni la vida un dios que la apuntale;
solamente la fiebre es capaz
de alzar los remolinos del fastidio
hasta un cielo tan alto
que los trague
y selle esta verdad de hoy,
un remilgo de ser que continúa
entre los peces que nunca
regresaron a sus mares.
Monte Hermoso, julio, 1998