Nuestra América: una sola patria |
El 25 de abril de 1507 se publicó en Saint-Die, ciudad de Lorena, al noroeste de Francia, un libro que contenía un mapa plegado en su interior. Su título era: "Introducción a la Cosmografía. Con los principios de geometría y de astronomía necesarios para ella. Además, los cuatro viajes de Américo Vespucio, así como una descripción del cosmos, tanto en forma plana como en la de globo, de todas las partes ignoradas por Ptolomeo y que han sido descubiertas hace poco tiempo". Este trabajo fue obra de un equipo de intelectuales entre los que se encontraban: Vautrin Lud, Nicolás Lud, Mathias Ringmann (poeta), Martin Waldseemüller (dibujante y cartógrafo, dueño de una imprenta) y Jean Basin (vicario y notario). El libro, escrito en latín, contenía un resumen de todo el conocimiento geográfico que se había recogido hasta fines del siglo XV. Describía la esfera de acuerdo a Ptolomeo, pero integraba las nuevas dimensiones del mundo, dadas a conocer por Américo Vespucio. En el Capítulo V, Vespucio es reconocido como el "descubridor" y, en los Capítulos VII y IX, se propone el equipo de intelectuales denominar con el nombre del florentino a las "nuevas" tierras del mundo: "Y la cuarta parte del mundo que porque la descubrió Américo sería lícito llamar Amerigen,'tierra de Américo o América' (...) Ahora que verdaderamente estas regiones están ampliamente exploradas, y otra cuarta parte (como se oiría después) fue descubierta por Américo Vespucio, la cual no veo por qué alguien puede prohibir que se le dé el nombre de su descubridor Américo..." En el mapa del globo terráqueo que acompaña este texto (1507) se estampa el nombre "América" y es a partir de este hecho cuando este nombre se populariza, por la importancia de la cartografía y la ayuda de la imprenta. De esta manera la cartografía convierte al "Nuevo Mundo" en "América". En principio esta denominación abarcaba únicamente las costas ubicadas en el norte del continente sur (Venezuela y Brasil); luego se fueron incorporando a este registro las tierras del sur y a partir del mapamundi de Gerardo Mercator (1538) todo el resto del continente. Las "Indias" fue el primer nombre histórico, universalizado, utilizado por los historiadores y conquistadores para referirse al "Nuevo Mundo". Este nombre se manifestó en las relaciones de los conquistadores y en la historiografía. Al poder del testimonio historiográfico se sumó el poder del Estado, ya que oficialmente los territorios incorporados a la Corona se llamaban las "Indias" y las leyes y ordenanzas fueron hechas para la Gobernación de las "Indias". Sin embargo aquel nombre, surgido de un equívoco, fue desplazado. América es pues, el nombre geográfico para todo el continente, definitivamente consagrado por la cartografía desde el siglo XV y por el universal consenso desde el siglo XVIII, cuando España aceptó reconocerlo. Pero el asunto del nombre de América ha sido un tema ampliamente debatido a lo largo de nuestra historia. En el siglo XIX, luego de formarse los Estados Unidos de América (4 de julio de 1776) y durante la consolidación del imperialismo económico norteamericano -nacido de turbios intereses comerciales-, el nombre "América" comenzó a ser utilizado por los dirigentes de aquel país a falta de un nombre que lo definiera como nación, y a partir de ese momento se inició la confusión con el nombre del continente entero, producto de esa apropiación absolutamente ilegítima. De esa "apropiación" que instauraba dos Américas, surgió la contribución intelectual más abarcante y orgánica de la especificidad cultural americana: el "Ariel", del uruguayo José Enrique Rodó, publicado en el año 1900. Su interpretación vino a coronar casi un siglo de esfuerzos de autodefinición del mundo americano que comprendió desde las formulaciones iniciales del americanismo por el venezolano Andrés Bello, pasando por los apremios políticos de la generación romántica, hasta el antiimperialismo de la fase modernista. Luego de trescientos años de fermentación y configuración colonial de nuestra cultura, nuestro siglo XIX estuvo preparado para estrenar libertad. Pero el tamborileo de la guerra había cesado y continuaba en nuestras mentes la cadena imperialista. Apareció Rubén Darío y con un grito estético hizo realidad la conseja de Bello de emanciparnos culturalmente. Al grito rubendariano se sumarían Martí, Rodó, Lugones, Santos Chocano, Blanco Fombona, Mariátegui, entre tantos otros, que bajo el signo de la búsqueda de identidad ensayarían un aguerrido americanismo. Aguerrido americanismo que no desdeña su pasado y que en su acercamiento al ayer nos devuelve una imagen clara de nuestro futuro: "La cultura de la América Española, tan hambrienta de modernidad, posee una tradición. Sin el conocimiento de esta tradición, corremos el riesgo de convertirnos en el basurero del dispendio industrial. Recibimos series de televisión obsoletas, tecnología obsoleta, armas obsoletas e ideas económicas obsoletas en generosa abundancia, pero a muy altos precios. La tradición es un conocimiento propio que permite escoger sin miedo lo mejor o lo más útil de otras culturas y enriquecernos con ellas. Sin la cultura de la tradición, careceríamos de la tradición de la cultura: seríamos huérfanos de la imaginación", dijo al respecto el escritor mexicano Carlos Fuentes. En diferentes momentos históricos se ha debatido acerca del nombre de las porciones que conforman el continente, en algunos casos como producto de esa mutua incomprensión que caracteriza, en principio, las dos grandes mitades del continente, una comprendida por Canadá y Estados Unidos y la otra por lo que conocemos como América Latina, denominación inventada por los franceses específicamente por intereses políticos y militares, la cual según el uso político y las organizaciones internacionales está conformada por Hispanoamérica (territorios del área cultural hispana), Brasil, Guyana y parte de El Caribe. Pero América Latina no es sólo una entidad geográfica sino una realidad distinta, precisa, palpitante y compleja. La búsqueda de nuestra identidad: una sola patria Acaso lave la culpa histórica de la conquista española en América, en la corriente de los siglos, el haber poblado el continente del porvenir con naciones de una misma familia que, en cuanto salgan de la infancia brutal, sólo para estrechárselas tenderán las manos. José Martí A la llegada de los europeos este territorio estaba conformado por pueblos aborígenes muy diversos que hablaban distintas lenguas. Irónicamente es el proceso de hispanización lingüística y de adoctrinamiento cristiano, impuesto por los españoles, el primer elemento cohesivo para una buena parte de este vasto territorio. Los individuos son formados por la cultura a la que pertenecen y es esta cultura la que moldea su manera de concebir el mundo y sus relaciones interpersonales. La cultura occidental, las estructuras institucionales europeas nos fueron impuestas en principio, luego las heredamos y las asumimos, por causa del mestizaje. En la América prehispánica (si es que se puede hablar de "América" antes del proceso de colonización) se hablaban unas 1.230 lenguas de estructuras totalmente disímiles. Para lograr con éxito el adoctrinamiento en la fe cristiana se ordenó: a todos los indios sea enseñada la lengua Española, y en ella la doctrina Christiana, para que se hagan más capaces de los Misterios de nuestra Santa Fe Católica, aprovechen para su salvación y consigan otras utilidades en su gobierno y modo de vivir (Real Cédula de Felipe IV del 2 de marzo de 1634). Está claro que los habitantes de América tampoco constituían una unidad en el aspecto étnico y cultural, al contrario, eran heterogéneos entre sí tanto los grupos indígenas dispuestos a lo largo y ancho del continente, como los esclavos africanos traídos a éste. Es innegable que lo que impulsó realmente la hispanización de América fue el mestizaje, las uniones entre españoles e indios crearon fuertes lazos culturales e hicieron posible y necesaria la confluencia de ambos grupos étnicos, a los que luego se sumarían otros. Pero al mismo tiempo que en América era impuesta la cultura europea, Europa también se estaba americanizando, es decir, incorporaba elementos de nuestra diversidad cultural americana a sus formas de vida. Nos fuimos descubriendo mutua y sorprendentemente. América, entendida como un mundo que se opone a los prejuicios y desigualdades europeas; América, nacida desde la diferencia y la diversidad, tiene desde sus inicios una misión unitaria, "superior al nacionalismo y al mesianismo étnico que atribuyamos a sus respectivas zonas", como diría Picón Salas. La existencia de un término nos hace creer que la denominación a la cual se refiere es una entidad con existencia propia, por eso al buscar una respuesta a la pregunta ¿Qué es Latinoamérica? podemos responder de diferentes maneras, pero siempre nos queda una sensación de no haber encontrado la respuesta justa. Podríamos decir que es la parte subdesarrollada del continente, que es una unidad geográfica, delimitada, habitada por una nueva raza en la que confluyen diferentes etnias y culturas. Pero, ¿podemos hablar de una unidad de conciencia que abarque el ser latinoamericano, en una región donde la mayor parte de la población es analfabeta y ni siquiera puede imaginarse el mundo como un planeta conformado por continentes? La tan pretendida unidad ha sido siempre una búsqueda incesante de identidad, un mirarnos a los ojos y reconocernos como ente posible, con características intrínsecas, identificables. No somos un apéndice de la cultura mediterránea, no somos una mezcla de ignorancia y pintoresquismo de postal, no somos parecidos a nada, nuestras ciudades, montes, llanuras, picos y montañas no son una caricatura de Suiza, Bologna o Venecia. Algo está claro, no puede entenderse lo que es la Latinoamérica sin comprender a Bolívar, a Artigas, a Martí, a San Martín, a Rodó, a Juárez. Ellos no negaron la cultura europea que nos fue impuesta y luego heredamos -tarea imposible e inútil por demás-; por el contrario, con ella, desde ella y a pesar de ella, soñaron repúblicas americanas libres. "Nuestra América" -como diría Martí- humana, unida, blanca, rojiza, negra, parda, base fundamental de su pensamiento integrador, "Nuestra América", búsqueda incesante...
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