CORRESPONSAL

INFORMACION Y ANALISIS SOBRE POLITICA INTERNACIONAL

PAGINA WEB DEL PERIODISTA

THIS IS THE SITE FOR JOURNALIST

WALTER GOOBAR

-Ver articulos anteriores
-El libro Osama Bin Laden: El banquero del terror
-El libro El Tercer Atentado
-Article in English
 

ANTICIPO EXCLUSIVO

EL BANQUERO DEL TERROR

CAPITULO ONCE: REQUIEM PARA OSAMA

Por Walter Goobar

La aldea estaba sumida en la oscuridad más absoluta, pero en cada rincón había guardias armados con fusiles kalashnikov y lanzacohetes, listos para disparar. Sentados sobre dos alfombras tendidas sobre el piso de tierra de una casa de barro y madera, había dos hombres cuarentones de barbas frondosas, vestidos con camisolas y pantalones a la usanza local. Se lavaron las manos en silencio, rezaron juntos y después comieron un plato de arroz, con cordero y vegetales. Desde afuera llegaba el rugido de los bombarderos norteamericanos que surcaban el cielo. Hacía unos días, más precisamente a las 20.45 del 30 de setiembre, misiles crucero estadounidenses y británicos habían comenzado a atacar blancos en Afganistán en represalia por los ataques terroristas -que tres semanas antes-, habían matado a más de cuatro mil personas en Nueva York y Washington. Ahora la muerte y la destrucción sobrevolaban las aldeas, las ciudades y los puestos militares en todo Afganistán.

Varios misiles Maverick guiados por rayos láser habían caído cerca de donde estaban reunidos. Muchos más habían martillado la sureña ciudad de Kandahar, la capital administrativa y espiritual de los talibán. Los dos hombres, que comían con voracidad, tenían que decidir una respuesta a la guerra en la que estaban envueltos.

Osama Bin Laden se escarbó los dientes con un miswak, el palillo que usan los beduinos y contempló a su anfitrión, el mullah Omar, que comía en silencio. Aunque los unía una extraordinaria fé religiosa y un odio sin límites, ahora la guerra iba a poner a prueba la alianza sellada a sangre y fuego entre dos personajes tan distintos.

Alto y corpulento, el tuerto Omar aterrorizaba a sus escasos visitantes con la mirada "implacable, como la de un halcón" de su único ojo. Tímido, al extremo de ser un enemigo de la conversación, Omar prefería permanecer callado, escuchando las opiniones de los demás. Osama -en cambio-, hablaba muy suave y sabía escuchar: era un amigo de la palabra y -faceta desconocida de su vida- un enamorado de la poesía. En febrero de 2001, durante la boda de su hijo, Bin Laden había leído en público una poesía que haría descomponer a Hannibal Lecter: "Las partes de los cuerpos de los infieles volaban como partículas de polvo. Si ustedes lo hubieran podido comprobar con sus propios ojos, lo habrían visto con agrado. Y sus corazones se hubieran llenado de alegría", había recitado en alusión al destructor USS Cole, atacado por su grupo en el puerto de Adén, Yemen.

A diferencia de su refinado amigo que había nacido en una cuna de oro saudita, que había asistido a los mejores colegios y universidades, y vacacionado en la Costa Azul y Suecia, Omar era el primogénito de una familia numerosa de campesinos muy pobres, que estableció su propia escuela coránica en una choza de barro con piso de tierra. De allí había surgido el mito del Robin Hood talibán.

Aunque es un vanidoso que se deprime con facilidad, Osama nunca pretendió ser un profeta o un intelectual, sólo un estratega. Omar sí: en 1996, este analfabeto iluminado que vive en la Edad Media, fue proclamado 'amir-ul momineen' (príncipe de los creyentes), título que ningún afgano se había atrevido a arrogarse en casi dos siglos.

Mientras el cosmopolita Osama se había forjado una imagen mediática, Omar era una especie de hombre sin rostro que se ocultaba de los extranjeros y prohibió que lo fotografiaran. Recluido en su mansión de Kandahar, sólo había estado en Kabul en dos ocasiones.

A diferencia del millonario saudita que manejaba un imperio económico de 300 millones de dólares, Omar administraba personalmente los fondos del gobierno afgano en dos cofres de hojalata que guardaba junto a su cama: uno para los afganis y otro para los dólares.

A Osama no le había costado demasiado arrancarle al mullah Omar su aprobación para el atentado del 11 de setiembre porque los talibán estaban convencidos de que los Estados Unidos preparaban una ofensiva para desplazarlos del poder. En julio, Tom Simons -el embajador norteamericano en Paquistán-, había dicho que si los talibán aceptaban entregar a Bin Laden y firmar la paz con la Alianza del Norte tendrían una 'alfombra de oro', pero que si se negaban, se exponían a una 'alfombra de bombas'.1

Ahora estaban expuestos a la alfombra de bombas estadounidenses pero sólo porque la voluntad de Alá, el Todopoderoso y Misericordioso, había querido que el cuarto avión -que debía estrellarse contra la central nuclear de Three Mile Island para desencadenar la "Hiroshima americana" planeada por Osama para poner de rodillas al Gran Satán- había fracasado. Por el contrario, el ataque le había proporcionado a George W. Bush la misión que necesitaba para cotizar la presidencia más deslucida y cuestionada de la historia.

¿Qué había pasado? Omar recordó que para el Corán existen diferencias entre los profetas y los genios. Un genio es una persona dotada de una capacidad intelectual y de cálculo extraordinaria. Percibe las cosas por medio de los sentidos, trabaja esos datos, determina las cosas por medio de su capacidad de cálculo, y arriba así a un resultado nuevo e interesante. Mientras los profetas son infalibles, los genios ocasionalmente pueden equivocarse. Según la estrecha visión política de Omar, esto último es lo que había ocurrido con Bin Laden.

El encuentro fue breve porque los dos hombres estaban de acuerdo en casi todo. El mullah Omar reafirmó su apoyo, su afecto y su respeto por su amigo saudita. Bin Laden respondió de la misma manera y le dio las condolencias por la muerte de uno de sus cinco hijos, que había fallecido durante las primeras horas de bombardeo. El último encuentro entre Osama y Omar, revelado a la revista británica The Observer por un servicio de inteligencia del Golfo, no duró mucho. En parte se debió a razones de seguridad: un golpe de suerte acompañado de otro misil como el que había matado al hijo de Omar, hubiera sido suficiente para barrer de un solo golpe a los dos principales blancos del Pentágono.

Osama y Omar acordaron una táctica: iban a resistir juntos cualquier agresión, trabajarían para crear y fomentar divisiones en la coalición montada contra ellos, e iban a explotar la crisis humanitaria y las bajas civiles para generar una oposición global contra la campaña militar aliada. Después se abrazaron y se fueron por caminos distintos. No se han vuelto a ver desde entonces.2

Días después de aquel encuentro, Osama utilizó los sutiles códigos del Medio Oriente para homenajear a Omar, en su dolor de padre. Cuatro hijos de Bin Laden aparecieron ante las cámaras de la cadena de televisión Al-Jazira, junto a los restos de un helicóptero estadounidense. Acompañado por sus hermanos Khaled y Laden, Hamza Bin Laden leyó poesías ensalzando la figura del mullah Omar, mientras su otro hermano, Mohamed, de 19 años y virtual sucesor de Osama, estaba armado con un lanzacohetes. Osama, -ese buen padre de familia-, que noche a noche trasladaba a sus cuatro esposas y a sus 16 hijos de refugio en refugio, le recordaba así a Omar, que ambos se estaban jugando lo mismo.3

Los dos fugitivos estaban en constante movimiento y sin comunicaciones: sus teléfonos satelitales podían ser detectados por los satélites-espía. Rápidamente fueron perdiendo casi toda capacidad de maniobra, el más desorientado era el mullah Omar.

Si a Omar le había costado creer que una treintena de estudiantes del Corán, reunidos bajo el nombre de talibán y equipados con sólo 16 rifles, había logrado siete años antes una victoria tan rápida y aplastante, ahora le resultaba increíble que ese movimiento se desmoronara en una sola avalancha de traiciones, deserciones y fugas masivas. Tras seis semanas de bombardeos y una semana de batallas a lo largo de todo Afganistán, los talibán fueron aplastados, barridos brutalmente de sus reductos más preciados. Habían sido feroces con las mujeres, implacables con la música, la televisión, el ajedréz, los barriletes, el sexo y las barbas, pero se desbandaron más rápido de lo previsto. Siguiendo la tradición afgana, muchos talibán se pasaron de bando con la misma facilidad con que se cambiaban de turbante.

 

KABUL: LOS GRITOS DEL SILENCIO

 

Los gritos de alegría de los habitantes de Kabul apagaron en un primer momento el ruido de la guerra, porque con la toma de la capital por parte de la Alianza del Norte se terminaron de golpe cinco años de prohibiciones. Aunque comenzó a sonar música en la radio de Kabul, aunque los jóvenes se afeitaron la barba, las mujeres se quitaron la burka y los barriletes remontaron vuelo, ni la música, ni las imágenes, ni la gente, ni el fútbol consiguieron ocultar el verdadero rostro de una ciudad que, en cada uno de sus rincones, llevaba la marca de 23 años de guerra. En realidad, los habitantes de Kabul no saben a ciencia cierta si hay mucho para festejar: ya no tienen miedo a los todoterreno cargados de talibán que imponían su ley y su orden, ni a los látigos de la policía religiosa del Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio. Ahora temen a la Alianza del Norte, que se adueñó de Kabul con el mismo espíritu de venganza que cuando venció a los soviéticos.

Las fotos de la entrada triunfal en Kabul fueron casi idénticas a los videos de abril de 1992, cuando esa fuerza victoriosa sumió al país en una guerra civil que recién concluyó en 1996, cuando fue desalojada del poder por los talibán. Aquella gestión de gobierno consistió en saquear, luchar entre sí, devastar las ciudades.

Los líderes antitalibán como Burhanuddin Rabbani, Gulbuddin Hekmatyar y el general Rashid Dostum, son lo mismo que los talibán, con la diferencia de que ahora las potencias eligieron olvidar sus atrocidades pasadas para usarlos como tropas de infantería. Una vez más Estados Unidos demuestra una tremenda facilidad para convertir a sus aliados en héroes aunque sean bandidos, traficantes o genocidas que se saltean la Convención de Ginebra todos y cada uno de los días de guerra:

* Burhanuddin Rabbani, quien fue proclamado presidente, ya gobernó hasta 1996 y es quien invitó a Osama Bin Laden a volver al país cuando se encontraba exiliado en Sudán. Tras la irrupción de las tropas del mullah Omar en Kabul, en 1996, Rabbani -perteneciente a la minoría tayica- pasó a encabezar el gobierno en el exilio de la Alianza del Norte.

* El general Rashid Dostum, convertido en nuevo héroe norteamericano después de que capturó Mazar-i-Sharif, todavía tiene la costumbre de castigar a sus soldados atándolos a las orugas de los tanques para convertirlos en un picadillo que desparrama en el patio de las barracas. Conocido como "el ladrón de alfombras", Dostum es uno de los señores de la guerra que más veces ha cambiado de bando durante las dos décadas del conflicto afgano. Este antiguo sindicalista se formó militarmente en la URSS, y defendió la presencia soviética en Afganistán. Una condecoración como Héroe de la República de Afganistán no le impidió luego olvidarse de sus antiguos protectores cuando en 1992 cayó el régimen prosoviético de Mohamed Najibullah. Dostum se alió entonces con su enemigo, el asesinado Ahmed Shah Masud, pero la unión fue breve. En 1994, al no poder alcanzar las cuotas de poder a las que aspiraba, se asoció con el fundamentalista Gulbuddin Hekmatyar, otro señor de la guerra pashtún que ahora apoya a los talibán. Unidos por conveniencia, ambos se enfrentaron a Masud en una guerra civil que destruyó la capital y aterrorizó a sus habitantes. Fue en esa época cuando Dostum y su milicia se ganaron el apodo de ladrones de alfombras por el pillaje al que sometieron a la ciudad.

Tras fracasar en la toma de Kabul se replegó al Norte, donde estableció su mini-Estado. "Dostumlandia" parecía una isla de paz frente al resto de Afganistán, sumido en la guerra civil: entre 1995-1997 era uno de los pocos lugares del país donde las mujeres podían estudiar y trabajar, con o sin burka, y hasta el propio general no ocultaba que le gustaba tomarse un whisky de vez en cuando.

Pero sus sueños feudales se vieron interrumpidos en mayo de 1997, cuando los talibán compraron la lealtad de otro señor de la guerra uzbeko, Abdul Malik, que los ayudó a capturar Mazar-i-Sharif. Dostum se exilió en Turquía, pero Malik no se conformó con un papel de alcahuete y también desalojó a los talibán. Para octubre de ese año, el general estaba de vuelta y se aliaba por segunda vez con Masud, convirtiéndose así en la segunda fuerza de la recién creada Alianza del Norte. Pero la traición, de la que él ha hecho un arte, pronto volvió a jugarle una mala pasada: sus propios generales abrieron paso a los talibán en 1998. Desde aquel entonces, Dostum había jurado volver a Mazar-i-Sharif. Queda por ver cuántos crímenes cometerá ahora.

Así las cosas, ya no hay dudas de que Estados Unidos va a ganar la guerra, pero puede perder la paz. En la liberada Kabul ya comenzaron las peleas por los espacios de poder que cada cual cree que le corresponde, aunque se han evitado los enfrentamientos armados: Occidente está mirando y les han prometido dinero. En cuanto se vayan los marines, con o sin la cabeza de Bin Laden, la Alianza caerá en la cuenta de que no hay fondos para nada salvo para sostener el esfuerzo bélico. No se van a construir escuelas, hospitales ni viviendas de buenas a primeras la próxima primavera, ni la siguiente, ni en Afganistán ni en Kosovo. Además, los norteamericanos parecen decididos a importar desde Roma al viejo rey Zahir Shah, de 87 años.

 

ROMA: UN REY DE NOVELA

 

La entrada en escena del viejo rey de Afganistán parece un capítulo de una novela de John Le Carré. Mohamed Zahir Shah es hijo del general Nadir Shah que en 1929 tomó el poder y aprovechó la oportunidad para hacerse proclamar rey. Su reinado fue bastante efímero porque, ese mismo año, fue asesinado ante los ojos de su hijo, Mohamed Zahir Shah, quien lo sucedió en 1933. Cuando el nuevo rey subió al trono tenía 19 años y, según él mismo cuenta, "no tenía ambición alguna ni el mínimo deseo de reinar".

Ese joven introvertido, que había hecho sus estudios secundarios en uno de los colegios más prestigiosos de París, estaba traumatizado por la muerte violenta de su padre y las sangrientas intrigas políticas que siguieron a ese asesinato. Durante años, Zahir Shah no ejerció realmente el poder; gobernaban en su lugar sus tíos ambiciosos y conflictivos. Fue recién en la década del sesenta cuando pudo empezar a afirmarse. En 1964 convirtió a Afganistán en una monarquía parlamentaria y, hábilmente, adoptó una posición de estricta neutralidad en la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Los últimos años de su gobierno, en la década del setenta, fueron signados por escándalos de corrupción. El caso más escandaloso tuvo lugar en 1971, durante la hambruna que costó la vida a 100 mil afganos: el monarca y su corte desviaron hacia sus bolsillos gran parte de los fondos internacionales destinados a aliviar la miseria agobiante en la que se debatía su pueblo. Fue el principio del fin para su majestad Zahir Shah.

En 1973 viajó a Italia por razones de salud y nunca más pudo volver a su país. Daud, un primo suyo, aprovechó su ausencia para derrocarlo. Nadie protestó en Afganistán y el rey Zahir Shah abdicó sin discutir, casi aliviado. Se instaló en una residencia cómoda en Olgiata, un suburbio elegante de Roma, y se hizo olvidar. Hasta ahora. Zahir Shah no protestó en 1979, cuando la Unión Soviética invadió Afganistán. Siguió mudo diez años más tarde cuando, después de la derrota soviética, el Kremlin envió emisarios a Roma para intentar encontrar una solución negociada. Y mantuvo el silencio cuando los talibán tomaron el poder.

Los expertos en Asia Central son unánimes: solamente las fuertes presiones de Washington sobre el rey, pero principalmente sobre quienes lo rodean, lograron despertar el repentino interés de Zahir Shah por el destino de sus desafortunados compatriotas. La comunidad internacional le prometió a él y a sus allegados una importante ayuda económica para reconstruir el país, una vez instaurada la paz. También se habló de las perspectivas que ofrece un Afganistán pacificado para el importante mercado petrolero de Asia Central.

Zahir Shah tiene dos importantes ventajas para los estrategas estadounidenses que buscan dibujar el nuevo mapa político de Afganistán: el rey no se ensució las manos en las últimas tres décadas de violencia que sacudieron al país y pertenece a la étnia pashtun. Ese detalle es decisivo, ya que los demás integrantes de la coalición anti talibán son tayiks, uzbecos y hazaras.4

 

GARDEZ: MUERTE POR CONTROL REMOTO

La luna nueva que el 20 de noviembre marcaría el comienzo del Ramadán todavía no había aparecido. Invisible bajo las estrellas, un avión espía no tripulado husmeaba con sus sensores electrónicos cada rincón del país en busca de los responsables de Al Qaeda. Aquella noche, las cámaras infrarrojas de un avión Predator, operado a distancia por personal de la CIA, habían detectado una caravana de vehículos que llegaba al hotel de la pequeña localidad de Gardez, situada en la ruta que une Kabul con la montañosa región sureña de Paktia.

Capaces de permanecer 24 horas en el aire y de volar a 130 km/h casi sin emitir sonido, las cámaras de los Predator captaron cómo varias personas entraron en el edificio, en el que se celebraba una reunión de responsables de Al Qaeda.

La escena era vista, casi en tiempo real, en la sala de control del Mando Central del general Franks, en Tampa, Florida. De allí las imágenes eran retransmitidas al cuartel general de la CIA, en Langley, Virginia y al Pentágono. El gran ausente era el presidente George W. Bush quien, en aquellos momentos, se entrevistaba en su rancho de Texas con su colega ruso, Vladimir Putin.

Bush y Putin decidieron reducir el número de misiles de alerta a 2.000 por cada país, lo cual significa que a partir de ahora, Estados Unidos y Rusia sólo se podrán destruir diez veces el uno al otro en lugar de 100, como era antes. Al mismo tiempo que Bush y Putin formulaban este alentador anuncio, desde Tampa partió la orden de ataque contra el hotel de Gardez. Fue recibida por tres cazabombarderos F-15 que se mantenían a la espera, sobrevolando Kabul.

Los datos del objetivo fueron introducidos en el cerebro de las bombas inteligente GBU-15, de 1.100 kilos de peso, que transportaba cada aparato. A continuación los pilotos afinaron la puntería y abrieron fuego.

Las explosiones redujeron el hotel a escombros y abrasaron a todos cuantos lo ocupaban. Entre los fallecidos figuraba Mohamed Atef, el jefe militar de Al Qaeda y consuegro de Osama Bin Laden.5

"Ahora vamos por los cocodrilos". Con esa frase el general estadounidense Tommy Franks, responsable de las operaciones militares en Afganistán, anunció el inicio de la cacería de Osama Bin Laden y sus lugartenientes.

Con la muerte de Atef, el derrumbe talibán y el súbito afán de antiguos comandantes del régimen teocrático de ayudar a los norteamericanos en su cacería contra Al Qaeda, el cerco en torno a Bin Laden se fue estrechando.

La caída de Kabul le demostró a Osama que, si bien él podía ser un buen comunicador de su fanatismo, carecía de capacidad política para entablar una negociación. Con el poder en sus manos no supo ganarse la confianza de los líderes tribales quienes -como al Che Guevara en el Congo-, lo vieron simplemente como a un "extranjero" o "el árabe", como lo llaman. Arrasado por las bombas de los B-52, el medieval ejército talibán que llevaba más de cinco meses sin cobrar sus sueldos, se batió en retirada. De nada valieron las arengas radiales del mullah Omar que los conminaba a que "no huyeran como pollos descabezados". El dogmatismo mesiánico de Osama los había preparado para morir pero no para aceptar la deserción en masa.6

Ante la perspectiva de ser pasados a cuchillo o ejecutados por la espalda, como ocurrió en Kunduz, en Mazar-i-Sharif y en Kabul, los chechenos, uzbecos, paquistaníes y árabes de Bin Laden no tuvieron otra alternativa que pelear hasta el final o tratar de escapar a Paquistán.

 

KANDAHAR: LAS PREDICCIONES DE OMAR

 

Entrevistado -en la clandestinidad-, por el servicio en idioma pashtún de la BBC -cuya emisión es considerada la sexta plegaria obligatoria, después de las cinco que manda el Corán-, Omar hizo nuevas amenazas apocalípticas sobre la inminente destrucción de Estados Unidos con voz quebradiza: "El plan continúa y, con la voluntad de Dios, será implementado", se escuchó en los receptores.

"Es una tarea gigantesca que va más allá de la voluntad y la comprensión de los seres humanos. Si contamos con la ayuda de Dios esto va a ocurrir en un plazo corto. Recuerden esta predicción", dijo Omar, sin que nadie se atreviera a considerar sus palabras solamente como las amenazas de un desquiciado.

Días más tarde, rodeado por todos los frentes y con su régimen teocrático en ruinas, el Príncipe de los Creyentes prometió sacrificar hasta el último de sus hombres en la batalla final por Afganistán. "Es mejor morir con dignidad que vivir humillados", anunció en un mensaje a las tropas que defendían las antiguas murallas de Kandahar.

Por esos días Omar utilizaba una bicicleta para moverse por Kandahar y evitar así ser detectado desde el aire. Todavía mantenía el mando de miles de hombres y se negaba a negociar la rendición, contra la opinión de algunos de sus lugartenientes. Pero había pedido a sus asesores que compraran siete camellos, por si se veían forzados a escapar a través del desierto.

Si su paradero era más o menos conocido, no sucedía lo mismo con Bin Laden. Junto a sus centuriones árabes y a las tropas diezmadas, se había replegado a las montañas afganas: ocho mil cuevas ubicadas a cinco mil metros de altura eran el último reducto talibán. Los 1.500 hombres Osama, bien armados, disciplinados y suicidas, lucharían hasta la última gota de sangre. Bajo un solo lema: "resistir en Tora Bora, o morir."

 

JALALABAD: ULTIMO ACTO EN TORA BORA

 

Su nombre quiere decir "polvo negro", pero Tora Bora se ha ganado su fama por ser una fortaleza de roca sólida tan inexpugnable que los soviéticos no pudieron desalojarla a pesar de haberla bombardeado durante una década.

Construida por los mujaidin con el infaltable apoyo norteamericano, Tora Bora es un reducto de cuevas fortificadas en las heladas Montañas Blancas, ubicadas a 50 kilómetros al sur de Jalalabad. Según los testimonios de quienes trabajaron en la construcción del complejo de túneles y cavernas, se trata de un mundo subterráneo que, por su confort y sofisticación, despertaría la envidia de James Bond. A 300 metros bajo tierra, las cuevas están preparadas como para vivir meses, e incluso años, gracias a un sistema de ventilación, electricidad y almacenamiento de agua que proviene de un río subterráneo. El acceso a Tora Bora es muy complicado y mucho más con la inminente llegada del invierno.

En Tora Bora Osama se sentía seguro. Y sin embargo, acababa de caer el sol cuando el eco de una bomba resonó en la profundidad de las galerías. El hombre demacrado y de barba canosa, que apenas unos minutos antes había grabado un video con su testamento político para ser emitido después de su muerte, escribía una carta a su hijo Mohamed, de 19 años, encargado desde hace dos de velar por él durante el sueño: " Y si me voy, quiero que sepas que sigo vivo, en otra dimensión. No me verás, por eso debes tener fe...". Otra bomba resonó en las entrañas de la Tierra y lo interrumpió nuevamente. Eran los estrategas de la CIA y del Pentágono, que habían comenzado a atacar con bombas antibúnker para demoler las cuevas de mayor profundidad, en caso de que la recompensa de 25 millones de dólares no resultara, como pensaban, el arma más eficaz.

Antes de ponerse de pie con la ayuda de su bastón, releyó el poema que a comienzos de año había recitado durante el casamiento de Mohamed: "Ella navega hacia las olas flanqueada por la arrogancia, la soberbia y el falso poder. Hacia su condena se mueve suavemente... Sus hermanos en el Este se alistaron. Y los camellos de guerra se prepararon para ponerse en marcha". Después Osama reunió a sus guardaespaldas de mayor confianza y a su hijo Mohamed y les hizo jurar que lo matarían si eran cercados por fuerzas de la Alianza del Norte o tropas especiales norteamericanas. Jamás se entregaría vivo porque ésa sería su mayor derrota, les dijo, y les anunció que en el video que había grabado estaba el nombre de su sucesor.7

Aunque Bin Laden no dijo quién sería su heredero, todos adivinaron que se trataba del médico egipcio Ayman Al-Zawahiri que -aunque opacado por el historial bélico de Bin Laden, sus millones y sus letales proezas- siempre tuvo un rol primordial en la estructura de Al Qaeda. Los tribunales egipcios lo han condenado a muerte aunque nunca han podido ponerle las manos encima. Fue Al-Zawahiri quien acuñó la etiqueta de Frente Islámico para la Lucha contra los Cruzados y Judíos que, desde febrero de 1998, engloba a grupos terroristas en una veintena de países.8

El médico egipcio de modales suaves e inaudita crueldad, está convencido de que la eventual desaparición física de Bin Laden no implicará el fin de la organización repartida en medio centenar de países. Al Qaeda tiene una base suficientemente sólida para sobrevivir a Bin Laden; los grupos que la conforman están unidos por un fuerte sentimiento de frustración ante el fracaso de las organizaciones integristas moderadas, como los Hermanos Musulmanes egipcios, el FIS argelino o el Fazilet turco. Además, el proyecto de Al Qaeda seguirá siendo atractivo para miles de jóvenes que pretenden lograr un renacimiento islámico que derribe los regímenes corruptos, se plante frente a la prepotencia occidental y logre, tras siglos de decadencia, reunificar como en tiempos de Mahoma, a todos los auténticos musulmanes del mundo.

El martirio de Bin Laden seguramente va a provocar un nuevo espasmo de violencia vengadora.

Sin embargo, el vaquero George W. Bush tiene sobradas razones para preferirlo muerto: porque un juicio contra el magnate saudita se convertiría en un peligroso circo con toma de rehenes y más actos de terrorismo; porque el proceso duraría años y Osama no tendría dificultades económicas para costearse los mejores abogados; porque, siendo un hombre débil y enfermo, no puede descartarse que muera antes de que el tribunal dicte su sentencia.

Previendo la posibilidad de la captura, el presidente firmó un decreto que autoriza el enjuiciamiento y la ejecución de terroristas extranjeros por tribunales militares. Pero si Bin Laden muere durante un raid aéreo, sin que su cuerpo sea recuperado, su fantasma seguirá apareciendo en todos los rincones del planeta, cada vez que alguno de sus seguidores planifique el próximo Apocalipsis norteamericano. Puede que la tecnología bélica norteamericana rompa con el mito de Tora-Bora, pero encontrar a Osama Bin Laden es otra cosa.

Bush y los Estados Unidos además, deben enfrentar las contradicciones propias de dos mundos. En el plano militar, la lucha contra el terrorismo podría ser resuelta de manera victoriosa en un mes con solo introducir a rajatabla las implacables normas de vigilancia que inventó el estalinismo. Si Estados Unidos implanta la censura, el control de las personas, los allanamientos y los registros arbitrarios de viviendas, los campos de concentración y los tribunales militares, el terrorismo desaparecería. Pero, ¿cómo eliminarlo sin renunciar a los valores de la democracia? No se trata entonces del problema que provocan las actividades de Bin Laden, sino de cómo resolver un dilema estructural.9

A este dilema se refirió Philip Wilcox, jefe de la Oficina de Lucha contra el Terrorismo del Departamento de Estado entre 1994 y 1995, en un artículo publicado en el semanario The New York Review of Books, uno de los más prestigiosos de Estados Unidos. Afirmó que la lucha contra el terrorismo es una actividad totalmente abstracta: "Lo único que podemos hacer es limitar sus consecuencias, porque los sistemas democráticos carecen de mecanismos que permitan controlar la situación de manera total. Si tuviesen esos mecanismos no serían democracias. Como resultado -pronosticó-, el conflicto durará mucho tiempo y el único que se beneficiará a largo plazo será el presidente ruso Vladimir Putin, porque Estados Unidos tiene acceso a Afganistán solamente desde el espacio controlado por Rusia".10

Para los norteamericanos existe hoy un temor mucho mayor que el de un final desmedidamente sangriento de la campaña bélica: que Bin Laden escape. Psicológicamente, una huída exitosa del máximo dirigente de Al Qaeda sería para ellos un verdadero mazazo: una victoria hueca. Por otra parte, nadie está seguro de que Bin Laden vaya a elegir el martirio. Por el contrario, hay quienes dudan de que realmente esté preparado para dar ese paso porque todavía se imagina a sí mismo como el próximo Gran Califa del mundo musulmán.

En Tora-Bora, después de sus oraciones matinales Osama abrió el Corán y releyó el versículo 16 del séptimo capítulo: "Huir del campo de batalla y volver la espalda al enemigo, significa que el fugitivo desestima la más preciosa y más querida vida que la de la sociedad". Y por tanto, merece el suplicio del fuego eterno. Salvo en una excepción, que Osama leyó cuidadosamente: "Cualquiera que vuelva la espalda en ese día, a menos que se adjunte otro combate o se reúna a otra tropa, desata la cólera de Dios; su refugio será la Gehnna (el Fuego)". Adjuntarse a otro combate o reunirse a otra tropa... Por un instante imaginó que podría intentar escapar para volver a la lucha...

Era factible. Tal como le dijo Mohamed, estaban todavía los helicópteros que habían escondido en Afganistán. Podían también intentar una travesía a lomo de mula siguiendo la ruta de los traficantes de droga que atraviesan Irán hasta llegar a los montes Zagros, por donde pasan a Turquía, y de allí a Europa. Mucho más sencilla sería, incluso, la salida por la frontera paquistaní, donde Osama tiene su mayor apoyo entre la población pashtún de Paquistán y los refugiados afganos. Desde Paquistán, la huida por mar a un tercer país no supondría grandes problemas logísticos.

Osama se recordó a sí mismo cuando, obligado a abandonar Sudán en enero de 1996, había preferido Afganistán a Yemen, el terruño de su padre. No es que hubiera mucho en Yemen, tierra enigmática y remota, cuna de los Bin Laden, pero después de todo ya lo había dicho el profeta Mahoma: "Si el desorden amenaza, toma refugio en Yemen".

¿Dónde más podría refugiarse? En aquellos países donde hay movimientos integristas radicales bien organizados y vinculados a Al Qaeda, como ocurre con los rebeldes chechenos en el Cáucaso; con el Hezbollah y las Brigadas de Oriente en Turquía; con Jund al Islam, en el norte de Irak; con Al Itihad en Somalía; con el Grupo Islámico del Yemen, el Frente de los Defensores del Islam en Indonesia, y con el grupo Abu Sayaf, en el sur de Filipinas.

Es cierto que Saddam Hussein no se atrevería a hospedarlo abiertamente en Irak, pero podría permanecer -clandestinamente-, durante un tiempo en Irán o el Líbano, ya que algunos sectores del régimen iraní ven con simpatía su enfrentamiento con Estados Unidos, o en Sudán, cuyo gobierno integrista ya le dio refugio. Incluso podría contar con infraestructura para esconderse en su propio país, Arabia Saudita, y en los emiratos árabes del Golfo Pérsico, que cuentan con un gran porcentaje de mano de obra paquistaní.

Osama hizo callar a Mohamed con un gesto. Sentía los primeros efectos del encierro: el "síndrome del bunker". Estaba en una cueva enviando mensajes y dirigiendo a medias las operaciones, pero su capacidad para moverse y comunicarse estaba limitada al mínimo.

Una voz en su interior le dijo a Osama que a partir de ese momento su destino estaba librado a la voluntad de Alá. Le pidió a Mohamed que lo dejara solo por unos minutos. Entonces miró a su alrededor. Esa fortaleza en la montaña ofrecía el escenario ideal para hacer su último gran acto heroico.

Se trasladó con dificultad hasta la cueva principal, que tiene una entrada de 18 metros de altura y conduce a un túnel que desemboca, a su vez, en varios senderos. De allí, la frontera con Paquistán está sólo a unos pocos kilómetros. Antes de llegar a la salida de la caverna, disimulada tras un gran pinar, Osama volvió a formularse la misma pregunta que le había martillado la cabeza infinidad de veces durante la guerra contra los soviéticos: ¿estaba preparado para morir?

Miró fijamente ese punto oscuro donde el túnel se perdía en la noche y se dijo que no temía la muerte: la amaba, pero iba a llevarse a la tumba a tantos infieles como le fuera posible. Cerca de la salida, se sintió como un gran escapista que había decidido consumar el acto más arriesgado de su carrera: arder en una llamarada eterna de gloria nuclear.

  * * * * * * *

Copyright: Walter Goobar

Según WEB-COUNTER Ud. es el visitante número:

E-mail:waltergoobar@yahoo.com