III    LOS RELATOS FABULADOS

BREVE HIPÓTESIS SOBRE UN MUNDO DESPOJADO









Todo parece indicar que Dios enfureció una vez cuando, en otra galaxia, en un eón distinto, se propuso crear nuevamente a los humanos.

Le otorgó al mundo, en aquella oportunidad, la forma de esas bolas chinas de marfil que se tallan unas adentro de las otras, cada una con motivos diferentes.

Las independizó entre sí y controló sus giros.

Se dijo, mientras las observaba: "Aquí hay de todo, climas apacibles, plantas alimenticias, bellos y mansos animales. Convocaré, por ende, a mi criatura predilecta".

Del dicho, al hecho. Giró una de las bolas y resultó un glorioso tipo humano que, viéndose solitario, en lugar de lamentarse, no dejaba de sonreír admirándose en las aguas.

Giró otra bola, y otra, y luego otra.

Hasta que hizo aparecer a un segundo tipo humano, un grupo intolerante, que, apenas se percató de quien aún contemplaba su silueta en el lago, lo arrojaron a su profundidades.

Mas, como éste sabía nadar, se unió a la progenie de la tercera bola y atacó con saña a los segundos, justificando su venganza en la razón de que sus ropas habían encogido con la mojadura.

Entretanto los anteriores combatían, la cuarta generación se fortaleció en los bosques.

La quinta fue de unos negros espléndidos que cantaron y danzaron sin descanso, sin desfallecer, dando loas a su Señor que los había creado.

La sexta, en cambio, dedicó sus esfuerzos y ahínco a la investigación científica, hasta el extremo de inventar un virus, mutante y selectivo, que hizo posible una pandemia. La "melanodermiosis" que, rápidamente, acabó con los adoradores, y un extraño gas compuesto, denominado "azarina", que dispersó en la atmósfera.

La séptima aparición fue toda de santones que practicaban el bien con humildad.

Pero ya era demasiado tarde para Su Dignidad. Dejó las esferas libradas a sus propios movimientos, que las descontrolaron y de sus vueltas, entonces, procedieron seres bestiales o encantadores que, alternativamente, aterraban o embelesaban a los antiguos hombres y a cuantos seguían todavía emergiendo de su desorbitancia.

Hasta que, desequilibradas, estallaron en el cielo en miles de pedazos que se dispersaron junto a las demás constelaciones,

provocando una admiración momentánea entre los hombres,

que se abocaron de nuevo a sus rencillas tribales, a luchar contra los monstruos engendrados por la furia de los giros desproporcionados o a defender las criaturas prodigiosas (nacidas en el mismo parto) que los maravillaban del gas "azarina" que se multiplicaba como un plasma vivo,

letal para la delicadeza y ternura de esos seres,

ambrosía para sus gemelos, las bestias multiformes y dañinas.
 

Buenos Aires, diciembre 1996.



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