EL PARO Y SUS CONSECUENCIAS

 

Abdel M. Fuenmayor P.

La suspensión de gran parte de las actividades económicas y de los medios que las sustentan, en especial de la extracción, distribución y venta del petróleo y de la elaboración de sus derivados, ha traído y traerá por largo tiempo grandes y funestas consecuencias para la vida de la mayor parte de los habitantes de este país. No se escaparán, por supuesto, las clases medias (que con ceguera y obstinación apoyan el paro subversivo con un fervor digno de mejor causa) de los efectos deletéreos que sobre su inveterado bienestar causará este paro decretado por una muy reducida minoría de personas, quienes, ellas sí, no sufrirán las consecuencias de tan nefasta decisión. Esta minoría tiene, en efecto, grandes medios de fortuna extraídos de este país de modo ilegítimo (y hasta ilegal) y a expensas del despojo de sus mayorías de menos recursos; fortunas que los depredadores, para asegurar la continuidad de su disfrute sin riesgos ni temores, han depositado en bancos o han invertido en bienes en los países poderosos (EE.UU., Unión Europea, otros) para enriquecerlos más todavía a costa del progresivo empobrecimiento de sus propios países. El paro, promovido y manejado por esas minorías archicriminales, conducirá inevitablemente a una situación de desastre económico cuyas consecuencias apenas si comienzan a entreverse y cuya extensión en el tiempo será muy larga. Hasta ahora, lo más visible es la escasez de combustible con toda la gama de retrasos, incomodidades y obstáculos de todo género a las actividades de producción y distribución de bienes (alimentos, bebidas, medicamentos, insumos para la prestación de salud, repuestos, ropa, etc. ,etc.), al funcionamiento de los planteles de educación y al de todos los servicios públicos. Pero, además, en el tiempo transcurrido desde que se inició el paro hasta la fecha actual, el Estado venezolano ha dejado de percibir por la paralización o disminución acentuada de la venta de petróleo y sus derivados una suma por encima de la tercera parte del ingreso anual nacional. A esto se le agrega la disminución abrupta y acentuada de divisas por la brusca paralización del movimiento turístico y por concepto de la disminución de algunas exportaciones no tradicionales. Todo ello representa un golpe muy duro para la economía del país, que tendrá las más graves repercusiones sobre la clases de pocos recursos, pero de las que no estarán exentas, como ya dijimos, la mayor parte de la hasta ahora holgada clase media.

 

Un paro de esta naturaleza traerá consigo un incremento sustancial de la pobreza, de la miseria, del desempleo, de la criminalidad; sembrará el desconcierto social y cobrará un gran número de muertes y agravamiento de enfermedades por la insuficiencia de medios para combatir los problemas de salud. Obligará al Estado a recurrir a un aumento de los impuestos, a medidas para evitar la continua fuga de divisas y a ejercer un control más estrecho sobre las importaciones, todo lo cual tendrá efecto negativo sobre la marcha de la economía en el país. A cambio de esto, ¿cuál ha sido el resultado de este paro?, ¿qué beneficios ha traído a la oposición contra el gobierno? Por ningún lado se ven: el paro sólo revela la escasez de inteligencia, de sagacidad y de criterio de sus autores, y, sobre todo, su carencia de todo escrúpulo, su inclinación al crimen, su indiferencia ante el sufrimiento humano y su desprecio por el destino de su país. ¡Y pensar que esta pequeña horda de criminales exhibe ante los medios de comunicación social, con pedante arrogancia y con descarado cinismo, su brutal hazaña, seguros de una impunidad pasmosa e incomprensible en cualquier otra región de un mundo civilizado!

 

“Todos tenemos que sacrificarnos”, declaró con el mayor desparpajo y a modo de justificación uno de los cabezas visibles de este tristemente famoso paro. No. No todos; no quien lo dijo ni quienes están por detrás moviendo los hilos de los títeres. Los autores y promotores del paro, como ya dijimos, están exentos, a salvo, con su maleta lista y su avión particular con los motores encendidos para, si es preciso, escapar de cualquier amenaza real o presentida. El paro es una acción inicua contra el pueblo pobre y una burla sangrienta para el sector de clase media que cándidamente los apoya.

 

Los motivos que condujeron a esta minoría golpista a urdir y llevar a la práctica semejante desafuero se pueden separar en dos clases: los aparentes y los reales. Los aparentes, los que declara insistentemente esta minoría y que multiplica a coro la oposición, son de tan pobre calidad argumental y de tan escasa racionalidad que bien podrían servir para el argumento de una farsa cómica en un teatro burlesco. Se dice, por ejemplo, que el paro obedece a “la desobediencia civil” porque el gobierno es una dictadura cuando la verdad pura, simple, radiante y abierta es la de que jamás había existido antes en este país una democracia más plena, más tolerante y más respetuosa de las libertades individuales y de grupos. Buena prueba de ello es la existencia y la persistencia de una oposición que utiliza medios antidemocráticos, violentos y criminales para derrocar, por cualquier medio, a un gobierno emergido de la voluntad mayoritaria del pueblo. Otra afirmación ridícula, engaña-bobos, es la colosal mentira de que el Presidente Chávez es comunista y piensa instalar una dictadura de este corte en el país. Salta a la vista que esta especie, convenientemente regada por todos los medios ejerce un poderoso efecto sobre las mentes que se niegan a pensar y sólo son arrastradas por instintos y emociones hábilmente explotados por una propaganda científicamente dirigida a someter sus facultades. Chávez no es comunista, nunca lo ha sido ni comparte las tesis o prácticas de un sistema de esta naturaleza, aunque, bien claro debe estar, haya cierta afinidad en su ideario con cualquier otro que se proponga como objetivo primordial la justicia social y la independencia nacional. Además, ningún gobernante hoy día podría ser tan torpe como para intentar establecer una dictadura comunista en un país como Venezuela, latinoamericano y productor de petróleo por añadidura, para afrontar, pocas horas más tarde, la invasión militar del poderoso gigante del Norte. Otros pretextos como los mencionados, igualmente absurdos y falsos, no ameritan comentarios adicionales. Son sólo eso: meros pretextos inadmisibles para ocultar los motivos reales que no son otros que el ansia de poder para beneficio personal o el de minorías privilegiadas que se han enriquecido grandemente por la expoliación a que someten a las masas pobres, por la apropiación indebida de la mayor parte de los ingresos nacionales y porque entran en complicidad con los imperios mundiales para la explotación de los recursos de estos países marginales.

 

El descaro de la oposición ha llegado al extremo de culpar al Gobierno del Presidente Chàvez de las consecuencias de este infame paro. ¡Y buena parte de la clase media cree este infantil despropósito! Sucede lo mismo con el criminal que descarga sus actos perversos sobre las espaldas de otros y se sacude de cualquier responsabilidad que pueda tener sobre esos actos. Por ese camino, nadie es culpable. Los culpables son la sociedad, el grupo familiar, el vecino, el destino, los dioses, los ocultos demonios o quién sabe qué poder desconocido. Pero, si se renuncia a la responsabilidad por las conductas, caemos en la ley de la selva: nadie es culpable, nadie es responsable, todos y cada uno pueden hacer lo que quieran. Además, visto que la oposición no acepta las reglas del juego democrático, esa democracia que ella exalta y en cuyo nombre actúa se revela como un disfraz hipócrita de los reales propósitos y de los verdaderos motivos que guían a las fuerzas opositoras: derrocar el actual Gobierno cualquiera que sea el medio, sin reservas o frenos morales, indiferentes a quienes (ellos a salvo) y cuántos sean los afectados y a la intensidad del daño que produzcan. Habrá, quizás, otra oposición legítima por sus fines y sus medios; que repose en tesis argumentadas (que no han de faltar) contrarias o diferentes al proyecto del actual Gobierno, y que utilice procedimientos legales y democráticos para combatir ese proyecto. Hasta ahora, sin embargo, esa otra oposición, si es que existe, está muda, invisible, inaparente. ¿Será que ella es sólo una fantasía?

Mérida; Febrero de 2003.

Abdel M. Fuenmayor P.

 

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