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Qué es la globalización
Ponencia presentada por Izquierda Revolucionaria en el Encuentro contra el paro, la precariedad y la exclusión social celebrado en Sevilla (19-21 de mayo del 2000)

En los últimos años se ha producido una intensa discusión en los círculos de izquierda sobre el fenómeno de la globalización. En la actualidad este debate sigue abierto puesto que no se ha producido un consenso generalizado sobre el contenido, la dinámica y la amplitud de este término. Sin embargo, la globalización es referente obligado en cualquier análisis que intente comprender las claves de la situación internacional, a pesar de la opacidad del concepto.

Nuestra humilde aportación va a intentar arrojar un poco de luz sobre este complejo y contradictorio fenómeno desde el campo del marxismo revolucionario.

Génesis del concepto

Las palabras «global» y «globalización» comenzaron a ser usadas en las facultades de económicas de Harvard, Columbia, Standford y otras universidades norteamericanas a principios de los ‘80. A partir de ahí se impusieron mundialmente, popularizadas por las obras publicadas por estas escuelas y por la prensa económica y financiera anglosajona. Asimismo, el relanzamiento del discurso neoliberal también contribuyó a la propagación del término.

¿Qué se puede entender por globalización?

A un proceso inacabado no le puede corresponder un análisis acabado. Teniendo en cuenta de que se trata de un proceso vivo y dinámico y al no existir un acuerdo completo sobre este concepto hemos preferido ir hacia una definición generalista. Empezamos por decir que la globalización es el conjunto de modificaciones que ha experimentado el capitalismo en el último tercio de siglo. 
Tenemos que partir de la economía y la política internacional para explicarnos en que entorno nos estamos moviendo. Existe una conciencia generalizada de que estamos viviendo nuevos fenómenos internacionales que están cambiando notablemente las relaciones sociales y políticas.

Mientras el mundo semi-colonial se hunde en una miseria aún mayor, atravesado por guerras, enfermades y una desintegración virtual, se observa una tendencia aguda de competencia creciente entre los tres grandes bloques comerciales (NAFTA, UE y el Pacífico) por acaparar mercados y nuevas zonas de influencia, todo ello alentado por la desintegración del «socialismo real». Nos encontramos, pues, asistiendo a una etapa de transición en la que se intenta consolidar el muy proclamado «nuevo orden mundial» que encuentra severas resistencias de los pueblos y los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

El agotamiento del modelo de postguerra

Estamos asistiendo al intento de establecer un nuevo equilibrio que estabilice la situación mundial y cree las condiciones para el desarrollo de una nueva fase expansiva del capitalismo, como la que se dió en la postguerra. El proceso de reestructuración social y económica iniciado en los años ‘70 y culminado en los 80 y 90, puso fin al «compromiso keynesiano de la postguerra» y dio paso a la ofensiva neoliberal actual. Tenemos que comprender los componentes esenciales del modelo de la postguerra y la manera en que se rompió para entender las claves de la nueva situación.

El modelo de posguerra se basaba en cuatro grandes equilibrios: 

En primer lugar, hubo un equilibrio entre las potencias imperialistas construido sobre la hegemonía -económica, política y militar- del imperialismo USA. Esta hegemonía se vió gradualmente socavada por el auge económico del imperialismo europeo y japonés, que originó la crisis del dólar de 1971 y precipitó el fin del sistema de Bretton Woods. En 1953, la economía norteamericana representaba el doble que el PIB conjunto de Japón, Alemania, Francia, Italia y Gran Bretaña y producía la mitad de la producción mundial total. Hoy, al gigante norteamericano le corresponde el 26%, en comparación con el 14% de Japón y el 21% de las cuatro principales potencias europeas. El imperialismo americano perdió su hegemonía económica a la vez que continua siendo la potencia dominante desde el punto de vista político y militar.

El segundo equilibrio era el establecido por la división del mundo en el Tratado de Yalta, por el que el imperialismo le dejaba mano libre al estalinismo en su parte del mundo, y éste bloqueaba los alzamientos revolucionarios en el mundo capitalista. Este equilibrio (como los otros) era siempre contradictorio y movible, dado que implicaba a sistemas sociales antagónicos. Duró hasta finales de los años 80 y fue un factor crucial de estabilidad capitalista, sobre todo en Europa. La descomposición del «socialismo real» inaugura un nuevo período de inestabilidad política con la aparición de guerras fatricidas en Europa, por primera vez desde los años 50.

El tercer equilibrio concernía a la relación entre el imperialismo y el mundo semi-colonial, con el desarrollo de nuevas formas de dominio neo-colonial. El boom de la postguerra y un comercio en expansión llevó a la industrialización de una serie de países semi-coloniales mientras que, a la vez, distorsionaban sus economías mediante la subordinación al mercado mundial. Con el comienzo de la crisis en los años 70, la inversión en la mayoría de estos países colapsó progresivamente, dando lugar a una caída drástica y a menudo catastrófica en los niveles de vida. A la vez, las burguesías imperialistas desarrollaron nuevas formas de pillaje para saquear la riqueza de estos países, tales como la crisis de la deuda, el control de los mecanismos internacionales de intercambio comercial y la implantación del neoliberalismo que eliminaba las últimas defensas de las economías nacionales de los países dependientes.

El cuarto equilibrio tenía que ver con las relaciones entre las burguesías imperialistas y sus propias clases trabajadoras, el famoso «consenso de la postguerra», que dio lugar en algunos países al «welfare state», caracterizado por la inversión pública y una amplia cobertura en protección y servicios sociales. La aceptación del sistema capitalista estableció los límites de acuerdo entre los líderes del movimiento obrero y los representantes del capital, diluyéndose por todo un período histórico la lucha de clases. 

Esto se tradujo en un proceso que, si bien se inició durante la guerra, tuvo su máximo desarrollo después de ella: la progresiva integración de las cúpulas del movimiento obrero en el Estado, fenómeno que repercutió directamente en la devaluación de los contenidos transformadores de las movilizaciones políticas y sindicales de izquierda, así como en el menoscabo de su capacidad de cuestionamiento global del sistema. La irrupción del tatcherismo en Gran Breteña y la «reaganomics» en los EE.UU. marcó el comienzo del final de este equilibrio y el ascenso de las políticas neoliberales que cuestionan los derechos sociales adquiridos en el anterior periodo.

La globalización del capital

En el último tercio de siglo, se han desarrollado en la economía y la política mundial un conjunto de fenómenos que han cambiado notablemente el carácter de nuestras sociedades.

Este conjunto de grandes transformaciones abarcan:

1) una revolución tecnológica, basada en el desarrollo de redes informáticas y tecnologías de la información, que ha determinado el surgimiento de nuevas ramas de producción y nuevas mercancías que se agrupan en la llamada «nueva economía».

Las nuevas tecnologías (informática, microelectrónica, telecomunicaciones, robótica, etc) han penetrado en todas las esferas de la actividad económica y sus aplicaciones en diferentes campos como la investigación, las ciencias, las comunicaciones de masas, la salud, por nombrar algunos, han transformado la base técnica y cultural de nuestra existencia creando sectores de producción nuevos y productos y mercancías que antes no existían, como por ejemplo, la información.
Se ha formado una sociedad de la información global, cuyo máximo exponente es Internet, que a su vez es un negocio. En esta «nueva economía» donde se compra y se vende desde portales de Internet hasta teléfonos móviles se registra una inflación de los valores. Por ejemplo, en 1998 el valor de las acciones de las empresas norteamericanas era 33 veces más alto que los beneficios de las compañías.


2) la desregulación de los movimientos internacionales de capital y la interconexión en tiempo real de las bolsas, mercados de cambio y plazas financieras, que ha configurado un mercado financiero global sin regulación ni control estatal alguno.

Es en la esfera del capital financiero donde se ha alcanzado un grado más elevado de movilidad y una globalización prácticamente total. El reino del capital-dinero ha conquistado una libertad de acción completa como jamás existió en la historia. Los estados nacionales han perdido casi por completo la capacidad de controlar y regular por medio de sus bancos centrales los gigantescos movimientos de capital que pueden desestabilizar los mercados de divisas, las tasas de interés y de cambio, etc
Asímismo, según estudios del propio FMI, en las plazas financieras más importantes, Nueva York y Londres, más del 40% de las operaciones son realizadas por diez bancos. Unos 30 bancos se llevan la parte del león de los 1, 3 billones de dólares diarios que se negocian en los principales mercados de cambios del mundo. Todo esto genera una gran «volatilidad» de las finanzas mundiales agravada por la inexistencia de una moneda mundial única y la erosión del dólar como moneda de refugio y referencia.


3) la mundialización de la producción con la conformación de oligopolios que dominan la economía mundial y la regionalización del intercambio con la plasmación de bloques comerciales.

Las multinacionales y holdings se organizan como empresas globales operando a nivel mundial y no para un mercado nacional, con estrategias de mercado globales y fuerte dimensión para resistir la competencia. De las 37.000 multinacionales contabilizadas por la ONU, existen unos 100 holdings que en 1990 concentraron en sus manos un tercio de las inversiones mundiales en el extranjero.
Mediante la «deslocalización», la producción se mundializa. Toyota, por ejemplo, fabrica sus automóviles para el sudeste asiático en cuatro países distintos, cada uno de los cuales se encarga de una parte del automóvil. El Ford Escort que se montaba en dos fábricas europeas tenía piezas fabricadas en quince países diferentes de tres continentes.
Al mismo tiempo que se mundializa la producción, se regionaliza el intercambio con la estructuración de bloques comerciales regionales (NAFTA, UE, bloque asiático) que a la vez que expolian a los países dependientes luchan y compiten entre sí.


4) la aparición de nuevas formas de explotación del trabajo y de gestión de la producción.

Se está produciendo un relevo del sistema de organización del trabajo taylorista-fordista -basado en una rígida disciplina, en la jerarquización de responsabilidades y en el control de los ritmos de producción, en grandes unidades productivas con grandes masas de obreros- al sistema toyotista, en el que se intenta «involucrar» a los trabajadores, se potencia la polivalencia del empleado, se trabaja en equipo, con cierta horizontalidad, en pequeñas y medianas unidades de producción con personal muy especializado y un alto grado de mecanización y robotización.
Mientras que el primer sistema, siendo inhumano, potenciaba indirectamente la solidaridad de clase frente a la empresa; el segundo sistema potencia la rivalidad y competencia entre los propios empleados.


5) la ruptura del consenso de posguerra con la consolidación del neoliberalismo y sus políticas generalizadas de privatización y desregulación laboral que dinamitan el rol jugado por el estado del bienestar.

El consenso de posguerra se basaba en cuatro grandes equilibrios: En primer lugar, hubo un equilibrio entre las potencias imperialistas construido sobre la hegemonía -económica, política y militar- del imperialismo USA. Esta hegemonía se vió gradualmente socavada por la subida del imperialismo europeo y japonés, que llevó a la crisis del dólar de 1971 y al fin del sistema de Bretton Woods. El imperialismo americano perdió su hegemonía económica a la vez que continuaba siendo la potencia dominante desde el punto de vista político y militar. 
El segundo equilibrio era el establecido por la división del mundo en el Tratado de Yalta, por el que el imperialismo le dejaba mano libre al estalinismo en su parte del mundo, y el estalinismo bloqueaba las revoluciones en el mundo capitalista. Este equilibrio (como los otros) era siempre contradictorio y movible, dado que implicaba a sistemas sociales antagónicos. Pero duró hasta los años 80 y fue un factor crucial de estabilidad capitalista, sobre todo en Europa. 
El tercer equilibrio concernía a la relación entre el imperialismo y el mundo semi-colonial, con el desarrollo de nuevas formas de dominio neo-colonial. Un mercado mundial en expansión llevó a la industrialización a una serie de países semi-coloniales mientras que, a la vez, distorsionaban sus economías mediante la subordinación al mercado mundial. Con el comienzo de la crisis en los años 70, la inversión en la mayoría de estos países colapsó progresivamente, dando lugar a una caída drástica y a menudo catastrófica en los niveles de vida. A la vez, las burguesías imperialistas han desarrollado nuevas formas de pillaje para saquear la riqueza de los países semi-coloniales (la crisis de la deuda, el colapso en los precios de las materias primas, la privatización y la liberalización que eliminaba las últimas defensas contra el saqueo imperialista). 
El cuarto equilibrio tenía que ver con las relaciones entre las burguesías imperialistas y sus propias clases obreras, el famoso "consenso de la postguerra", que dio lugar en algunos países al «welfare state». Todos estos elementos de equilibrio comenzaron a romperse con el comienzo de la crisis a principios de los 70. 
Con la crisis, el estado del bienestar empieza a ser desmantelado aplicándose el modelo neoliberal en el que los gastos sociales son un verdadero derroche que pone en peligro un presupuesto sano y equilibrado. Con el pretexto de estimular la inversión se reducen los impuestos a los capitalistas cargando mediante reformas impositivas una mayor presión fiscal sobre los pobres. Todo esto se combina con una acusada tendencia hacia la mercantilización de los servicios públicos, la privatización del sector público, la desregulación laboral y el desmantelamiento de los sitemas de protección social (desempleo, educación, salud, vivienda, jubilaciones, etc). De esta forma se despoja a los estados nacionales de los medios que antes paliaban las consecuencias de las crisis económicas lo que plantea cara al futuro un auténtico polvorín social.


6) la desprotección y apertura de las economías nacionales protegidas del llamado «tercer mundo» que conduce a una recolonización de los países dependientes.

A menudo se presenta la globalización como un gran progreso que permitirá a los países atrasados alcanzar a los más desarrollados. No obstante, la testaruda realidad se impone. Según los datos oficiales de la ONU «en más de un centenar de países, la renta per capita es hoy en día más baja que hace quince años». Es decir, 1.600 millones de seres humanos viven peor que al principio de los ’80. En espacio de una generación, la distancia entre los países ricos y los pobres se ha doblado. La realidad que nos trae la globalización se traduce en el hecho constatado y vergonzoso de «que 258 millonarios dispongan de una renta anual superior a la renta conjunta del 45% de los habitantes de la tierra» (El País, 2/JUL/98). 
Las tres cuartas partes de las inversiones directas destinadas a los países empobrecidos se han concentrado en una docena de países. Africa, el continente más pobre, sólo recibió el 6% de estos flujos de capital. Y los países africanos con más dificultades, aquellos donde se concentran los mayores índices de miseria y descomposición social del globo, se contentaron con un miserable 2%.
«La prospectiva económica de la mundialización no puede ser más inquietante: el PIB mundial se duplicará en los próximos 25 años, pero el porcentaje de ese PIB que les corresponderá a los países más pobres no llegará al 0,3%» (El País, 2/JUL/98). 
Algunos demagogos de la política argumentan que la ayuda internacional impedirá la descomposición social a la que se ven abocados una gran parte de los países empobrecidos del mundo como consecuencia de la globalización.
Pero, también en este apartado mienten con descaro. En 1997, los países del llamado Tercer Mundo recibieron el 26% menos de ayudas que en 1996. Los países industrializados de la OCDE redujeron sus ayudas del 0,33% del PIB al 0,22%, alejándose del horizonte del 0,7% aconsejado por la ONU.
La economía nacional más poderosa del mundo, los EE.UU., redujeron su ayuda del 0,12% del PIB al 0,08%. Mucho nos tememos que el ejemplo cunda en las economías europeas.
Sólo en 1997, seis millones de personas contrajeron el virus del SIDA, de los cuáles más del 80% en los países en vías de desarrollo, y de ellos casi el 90% no tienen acceso a la necesaria asistencia sanitaria. Esto es sólo una pequeña muestra del desolador escenario mundial que el futuro globalizador nos depara.


7) la restauración progresiva del capitalismo en Rusia, Europa del Este, China, Cuba, etc lo que conlleva la desaparición del «segundo mundo» y el predominio político-militar y cultural de EE.UU. como única superpotencia en un mundo políticamente unipolar.

Hoy por hoy, la economía de mercado se impone en todo el mundo. Tanto en Cuba como en China se está produciendo un restablecimiento progresivo del capitalismo. En la antigua Europa Oriental y Rusia, la restauración se ha producido en base a la guerra y al saqueo del antiguo estado a manos de los antiguos burócratas que se han convertido en magnates de la finanzas y los negocios. 
Estos países están entrando en la órbita de los nuevos países colonizados por las grandes potencias económicas y no juegan, por tanto, ningún papel importante en la economía mundial. EE.UU. aparece como la única superpotencia mundial, imponiendo su modelo económico, político y cultural al resto del mundo.


Ajustemos la definición

La globalización se caracteriza, pues, por la concentración del poder y la riqueza en unas pocas manos. Las decisiones, concentradas y anónimas, que afectan a las vidas de millones de personas se producen en centros de poder cada vez más separados de la ciudadanía y alejadas de sus ámbitos convivenciales y políticos.

Por esto, la lógica del mercado global lleva inexorablemente a la conculcación de la libertad para la inmensa mayoría social, la clase trabajadora, y a la configuración de una plutocracia mundial, el gobierno de los grandes capitales y monopolios. 

En conclusión, la globalización consiste en una mayor movilidad geográfica del capital, la posibilidad de trasladar los recursos de un sitio a otro a bajo costo y de usar la amenaza de tales traslados como un garrote contra los trabajadores. Es combinar la tecnología más moderna con la mano de obra más barata. Es una mayor penetración de los bancos y corporaciones en los países dependientes. Es quitar las protecciones a los trabajadores y los reglamentos que protegen el medio ambiente con el lema de armonizar las normas. Es obligar a trabajar a obreros y campesinos con salarios más bajos y en peores condiciones. Es en definitiva una tendencia permanente y objetiva del desarrollo capitalista combinada en toda regla con un ataque económico e ideológico contra los trabajadores del mundo entero.

La globalización es "la libertad de implantarse donde quieran, cuando quieran, para producir lo que quieran, comprando y vendiendo donde quieran, sufriendo lo menos posible las restricciones en materia de derecho del trabajo y de convenciones sociales" (formulación de un empresario europeo citado por Francais Chesnais en "L’emergence d’un nouveau régime d’accumulation mondial à dominante financière", La Pensée N° 309, 1997). 

Por todo ello, la globalización no representa una nueva fase del capitalismo sino precisamente la acentuación de los rasgos más parásitos del imperialismo.

Qué hacer

Los trabajadores, sean del primero o del tercer mundo, sólo tenemos una salida: luchar. Luchar, en primer lugar, por construir una alternativa marxista que conquiste la hegemonía en el movimiento obrero e intente superar el sistema capitalista. En la ausencia de esta alternativa, la globalización del capitalismo puede desembocar en conflictos nacionales, étnicos y raciales terribles, con la desintegración virtual de naciones y sociedades enteras.

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