Tu lenguaje, Señor, es muy sencillo,
mas no así
el de tus discípulos
que hablan
en tu nombre.
Yo
comprendo la voz de tus alas
y el
silencio de tus árboles.
Comprendo
la escritura de tus estrellas
con que nos
explicas el cielo.
Comprendo
la líquida redacción de tus ríos
y el idioma
soñador del humo,
en donde se
evaporan
los sueños
de los hombres.
Yo
entiendo, Señor, tu mundo,
que la luz
nos describe cada día
con su
tenue voz.
Y beso en
la luz la orilla de tu manto.
El viento
pasa enumerando
tus flores
y tus piedras.
Y yo, de
rodillas,
te toco en
la piedra y en la flor.
A veces
pego mi oído
al corazón
de la noche
para oír
el eco de tu corazón.
Tu lenguaje
es sencillo, mas no así
el de tus
discípulos que hablan en tu nombre.
Pero yo te
comprendo, Señor.