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La vida de San Francisco de Asis

Vida de San Francisco de Asís

cántico del hermano sol o alabanzas de las criaturas

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S. Francisco nace en Asís en el año 1182, hijo de Monna Pica y de Pedro de Bernardone. Una leyenda afirma que Monna Pica da a luz su primogénito en un establo próximo a la casa, siguiendo las indicaciones de un misterioso peregrino que golpea a su puerta antes del parto. La leyenda tal vez nació para convalidar un paralelismo entre la vida de Jesucristo y de Francisco. 

Delante a la Fuente Bautismal en la Catedral de S. Rufino, viene llamado con el nombre de Juan; nombre que su padre cambia por el de Francisco, al regreso de un viaje de negocios en tierra francesa, para recordar la tierra que le ha dado riqueza. Monna Pica, la madre de Francisco, es de origen provenzal: las primeras palabras dulces y afectuosas que el Niño oye son francesas. Este idioma quedó en su corazón: en efecto, así lo afirma su primer biógrafo, Tomás de Celano, cuando exterioriza su leticia, canta en el dulce idioma de los trovadores de la caballeresca Provenza.
    Pica, como todas las madres, sueña un luminoso futuro para su Francisco; ni siquiera lo reprende o contradice por su cambio espiritual, más bien, a escondidas lo ayuda y contra la voluntad de Bernardone, su marido, lo deja libre del tabuco de su casa donde éste lo ha encarcelado y encadenado.

Francisco ocupado en vender un rollo de tela en el negocio paterno, no escucha un mendigo que le pide limosnas en nombre de Dios... Se trata sin dudas de un momento de distracción, porque nunca ha mandado con las manos vacías a un pobre. Improvisamente deja el cliente y corriendo alcanza el mendigo: le pide perdón y le da, en dinero, una generosa limosna.

El joven Francisco, abundantemente provisto de dinero, inteligente, de carácter abierto, vanidoso, vestido con hábitos preciosos, generoso, se convierte, por espontánea elección, en el "príncipe de las brigadas juveniles asisianas".
    Primero en las fiestas, primero en los concursos poéticos, primero en las manifestaciones juveniles propias de su época, piensa a sobresalir también en el arte de las armas, es valiente caballero durante la guerra con Perusa, parte rumbo a las Puglias para defender los derechos imperiales de Constanza, la viuda de Enrique IV.
    Francisco, "era para todos objeto de maravillas, y en pompa de vanagloria se esforzaba para ser el primero de todos, en los juegos, en las refinaciones, en los bellos motes, en los cantares, en las lujosas y fluentes vestimentas; no avaro sino pródigo; no ávido sino disipador" (T. Celano 1.2).

    "Jovenzuelo esposado de una larga enfermedad, inicia a pensar para sí bien diversarnente de lo habitual; para recobrar las fuerzas apoyado en un bastón, un día salió y se puso a observar con mayor atención el campo que se le extendía alrededor, la belleza de los campos, la amenidad de las viñas y todo lo que es delicia de los ojos no le daba más ningun deleite; se admiraba del repentino cambio y consideraba necios todos aquellos que tienen el corazón atado a los bienes de tal género. (Cel. 1.2)

    En el año 1202 se enciende una áspera contienda entre Asís y Perusa. Asís, ya municipio libre, ha expulsado de su territorio los señores feudales, que tanto la han atormentado. Perusa concede a ellos hospitalidad y protección y solicita su retorno. De frente a la negación se desencadena la guerra entre las dos ciudades. Francisco, joven de 20 años, forma parte de las milicias ciudadanas como caballero. En la batalla de Collestrada, fracción perteneciente a Perusa, es tomado prisionero y conducido a la cárcel perusina de Sopramuro. Allí queda casi un año. La vida de la cárcel es dura, aunque si él se distingue: es generoso y vivaz, brinda a sus compañeros toda su atención y mantiene alta, aún con el canto, la esperanza de la liberación.

    Después de una noche insomne, pronto, impaciente, listo, Francisco embraza el escudo de la fe, se provee de las armas de una grande confianza para combatir las batallas del Señor, y recorrer las calles de la ciudad, acusándose, en su divino entusiasmo de pigricia y de vileza.

Después del retorno desde Espoleto, Francisco medita sobre la voz nítida y clara que en sueños le ha ordenado volver a Asís, para esperar allá otras órdenes. La espera incide profundamente en su espíritu y produce un cambio en sus habituales de vida, busca la soledad y la plegaria. Quiere romper los lazos con el pasado e invita a los amigos a una cena de "despedida". Ellos, sin conocer las intenciones de Francisco, acorren alegres con la seguridad que la conocida prodigalidad del príncipe de su brigada, dará una fiesta inolvidable. El va vistiendo preciosos, y lujosos hábitos y como símbolo de distinción de "príncipe de la fiesta" lleva un "bastoncillo adornado con cintas de color". Platos suculentos, cantos, alegría, brindis, diversión y exultación distinguen el proceder de la fiesta. Hacia el final de la cena, sin hacerse ver, silenciosamente, Francisco abandona el salón y desaparece.
    Cuando los amigos se dan cuenta, van todos a buscarlo: lo encuentran parado en una plaza, con los ojos alzados al cielo, embelesado. Lo sacuden, y a las apremiantes preguntas responde cándidamente que, "está soñando el rostro de su futura esposa: Madona Pobreza".

    Siendo adolescente va en peregrinación a Roma. Visto que los peregrinos tiran, como limosna, pocas monedas delante a la tumba del apóstol, se maravilla por la avaricía y en un impulso de generosidad que le es propio, tira todo su dinero, sin dejarse nada para el regreso a Asís. Luego cambia sus hábitos principescos por los de un mendigo y ocupando su posto extiende la mano para recibir limosnas; es un gesto de amor por el pobre y de consciente humillación personal.

Después del sueño de Espoleto durante el cual escuchó una voz divina que le ordenó volver a Asís para recibir allí otras órdenes, Francisco cae gravemente enfermo. Durante la convalesencia, se avecina, a caballo, al hospital de los leprosos que se encuentra no lejos de la Porciuncula. Encuentra por el sendero un leproso, sintió horror e intentó huir... al contrario salta del caballo, va hacia el leproso y lo abraza. Es su más grande victoria, es el cambio definitivo en su vida. En el testamento dictado antes de morir, dice así: "y todo aquello que me pareciá amargo se transformó en dulzura del alma y del cuerpo".

"Retornado desde Espoleto a Asís, un día andado a meditar por el campo, se encontró vecino a la capillita de S. Damián, que amenazaba ruinas por su vejez" Inspirado por Dios entró.
A los pies de un crucifijo oraba con intenso fervor, y el alma se le colmaba de alegría. Después llevó los ojos lagrimosos hacia el alto y se sintió golpear los oídos por una voz misteriosa. Aquella voz descendía de los labios de Jesús Crucificado y se dirigía a él. Tres veces le dijo: "Francisco, reconstruye mi casa, que, como véis, va en ruinas" (San Buenaventura II,1). Es una orden simbólica que reviste a Francisco de una altísima misión: aquella de restaurar los principios divinos de la Iglesia de Cristo, minada de herejía, de malas costumbres y de simonía.

Francisco no puede comprender este recóndito significado, mas solamente aquel literario.

Francisco interpretando literalmente la orden del Crucifijo de S. Damián "Ve Francisco, reconstruye mi casa cadente", con el fin de procurarse el dinero necesario para restaurar la iglesita, retira del almacén paterno rollos de telas preciosas, va a Foligno y los vende junto a su caballo.
    El dinero así recogido lo da al capellán de la Iglesia para que provea a los trabajos; mas éste lo rechaza porque cree que sea de ilegítima provenienza y porque teme las iras del padre, Pedro de Bernardone.
    Pocos dias después, en efecto, Francisco viene llamado a juicio por el padre delante al Obispo Guido.
    Francisco se quita los vestidos, los restituye al padre, renuncia a la herencia de los bienes y exclama "Oídme todos, hasta ahora he reconocido como mi padre Pedro de Bernardone, pero de ahora en adelante repetiré con más fe: Padre nuestro que estás en los cielos".

    No, los habitantes de Asís no pueden aceptar que Francisco, hijo del rico Bernardone, frívolo, vanaglorioso, generoso, príncipe de las brigadas juveniles, haya elegido improvisamente la vida de la pobreza, de la humillación y de la mendicidad. Solamente un loco puede cambiar la riqueza por la pobreza, la admiración por el escarnio, los vestidos "lujosos y fluentes" por una miserable túnica remendada. Cuando pasa por las calles de la ciudad todos lo llaman "estúpido y loco" y le arrojan piedras y fango. Francisco no se enoja, acepta el insulto con alegría, agradeciendo al Señor por esas pruebas; bendice el perseguidor y lo perdona.
    Predica en las plazas y delante a las iglesias la penitencia, el reino de Dios y la paz. Sus conciudadanos se avecinan primero con curiosidad y difidencia, luego acuden siempre más numerosos, nobles y plebeyos, clérigos y laicos, lo escuchan con admiración, tomando ejemplo.

     Después de la renuncia a los bienes, Francisco es libre de todo vínculo. 

Descalzo y revestido con el saco que el hortelano del Obispo le había regalado, para que cubriese sus desnudeces, se dirige hacia Gubbio, cantando y proclamándose "el heraldo del gran Rey". Pide hospitalidad a los benedectinos de S. María de Valfábrica. Durante algunos días quedó como garzón en la cocina. Después retoma el camino hacia Gubbio, donde viene acogido por un amigo de armas, el caballero Federico Spadalunga que lo viste, así es transmitido, con la túnica que después será la divisa de los franciscanos (un sayo con forma de cruz).
    Prédica el Evangelio recorriendo las calles de la ciudad cubierta de nieve. Durante la primavera regresa a Asís y lleva a cabo los trabajos de reconstrucción de la Iglesia de S. Damián.

Apenas libre de los trabajos de reconstrucción de la iglesita de S. Damián y de la predicación del Evangelio, se precipita al hospital de los leprosos. Lava sus cuerpos, cura sus llagas, los abraza y los consuela. Enciende en sus almas la esperanza de curar. Francisco, por todos los conciudadanos conocido como el hijo del rico mercante Pedro de Bernardone, por todos considerado el más brillante, elegante, facultoso y generoso entre los jóvenes de Asís, después de la renuncia a los bienes paternos delante al Obispo Guido, se humilla pidiendo, de puerta en puerta, los restos de las comidas.

Exulta de alegría cuando los recibe, cortésmente agradece a los donadores bendiciéndolos; come las disgustosas sopas y los trozos de pan secos como si fueran preciosos dones del Señor.

 Los habitantes de Asís antes hostiles, siguen con curiosidad mal disimulada las manifestaciones públicas de Francisco, comienzan a responder a su jovial saludo "pax et bonum", después en grupos más numerosos escuchan sus prédicas. Su mensaje proclamado con voz fuerte, firme y convincente, llega al corazón de los oyentes, despierta admiración.
    Bernardo de Quintavalle, joven rico y aristocrático, turbado y preso de su prédica, se le acerca y lo invita a su patricio palacio. Durante la noche, suponiendo que Bernardo duerme, Francisco salta de la cama y se pone a orar. Bernardo, en cambio, escucha el diálogo con Dios, quedando profundamente impresionado, se levanta a su vez y se pone al lado asociándose a la plegaria. A la mañana van a la Iglesia de S. Nicolás, abren el Evangelio a suerte y leen el versículo "si quieres ser perfecto vende todo lo que posees y dónalo a los pobres" (Matías).
    Bernardo vende todo, lo regala a los pobres, y pide a Francisco que lo acepte en su séquito como primer compañero.

    Egidio, hijo de un campesino, escucha ávidamente los relatos sobre la predicación de Francisco: sabe que Bernardo de Quintavalle y Pedro Catanio, hombres bien conocidos en Asís por su posición social, son sus compañeros de penitencia y de plegaria en la iglesita de la Porciúncula. "Él, así relata Fray León, en su corazón ha decidido de ser el tercer compañero de Francisco. No conoce el lugar y por tanto pide a Dios de conducirlo por el camino justo. Y en ese momento viene Francisco, que había salido para orar en el bosque vecino. Al verlo, Egidio se alegró y se tiró a sus pies. Francisco le pregunta: -¿qué deseas?- él responde -Quiero estar con vosotros...
    Francisco lo alzó con su mano y lo condujo a la iglesita. Llama a Bemardo y le dice: -El Señor nos ha mandado un buen hermano, sea bienvenido".

 Obtenida del Papa Inocencio III la autorización para predicar el Evangelio, Francisco envía sus primeros compañeros, de a dos, en misión religiosa por las calles de Italia y de Europa.

El noble caballero Ángel de Tancredo de Asís pide de ser acogido en la comunidad de la Porciúncula. Es una prueba de gran importancia. La predicación de Francisco, hizo brecha en la soberbia del feudal y en el espíritu revolucionario del pueblo, tanto que viene concluido en Asís, por su intermedio, un pacto de paz entre los "majores y los minores".

    Cuando los secuaces alcanzan el numero de 11, Francisco, cree necesario obtener del Pontífice la Regla de vida basada en la pobreza y la autorización a la predicación. En el mes de septiembre parte con ellos desde Rivotorto, donde ha creado el primer minúsculo convento llamado Tugurio y se dirige a Roma.
    Luego de una larga espera el Papa Inocencio III, lo recibe y aprueba a "Viva voz" la Regla, después de algunas dudas surgidas a causa del excesivo rigor de la norma que impone el respeto de la absoluta pobreza.

En el otoño de 1209 en las cercanías del Refugio de Rivotorto pasa "con gran pompa y acompañamiento el Emperador Otón IV que se dirige a Roma para ser coronado por el Pontífice. El Santísimo Padre, Francisco, que permanecía con los demás frailes en dicho refugio, no salió del mismo para verle, ni permitió que lo hiciese ninguno de sus discípulos, excepto uno, que, al paso del Emperador, le anunciase con firmeza que toda su gloria duraría muy poco tiempo" (1 Cel. 43). La profecía se verificó

    Clara, hija del noble Favarone de Offreduccio, jovencita de espejada virtud, escucha con devoción y admiración las prédicas de Francisco, y desea encontrarlo con el fin de dejar la vanagloria del mundo y ofrecer su vida a Jesucristo, el gran Rey.
    Acompañada por Bona de.Guelfuccio, una pariente suya, con el fin de que "aquella atracción no fuese mal interpretada", la niña sale del palacio de los abuelos, y a escondidas se dirige hacia el hombre de Dios, cuyas palabras le parecieron de fuego y sobrehumanas sus obras

Del noble Favarone de Offreduccio y de Ortolana, el 16 de julio de 1193 nace en Asís Clara. Crece en una casa bienestante y aprende, cosa excepcional para la época, el latino. A quince años, rechaza esposar un pretendiente noble porque como confiesa a los asombrados padres, se es consagrada a Dios. El día siguiente al domingo de Ramos del 1212 huye de la casa paterna, y acompañada por la nodriza Bona de Guelfuccio se dirige a la Porciúncula, donde Francisco, consabidor el Obispo Guido, la espera. Clara, depositado el precioso vestido y los adornos, viste una tosca túnica y ciñe la cintura con un cordón. Francisco le corta los rubios cabellos y le cubre la cabeza con un velo negro. Pronuncia los votos de pobreza, castidad y obediencia, reconoce Francisco como superior suyo. Tuvo así inicio la vida de la Orden de las Clarisas.

Clara acompañada por Sor Pacífica se dirige a la Porciúncula para encontrar a Francisco y volver a ver la querida capillita donde vino consagrada al Señor. Es el anochecer y sobre una estera viene puesto el pan de la caridad. Los santos comensales hablan del sacrificio salvador del Señor y de su amor por todas las criaturas. Juntos elevan a Dios una plegaria de agradecimiento y vienen arrebatados en éxtasis. Una luz celestial los envuelve, y es tan intensa que parece el incendio de la selva que rodea la capillita.
    La gente acorre numerosa para apagar el fuego: no es un incendio mas solamente frailes y monjas en oración.

Vecino a Bevagna se encontró con una bandada de pájaros, de diversa especie, recogidos sobre los árboles o pacientes en el prado. De un salto fue preso por ellos, y como si hubiesen razón, los saludó gentilmente... Cuando estuvo en medio, los exhortó con ardor a callar y a escuchar la palabra de Dios: "Hermanitos míos, vosotros debéis tanto loar el Señor. Él os ha cubierto de plumas y os ha dado las penas para volar, os ha dado el aire y, sin vuestro pesar, os prepara el sustento". Mientras así hablaba, los pájaros, con admirable demostración de afecto, alargaban el cuello, extendían las alas, abrían el pico y lo miraban atentos... Hizo al final la señal de la cruz y los bendijo a todos. Contentos los pájaros volaron juntos en el aire cantando (Id 12,3). Francisco lleva la paz en muchas ciudades divididas por ásperas contiendas entre fracciones opuestas, corno acaeció en Asís, Arezzo y Boloña y tantas otras ciudades de Italia.

 Francisco cada vez que beve de un manantial, expresa su exultación por el precioso don de Dios: el agua, sin la cual la vida sería imposible. Con los brazos abiertos y los ojos hacia el cielo dice así: "Loado seas, mi Señor, por la hermana agua, la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta" (Cántico de las Criaturas)

    S. Francisco y S. Domingo, los fundadores de las dos órdenes monásticas más importantes del alto medioevo, se encuentran y fraternalmente se abrazan durante el desarrollo del IV Concilio de Letrán.
    La positiva reforma de la Iglesia que en dicho Concilio viene establecida y codificada con una bula pontificia de Inocencio III, es en gran parte el fruto de la participación franciscana y dominicana.

    "Sucedió una vez, en el día de Pascua, que los frailes del Eremitorio de Greccio preparasen la mesa con mayor atención de lo habitual". Francisco no aprueba. "Se pone sobre la cabeza el sombrero de un pobre que se encuentra presente, se sienta en el suelo y pide una escudilla que está sobre las cenizas. ¡Ahora sí, dice, que estoy sentado como un fraile menor! Nosotros más que todos debemos sentirnos obhgados por el ejemplo de la pobreza del hijo de Dios".
(Florecillas cap. 31).

En el año 1219 Francisco, después de la derrota de los cruzados en la batalla de Damieta en Egipto, durante su marcha hacia Jerusalén, es detenido, castigado, y conducido delante del sultán (Melek-el Kamel). Este lo interroga largamente y cerciorándose de su intrépida fe, lo admira y le ofrece dones (hoy conservados en el museo de la Basílica de S. Francisco) y lo provee de un salvoconducto para dirigirse al santo Sepulcro.
    Delante a la vista de la Ciudad Santa, se conmueve y se postra en oración.

    La predicación de Francisco suscita en los hombres y mujeres gran fervor religioso y el deseo de seguirle los pasos. Los deberes, los empeños, los lazos de la vida son sin embargo un obstáculo. Cada persona tiene su vocación, y su colocación en la compleja articulación social: todos útiles y necesarios en su puesto, en una armonía de tareas, de trabajo y de responsabilidad. Francisco es un místico, mas sabe valorar concretamente la realidad terrestre y humana. Nada impide a quien obra honestamente en la vida, en cualquier forma, de observar el Santo Evangelio.
    Por lo tanto, con feliz intuición "piensa en crear la Tercera Orden para la universal salud de todos" (Florecillas cap. XVI). A los laicos de cualquier posición, trabajo y renta, que piden de formar parte viene entregado, como ordenación, el cordón de la obediencia.

En Gubbio, así es narrado en las Florecillas, hizo su aparición un feroz y famélico lobo, que devoraba animales y hombres. Todos tenían miedo de salir de sus casas. Francisco lo encuentra, hace la señal de la cruz y le dice: "Ven aquí, fray lobo: yo te mando de parte de Cristo que no hagas más daño a nadie". El lobo se le acerca y se echa a los pies del Santo: "Fray lobo, tú has causado muchos daños, matado las criaturas de Dios sin su licencia... Yo quiero hacer la paz entre tí y ellos de modo que tú no les hagas más daños y que ellos te perdonen".El lobo acepta la propuesta de paz y lo confirma con movimientos del cuerpo, de la orejas y de la cola. Y por fin puso la pata delantera en las manos de S. Francisco en señal de fe. 

Después de esto vivió dicho lobo en Gubbio dos años; y entraba familiarmente en las casas, sin hacer mal a nadie y sin que nadie se lo hiciese". 

La Regla sometida a la aprobación del Capítulo General de los Frailes Menores, es aprobada el 29 de noviembre de 1223. Es el programa de vida de la Orden, basado en el Evangelio. Es dictada a Fray Cesario de Spira, profundo conocedor de las sagradas escrituras en el convento de Fuente Colombo (Valle de Rieti), en los años 1221/22. El cuadro reconstruye la escena de un momento relevante de la vida de S. Francisco. Los Ministros de la Orden, incluso Fray Elías piden a Francisco de atenuar los rigores de la Regla sobre la observación del voto de absoluta pobreza. Francisco, el enamorado de Madona Pobreza, inspirado por Dios rechaza con extrema decisión el pedido y con voz fuerte y con gesto imperativo (ciertamente único en la vida de Francisco) así sentencia "Sea observada a la letra, sin comentarios, sin comentarios, sin comentarios..."

    Francisco en el año l223 en el Santuario de Greccio celebra la Natividad en modo inusual, mas altamente poético.
    Reproduce las escenas del nacimiento del Niño Jesús con realismo y plasticidad.
    Con la ayuda de un amigo suyo, Juan Velita, en un ángulo rocoso del convento, pone al centro el heno y a ambos lados un buey y un asno vivientes...
    Reconstruye en manera real la escena de la Santa Natividad, para que los fieles puedan "ver con los ojos del cuerpo todas las incomodidades sufridas por el Niño Jesús".
    "En la noche de Navidad desde todo el valle de Rieti arrivan frailes, rnujeres y hombres, que llevan cirios y antorchas para iluminar el camino... Se celebra el solemne rito de la misa.. El Santo de Dios se viste de levita, porque es Diácono, canta con voz sonora el Santo Evangelio y predica al pueblo dulcísimas cosas sobre la natividad del Rey pobre".

    Fray León entra en la Orden, inmediatamente después de la aprobación de la Regla.
    Es un sacerdote apacible, simple y puro, tanto que Francisco lo llama "Fray Ovejuela".
    Se convierte rápidamente en el compañero inseparable de Francisco, es su confesor y secretario. Como tal, reúne sus escritos y apunta los episodios extraordinarios de su vida (conocida es la florecilla de la "perfecta leticia"). Es el primero que ve sus estigmas, las cuales deterge y cura en secreto.
    En los retiros de plegaria y de penitencia Francisco escucha sus Santas Misas. En el final de su vida el Santo escribe para él de su mano, en una hoja de pergamino, la estupenda bendición.

    En el año 1213 Francisco cumple penitencia en una gruta de la Cueva de S. Ubaldo de Narni. Es un lugar solitario, áspero y rocoso. Se enferma gravemente y es asaltado por fuertes dolores. De noche un Angel desciende del cielo, se para delante a su refugio, sobre una columna natural de piedra, y lo consuela con una melodía celestial.

Dos años antes de su muerte Francisco permanece en el eremitorio de La Verna. Está en estática plegaria en un ángulo de la hórrida roca. Ve descender del cielo un Serafín con seis alas esplendentes de luz.
Ante aquella vista el Santo se maravilla, es cogido de una mezcla de gozo y dolor. Cuando la visión cesa, en las manos, en los pies y en el costado aparecen heridas sangrantes. "En efecto, en cinco partes del cuerpo el venerable Padre fue señalado con la señal de la pasión de la cruz, como si hubiese estado crucificado junto con el hijo de Dios" (T Celano 1,90). A fines del mes de septiembre del año 1226, después de haber sabido por su médico Bongiovanni Marangano, que su muerte es inminente, alza los brazos hacia el cielo y exclama: "¡Bienvenida seas tú mi hermana muerte!".

Pide entonces ser transportado inmediatamente a su dilecta Porciúncula porque desea morir allá donde por primera vez ha conocido el camino de la verdad y donde ha fundado su Orden. Puesto sobre una camilla viene transportado a la Porciúncula.
    A los pies de la colina pide a los frailes que se detuvieran, que lo alzaran y de volverlo porque estaba ciego, hacia su ciudad. Amorosamente sostenido alza el brazo como signo de bendición y dice: "Bendecida seas por Dios, oh ciudad santa, porque por mérito tuyo se salvarán muchas almas;s; en ti habitarán muchos siervos de Dios y muchos de tus hijos se harán merecedores del paraíso, ¡Paz a ti!"

Es el año 1226, sábado 3 de octubre, después del atardecer, Francisco espera la llegada de la hermana muerte.
    Dice a los frailes: "cuando vieses que se acerca mi agonía, colocadme desnudo en el suelo y dejad tendido el cuerpo ya difunto tan largo espacio cuanto se necesita para caminar pausadamente una milla" (T. Cel. 216). "Reunidos allí todos los religiosos cuyo fundador y padre era, mientras presenciaban y aguardaban con religiosa ansiedad el fin 

dichoso y bienaventurado, sintiósé aquella santísima alma libre ya de las ataduras de la carne y absorbida en el abismo de la eterna claridad, y el cuerpo durmióse en el Señor" (T Cel. II). 

  "Las alondras se dirigieron al techo de la cabaña y largamente revolotearon alrededor con gran chirrío, mostraron con el canto, no sabemos si gozo o tristeza" (Celano).

En la mañana del domingo 4 de octubre de 1226 un cortejo triunfal, después de las sagradas exequias, acompaña el transporte del cuerpo de S. 

Francisco desde su amada Porciúncula a la Iglesia de S. Jorge de Asís, donde sucesivamente surgirá la Iglesia de S. Clara. Viene hecha una desviación en el normal trayecto para ofrecer a las pobres damas reclusas en S. Damián la posibilidad de dar el último saludo al Padre fundador y Maestro.
A través de la pequeña verja de la comunión, las clarisas pueden a turno contemplar el cuerpo del estigmatizado.
En el adios de S. Clara, indeciblemente se funden lágrimas y gozo.

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Cantico del hermano sol o alabanzas de las criaturas.

1Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.

2A ti solo, Altísimo, corresponden,
y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.

3Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano sol,
el cual es día, y por el cual nos alumbras.

4Y él es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.

5Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.

6Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.

7Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.

8Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual alumbras la noche,
y él es bello y alegre y robusto y fuerte.

9Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna,
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba.

10Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor,
y soportan enfermedad y tribulación.

11Bienaventurados aquellos que las soporten en paz,
porque por ti, Altísimo, coronados serán.

12Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.

13¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!:
bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad,
porque la muerte segunda no les hará mal.

14Load y bendecid a mi Señor,
y dadle gracias y servidle con gran humildad.


Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís

(Versión de León Felipe que se usa en la liturgia)

Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son la alabanza, la gloria y el honor;
tan sólo tú eres digno de toda bendición,
y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.

Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticia de su autor.

Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras, que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!

Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado mi Señor!

Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!

Y por los que perdonan y aguantan por tu amor
los males corporales y la tribulación:
¡felices los que sufren en paz con el dolor,
porque les llega el tiempo de la consolación!

Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!

¡No probarán la muerte de la condenación!
Servidle con ternura y humilde corazón.
Agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.

 


 
 
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