Cabalgata por los mallines del cerro Tres Dientes
(Parque Nacional Lanín, comunidad Mapuche Curruhuinca)
por Ary Kaplan Nakamura

       El diecinueve de febrero por la mañana pasó Alberto Carrilo por mi casa de Quila Quina. Con él venía su hijo Ignacio al que todos llaman Nacho.

       Cada uno estaba montado en su caballo y traían otro para mi. Hacia tiempo que no montaba y al subirme al caballo recordé lo diferente que era eso de estar sobre un animal y no sobre una máquina como una bicicleta o un auto.

       Alberto cargó las alforjas de mi caballo con mi ropa, y la carne que yo había comprado la cargo en las del suyo.

       Me despedí de mis tíos y mis primitos y partimos hacia la parte alta de Quila Quina en busca de Aldo Curruhinca. Aldo es actualmente el delegado de Quila Quina en las reuniones con el cacique. Charlando un día en casa me invitó a participar en la cabalgata al Tres Dientes para buscar animales.

       A los poco minutos de subida ya veíamos la villa desde arriba y parte de las varias vueltas que tiene el lago Lacar. Los caballos ya parecían cansarse y yo pensé que si seguían así, jamás llegarían a destino.

       Llegamos a la casa de Aldo y él salió a nuestro encuentro. Su casa, al igual que la de muchos otros mapuches, fue construida por el gobierno de la provincia del Neuquén.

       Dentro de la casa había gente pero no logré ver de quien se trataba. Aldo montó su caballo, cargó sobre sus piernas una bolsa de arpillera llena de comida y partimos hacia el Tres Dientes.

       El camino era siempre en subida. A cada rato pensaba en el pobre caballo y la fuerza que tenía que hacer para cargar conmigo, con la montura, con las cosas de las alforjas y además subir, subir y subir.

       De todas maneras jamás pensé en bajarme del caballo y llevarlo a tiro. Haciendo eso dejaría más tranquila mi conciencia pero jamás llegaría al cerro. Además, estaba pagando un alquiler por ese caballo y el precio justificaba el esfuerzo que él estaba haciendo. Aunque de todas maneras el dinero no era para el caballo, sino para Alberto, su dueño.

       Mientras pensaba esto, el caballo seguía y seguía pero se retrasaba un poco con respecto a los demás. Me dieron una ramita para que lo acelerara y de ahí en más comencé a preocuparme más por no quedar retrasado en el grupo que por la relación humano-animal doméstico. Después de todo, por bajarme del animal, no iba a lograr ningún cambio importante en la conducta de la humanidad con respecto a la utilización del caballo como medio de transporte. Aunque en realidad, uno es el que construye su mundo en cada acción y decisión que toma y por lo tanto esa acción podría no ser importante para el resto de la humanidad y sería hasta ridícula para Aldo, Alberto y Nacho, pero podría ser valiosa para mi. Es más, tal vez sería una acción fundadora de mis propios valores.

       Pero bueno, la cosa es que no me bajé del caballo.

       A cada rato el paisaje cambiaba. Primero entramos a una zona de bosque con árboles muy altos y a medida que íbamos subiendo comenzaba a aparecer la caña colihue. Al rato estábamos llenos de caña y era imposible avanzar fuera de la pequeña senda que habían hecho los animales y los pobladores que como nosotros, habían subido a buscar animales.

       La senda daba vueltas y vueltas y por momentos se perdía de vista al jinete de adelante. El caballo subía, bajaba, saltaba troncos, vadeaba arroyos, empujaba cañas, etc., etc., etc., y todo sin que uno hiciera nada, salvo imitar el sonido de los jinetes de las películas.

       Los caballos se transpiraban todos y cada tanto había que parar a acomodar las monturas porque con tanta subida y bajada se desacomodaban rápidamente. Finalmente, luego de varias horas de probar como pegarle al caballo con la ramita para que apurase su paso un poco y decir - Árreeeee, - Óooo, y otros sonidos imposibles de escribir, llegamos al "Mallín Grande".

Mallín Grande
       Mallín es una formación rocosa cubierta por pasto y abundante agua, donde los animales se juntan a comer porque el alimento está bien fresco y es abundante. Allí no hay árboles ni cañas, por más que en todo alrededor hay un tupido bosque.

       Allí Aldo, Alberto y Nacho desensillaron sus caballos... y el mío.

       Estábamos a 1.360 metros sobre el nivel del mar y habíamos comenzado nuestro viaje a 640 metros sobre el mar, en Quila Quina.

Aldo Curruhuinca Alberto Carrillo
Nacho Carrillo
 CONTINÚA ---)