Juana de Ibarbourou
Y te dí el olor
de
todos mis dalias y todos mis nardos en flor.
Y te dí el
tesoro
de las
hondas minas de mis sueños de oro.
Y te di la miel,
del
panal moreno que finge mi piel.
¡Y todo te dí!
Y como
una fuente generosa y viva para tu alma fui.
Y tú, dios de
piedra
entre
cuyas manos ni la yedra medra;
Y tú, dios de
hierro
ante
cuyas plantas velé como un perro.
Desdeñaste el
oro, la miel y el olor.
¡Y
ahora retornas mendigo de amor,
a buscar las
dalias, a implorar el oro,
a
pedir de nuevo todo aquel tesoro!
Oye, pordiosero,
ahora
que tú quieres es que yo no quiero.
Si el rosal
florece,
es ya
para otro que en capullos crece.
Vete, dios de
piedra,
sin
fuentes, sin dalias, sin mieles, sin yedra.
Igual que una
estatua,
a
quien Dios bajara del plinto, por fatua.
¡Vete, dios de
hierro,
que
junto a otras plantas se ha tendido el perro!