|
Bahía Esmeralda es, a mi modo de ver, un sitio privilegiado por la naturaleza. Sus playas están finamente alfombradas con arena de una blancura esplendorosa, lo que hace de las apacibles y solitarias caminatas de fin de semana, un placer extraordinario. Recorrer la orilla de la playa es una actividad que muestra un espectáculo que no fastidia, pues aunque podemos pensar que el paisaje nunca cambia, la verdad es que siempre se descubre algo nuevo en él: las aguas turquesa que llegan en forma de olas hasta mí siempre traen una brisa distinta; la exhuberante vegetación tropical se mueve de maneras diversas con el viento, cada vez que la hace bailar; el cielo siempre mostrará una gama diferente de colores al atardecer, sin importar que el sol comience a ocultarse invariablemente a la misma hora. Los oídos siempre captan una nueva nota más en el canto de las aves marinas...
Soledad: una palabra que en muchas mentes provoca aversión, porque no la comprenden. Siempre he procurado que en mi tiempo libre exista un espacio reservado para estar conmigo a solas, pues es la gran oportunidad del día para poner en orden los pensamientos.Y desde que estoy en este paradisiaco lugar, cada fin de semana vengo a refugiarme en la atmósfera de quietud y belleza que la naturaleza ha creado para los amantes de soñar solos.@
LA ISLA DE LOS PAJAROS.
Todavía recuerdo lo bien que la pasé hace una semana. Llegué a mi rincón favorito momentos antes de que el sol saliera, y ya estaban ahí cientos de gaviotas y pelícanos, tal vez esperando que algún pescador les diera parte del botín que logra sustraer del reino de Poseidón. Y en esta ocasión, me encontré algo muy interesante: un pequeño bote varado en la arena, al parecer dejado ahí por algún olvidadizo.
Esperé un rato, pero nadie apareció. Entonces, decidí que aquello era un obsequio de la buena suerte, y procedí a abordar la barquita. Ya estaba el sol enviando sus cálidos rayos cuando me encontraba hecho a la mar, recostado en el bote y observando el cielo.
El ir y venir de las olas era tan agradable que, sin querelo, me quedé dormido.
Un golpe me despertó repentinamente. Al abrir los ojos, quedé impresionado al ver que había estado navegando hasta llegar a una isla bastante rara, pero muy, muy bonita. Comencé a buscar un lugar para desembarcar, pero parecía imposible, pues no había ninguna playita accesible entre los peñascos de la isla. Después de dar una vuelta por los riscos más grandes, pude al fin encontrar un sitio para varar. Dejé el bote en la arenita de un rincón entre las rocas, y comencé a trepar. Cuando estuve en un sitio lo bastante alto como para tirarse al mar, pude ver una magnífica vista de la bahía, repleta de la espuma que formaba el agua de las olas al chocar con las rocas. Y entonces, me dí cuenta de que esta pequeña isla estaba habitada por muchísimas aves hermosas, algunas de las cuales volaban hasta caer en picada en el océano, para salir con un pez en el pico, mientras otras trepaban a las palmeras, al mismo tiempo que llevaban una frutilla para comer.
Llegué a un sitio donde pude observar a todas las aves. Seguí caminando, esta vez hacia abajo, hasta donde encontré unas playas muy pequeñas, en las cuales las olas del mar formaban algo así como una alberca natural, en la cual se podían contemplar muchos pececitos de colores , estrellas y conchas. Nadar entre esas maravillas vivas fue algo que jamás podré explicar con palabras.
Ya entrada la tarde, emprendí el viaje de regreso a la playa de Bahía Esmeralda, totalmente satisfecho de lo que había experimentado por vez primera en mi vida al estar en aquella isla llena de aves y de peces tan raros. En muchas ocasiones, la gente suele vivir mucho tiempo en un lugar sin salir a explorarlo. He preguntado a mis alumnos si alguna vez han recorrido a solas la zona costera, y todos me han respondido que no. Pregunté si alguien de los adultos lo hacía, y la respuesta fue la misma. Hubo alguien que me dijo que desde que nació, no había hecho otra cosa más que jugar en la playa que toca al poblado, y que nunca ha visitado los alrededores. Tal parece que la indiferencia de los tiempos modernos nos ha alcanzado a todos, aún en sitios tan pequeños como Bahía Esmeralda.@
|
|