Otras palabras Hombres y mujeres que han pasado por la vida múltiples veces, nos han dejado, -para que sigamos el ejemplo y comprendamos la razón de esos viajes-, el pensamiento escrito o el gesto heroico por el triunfo de un ideal en provecho casi siempre de la humanidad. Giordano Bruno pereció en la hoguera, Sócrates tomó la cicuta, Jesús alcanzo la palma del martirio. ¿Dónde aprendieron tanta sabiduría para llegar por ella hasta la muerte? La mejor escuela es el sendero infinito, de allí extrajeron lo que con tanta devoción legaron a la humanidad. Jesús no hablo de física, matemáticas u otra ciencia. Sencillamente habló de amor. Desde entonces, esa palabra adquirió un luminoso sentido de salvación para el hombre. Si se tratara de un sentimiento espontáneo del cual debiéramos despreocuparnos él no hubiera dicho: "amaos los unos a los otros", I un vidente, libertador de pueblos tampoco hubiera dicho al borde del sepulcro: "unión o la anarquía os devorará". Ni los hombres hablarían de fraternidad y acercamiento entre las naciones para evitar la guerra. I es que, sencillamente, el amor a nuestros semejantes, a los animales, a las plantas, a los libros, a las obras de arte, etc., es el mejor y más directo camino para ganar la felicidad material y espiritual. Sin amor se hace imposibles adelanto del espíritu y el perfecto desarrollo de las cosas materiales; ya que la música, la poesía, la pintura o cualquier otra expresión de belleza, sólo alcanzan su real plenitud cuando emanan de seres que desenvuelven tal vocación con verdadero amor. En cualquier clase de tarea de la vida práctica, por ordinario que sea, ocurre lo mismo. Desde los más remotos tiempos hasta nuestros días, hombres de una vasta mentalidad científica, al mismo tiempo que van adquiriendo conocimiento y gloria, se van desprendiendo de sus bienes materiales. I muchas veces, hasta de las comodidades del hogar al internarse en una tupida selva expuestos a todos los rigores por estudiar una variedad de plantas o insectos para sus fines científicos. I a medida que gana escalas en el orden del progreso espiritual, el hombre se va tornando menos egoísta y menos perverso; pues para él, cuando llega ese orden, tiene más importancia dar que recibir. I al decir que muchos sacrifican sus horas de sueño y hasta su salud por llegar a la meta de un ideal en provecho de la humanidad, nos preguntamos: ¿para qué les serviría esa noble contracción al estudio y ese desprendimiento de lo terreno si el espíritu no fuese eterno? ¿Si todo terminase en la tumba, no daría lo mismo ser justo que perverso? Se ha dicho que "todo se transforma sin que se pierda un átomo." Es la gran verdad y al proclamar los científicos esa ley de la materia, ¿no cabe, acaso, pensar lo mismo del espíritu? Pero, ¿qué es el espíritu? Un inspirado poeta nos dará la respuesta es sus versos: "Todos llevamos debajo de
la frente, Por la sencilla razón de ser parte de Dios en el mismo Dios, ¡somos eternos! I esto equivale a reencarnar infinidad de veces, tantas, como sea necesario para nuestra perfección espiritual.
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