En la bruma de la aurora
junto a la aguada, silente,
un cazador avisora,
pronto, rústico y valiente.

Lo asiste un dogo fornido
de recias fauces de acero,
que en la penumbra, aterido,
aguarda un bravo entrevero.

De pronto un chancho silvestre
se aproxima hacia la aguada,
por una senda terrestre,
que se esboza en la alborada.

Del marrano los gruñidos
alertan al cazador,
y las ansias y sentidos,
del perro madrugador.

Lo azuza, celoso, el amo;
lo empuja su vocación;
y ante ese doble reclamo
se lanza el dogo a la acción.

Hacia el lance, presuroso,
semeja una llamarada,
que abraza el bosque brumoso
con sonora clarinada.

Es una flecha plateada
que rauda el abra atraviesa,
Iuminosa, perfilada,
para clavarse en la presa.

Hay un choque de corajes,
de bravos, épico lance,
que en alarde de linajes
sólo saben del avance.

Restallan las dentelladas,
muerde la jeta, y se cierra.
Confusión de revolcadas.
Suciedad de sangre y tierra.

Surge una albura escarlata,
con mezcla de cerca y pelo.
El entrevero desata,
todas las fuerzas en duelo.

Es de ver la faz del dogo,
cerrando el furor sus dientes,
llevando al chancho al ahogo,
con los colmillos pendientes.

Esconde el perro las patas
apoyando sobre su anda,
y se revuelca en las matas,
vivaz y fuerte palanca.

El enemigo resuella
en bronco, grave gruñido.
Lo fulminó cual centella
el dogo, que lo ha vencido.

Con certera puñalada
el cazador lo remata.
Cobra una presa preciada
y su entusiasmo desata.

¡Viva mi dogo argentino,
feroz gladiador del monte!
¡Que se cumpla su destino,
con su garra y con su apronte!

ANTONIO C. BROGGI CARRANZA

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