EL DIA QUE MATARON A LAS NACIONES UNIDAS
Por: Andrés Soliz Rada
A las 2.30 GMT, del jueves 20 de marzo de 2003, instante en que portaviones de EEUU dispararon los primeros misiles contra Irak, fue aniquilada las Naciones Unidas (NU). Su nacimiento tuvo lugar en San Francisco, EEUU, el 26 de junio de 1945. Su existencia se prolongó por 57 años, 8 meses y 24 días. Se podría ser más preciso si se restan los días de los años bisiestos. Aquel ya lejano 26 de junio, jubilosos representantes de 50 países suscribieron la Carta de Fundación de la ONU a la que dotaron de avanzados ideales, anhelos y esperanzas de la humanidad. Había llegado el momento, según los delegados, de terminar con los holocaustos bélicos y abrir horizontes de paz, justicia y felicidad al género humano. En una mezcla de profundidad reflexiva y sentido común, se reconocía la igualdad jurídica de los Estados, el respeto a las soberanías nacionales, a la autodeterminación de los pueblos y al principio de no intervención de un Estado en los asuntos internos de otro. Así se fortalecían los cimientos de la diplomacia contemporánea.
El equilibrio bélico entre EEUU y la URSS garantizaba esas aspiraciones. Ambas superpotencias se arrogaron, de entrada, el derecho a veto dentro del denominado Consejo Seguridad, prerrogativa que se hizo extensiva a Francia, Inglaterra y China, por haber contribuido a la derrota de Alemania, Italia y Japón, en la Segunda Guerra Mundial. Ese Consejo fue ampliado progresivamente hasta llegar a los quince miembros actuales (cinco permanentes y diez no permanentes). Al quebrarse el equilibrio armamentista, por el desmoronamiento del muro de Berlín, en 1989, y la desintegración de la URSS, en 1991, las NU se convirtió en incómodo chaleco de fuerza para EEUU, que al gozar del unipolarismo militar no veía el por qué no disfrutar también del unipolarismo económico y político, imponiendo una dictadura planetaria, capaz de convertir a los demás países en Estados vasallos.
Con esa meta, el complejo industrial militar, que es el poder real en Washington, socavó día a día la autoridad del Consejo de Seguridad, cuya autorización no fue requerida para que EEUU invadiera Granada y Panamá o para desembarcar tropas en Kosovo. A fines de 2002, la "nomenklatura" del imperio consideró oportuno difundir la Nueva Estrategia de Seguridad Nacional de EEUU, basada, primero, en el no acatamiento a las resoluciones de las UN, en su supuesto derecho a desatar guerras preventivas y en su rechazo a los fallos del Tribunal Penal Internacional. Se había configurado, en consecuencia, un Nuevo Orden Mundial, con un Estado sátrapa decidido a imponer su voluntad a los demás Estados siervos.
Sin olvidar que lo importante no sólo es tener el poder sino ejercerlo, la locomotora nuclear estadounidense, que arrastra a vagones cargados de oportunismo e indignidad, como Inglaterra y España, decidió aplastar a Irak, a tiempo de dejar claramente establecido que las NU son tan inútiles como un cuchillo de madera. Bush y Blair saben que atacar un país sin autorización del Consejo de Seguridad, los convierte en criminales de guerra. En este caso, no importa la redundancia o la insistencia: Bush y Blair son criminales de guerra y ni todo el poderío nuclear reunido en sus puños puede invalidar este calificativo, basado en las normas de las UN, vigentes para los países no involucrados en el genocidio iraquí.
El Nuevo Orden Mundial transformará a las NU en una entidad instrumental al servicio de EEUU. Su derecho a veto servirá para negar el veto que poseían otras potencias y su capacidad de convencimiento se limitará a ejecutar amenazas de invasión a "cualquier oscura región del planeta", como dijo Bush, refiriéndose a Irak. Pero no estamos ante el fin de la historia, como creía Fukuyama. Estamos ante un mundo movilizado que trata de convertir la protesta de los pueblos en la primera potencia del planeta. De manera simultánea, los latinoamericanos debemos estar más movilizados aún para contener la invasión norteamericana a Venezuela, próximo objetivo de los atilas de nuestro tiempo.