Buscamos un lugar donde hacer el campamento y nos sentamos a descansar.
No se escuchaba ningún ruido, salvo el del viento moviendo los árboles y el de los animales comiendo pasto sin parar.
Hicimos el fuego para cocinar el almuerzo y comimos hasta que no quedó nada. Al parecer eso de pegarle al caballo con la ramita me había dejado agotado y hambriento. La carne la hizo Aldo al asador. Le clavó un palo y la colocó parada al lado del fuego. De entre los arboles sacó dos "pavitas", que no eran más que dos latas de conserva sin uno se sus lados y un alambre a modo de manija, y en ellas calentamos agua para el mate.
Mientras comíamos vimos como un grupo de caballos aparecían corriendo por entre el bosque y se paraba a comer pasto en el mallín. Aldo y Alberto reconocieron rápidamente a los que habían venido a buscar, pero sabían que por más que estuvieran tan cerca en ese momento era imposible atraparlos.
Fue así que nos acostamos en el pasto a tomar mate y luego nos hicimos una pequeña siesta.
Al levantarnos Aldo y Alberto comenzaron a planear como iban a hacer para atrapar a los animales. Aldo tenía que atrapar un caballo que era de Lefín, un viejo mapuche que ya no podía ocuparse de buscar un caballo salvaje y luego domarlo. Alberto tenía que atrapar una yegua mansa, por lo cual su labor parecía más simple.
Decidieron intentar atraparlos poniendo guachis en varios árboles y luego hacer pasar a los caballos por ahí para que quedaran atrapados. Guachi es una trampa que se arma con un lazo de cuero, con la abertura suficiente para que el animal meta su cogote.
Aldo salió rumbo a otro mallín, con cuidado de no espantar a los caballos visitantes, donde pondría los guachis y nosotros nos quedamos esperando su grito de aviso.
Pasados los treinta minutos escuchamos el grito de Aldo y le contestamos de la misma manera. El silencio era tal, que estando tan lejos se lo escuchaba nítidamente.
Montamos rápidamente y la idea era que arriáramos los caballos a gran velocidad hasta el lugar donde estaba Aldo con los guachis.
Partimos al galope en dirección a ellos y rápidamente Alberto nos sacó gran ventaja a Nacho y a mi. Los caballos al vernos corrieron hacia el bosque en la dirección que esperábamos. Pero al pasar el mallín y subir la primer lomada le perdimos el rastro a Alberto y nos quedamos dando vueltas sin saber para donde ir. Uno puede andar kilómetros y kilómetros en cualquier dirección y la tierra nunca se acaba. Al no conocer el lugar todo parece igual y es muy fácil perderse.
Nos quedamos con Nacho dando vueltas con los caballos y espantamos un grupo de vacas que pastaba en un pequeño mallín.
Como ya era imposible encontrarlos a ellos decidimos volver al campamento. Recorrimos nuestro pasos en sentido contrario y volvimos al "Mallín Grande".
El problema fue cuando quisimos volver a cruzar la parte con más agua. Los caballos se hundían y se negaban a avanzar.
Nacho me señaló un posible camino y me dijo que pasara primero. Me sorprendió su actitud ya que hasta ese momento él era siempre el que llevaba la delantera y yo lo seguía. Guié mi caballo hasta el lugar que Nacho me había dicho y le tuve que insistir bastante para que no volviera sobre sus pasos. Finalmente el caballo accedió a mi petición y se dispuso a cruzar el mallín. Ahí entendí porque Nacho me había cedido la delantera. El caballo se preparó y dio un gran salto que casi me deja a mitad de camino. Por suerte atiné a aferrarme con todas mis fuerzas a la montura y logré llegar al mismo tiempo que el caballo al otro lado.
Volvimos al campamento, desensillamos los caballos y atamos uno con otro para que pastaran sin irse lejos.
Viendo que la espera sería larga, salía a dar una vuelta con mi cámara de fotos mientras esperaba que Aldo y Alberto regresaran de su casería. Gracias a la abundante agua del mallín los áboles estaban bien verdes.