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De Vivos y Muertos

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

Confieso que esta historia la escuché en el salón de belleza (donde a veces entra una pareciéndose a Vivian Leigh en Lo que el viento se llevó y sale una como la mismita actriz pero en Un tranvía llamado deseo) la oí, digo de labios de una mujer que se arreglaba las uñas, mientras que a mí me despuntaban mi bello cabello:

A mí ahora me choca la música norteña, tal vez porque el día en que se murió don Hildebardo, mi más reciente suegro, los vecinos tenían el radio prendido a todo volumen porque estaban escuchando La Hora de los Adoloridos; y aunque yo fui a indicarles que debían de bajarle porque estábamos pasando por un momento triste, al vecino le dio lo mismo y tuvimos que echarnos completita toda esa función musical.

"El día del velorio empezaron a llegar flores..."

Recuerdo perfectamente que en el momento en que murió mi suegro revoloteaba encima de su cuerpo ¿qué creen? una de las mariposas de García Márquez, y a mi cuñada la de en medio, que siempre se ha sentido una predestinada, se le ocurrió que aquel agradable insecto contenía en su interior el alma de su difunto padre. Entonces, para no dejarla escapar, mi suegra pidió enérgicamente que capturaran la mariposilla porque quería conservarla con ella para siempre. Estaba mi suegro muerto, pero todavía fresquecito, y todo mundo tratando de cazar a la mariposa para posteriormente guardarla clavada en un cuadro.

Es curioso, pero durante el funeral yo nunca vi llorar a mi suegra; por lo contrario, la vi reírse ¿cómo decir? ¿desesperadamente? Don Hildebardo ahí muertote y ella en la carcajada. Mejor unas viejitas, a las que yo nunca había visto estaban llore y llore: ellas parecían las viudas. Sólo que luego me enteré de que uno de mis cuñados, a sabiendas de que a su madre en los momentos trágicos le daba por soltar la risa, ya que padecía de una enfermedad que nunca he sabido como la llaman los médicos (creo que le dicen tragicus hilarantis) procurando que su padre tuviese un funeral digno contrató a aquellas arrugadas y chillonas señoras en las afueras de una iglesia para que fuesen a llorar un rato en el velorio de mi suegro. Una de ellas fue la que mejor desquitó la paga, porque se soltó dando unos gritotes que se oían hasta Inglaterra.

El día del velorio empezaron a llegar flores y los hijos mayores hablaron del dolor. Y mi cuñado el de en medio, que es aficionado a la fotografía, sugirió "Vamos a filmar todo como si fuera una película". Entonces el batallón de hermanos se entusiasmó mucho, pero a mi suegra aquellos preparativos le parecieron inauditos viniendo de su propia familia. Y se pusieron a coordinarlo. Como resultado de las maniobras, para sacar tomas verdaderamente panorámicas, mi cuñado se trepó en una escalera: tomó un close-up de la cara del muerto, un tilt down de la figura de la viuda, un tight shot del anillo de bodas que llevaba su padre en el dedo; pero cuando iba a hacer un paneo, el muy bárbaro no se dio cuenta de que había un muro de por medio y la cámara fue a estrellarse directamente contra la pared. Y ahí acabó todo. Tuvimos que concentrar los pedazos en un recogedor y guardarlos luego en una bolsa de nylon que decía Suburbia.

A mí se me hizo muy difícil contemplar a mi suegro: no lo quería recordar muerto, pero como su esposa se puso necia (bueno, es un decir) y estuvo duro y dale con que era conveniente que me asomara para as¡ darle el último adiós, para no contrariar a nadie me tuve que aguantar y se fueron las esperanzas de fugarme. Qué cosa: mi suegro, que se veía demacrado, anciano y flaco en el hospital, ya en la caja se veía rebosante de salud. Y es que lo habían maquillado: le pintaron los bigotes, las cejas y hasta creo que le pusieron un lunar. El caso es que parecía un Pedro Infante de cuello tieso y zapatos duros. Para aquel memorable día le pusieron un traje nuevecito que yo nunca le vi en vida; hasta parecía recién sacado de la sastrería.

Mi cuñado el menor tuvo la ocurrencia de dejarse acompañar por una chica que fue la atracción del velorio, pues aunque iba vestida de luto riguroso a mí me dio la impresión de que parecía conejita de Play Boy. Yo me hacía la que no la veía porque me cubría la cara con un pañuelo así como si llorara. Pero me fijé cómo ésta le guiñaba el ojo a mi esposo. Ya nada más faltaba que se pusiese a hacer un streap tease. Pero también me di perfectamente cuenta cómo el coscolino de mi marido le hacía el comentario a mi compadre: "¿Qué bella es, ¿verdad?" A lo que él contestó: "Sí, pero, ¿no te has dado cuenta que esa chica no es tal, sino un hombre?" Yo deseaba que mi suegro estuviese vivo para que los pudiese aconsejar.

Para calmar la fatiga, el insomnio y el hambre, aquella ocasión se invitó a la gente a comer. Yo pensé que se servirían bizcochos o, como estábamos de luto, café y pan negro; pero me equivoqué, porque se sirvió un menú de siete platos, que incluía otras tantas clases distintas de vino. Y aunque la gente se hartó de lo que pudo, a la hora de estar en el cementerio a mi suegro todavía no lo ponían bajo tierra y todo mundo ya se estaba yendo; hasta congestionamiento de carros hubo para salir.

El día en que debió ser otro cumpleaños de mi suegro muerto, a mi suegra se le ocurrió festejarlo en un restaurante de cocina española al que le gustaba asistir al difunto. Y si el día del velorio la madre de mi esposo no lloró, ese día a la hora del brindis lanzaba desgarradores alaridos de dolor, mientras todos los invitados almorzaban, chasqueaban la lengua y no hacían más caso que de la paella que se estaban zampando. En aquella ocasión lo único que nos faltó fue cantar el Happy birthday.

Para calmarse la depresión, mi suegra, quien nunca se preocupó por el bienestar del próximo, se metió de dama voluntaria en un hospital. Y como pronto se hizo de amigas, no faltó quien la invitara a participar en un coro musical integrado sólo por ancianos. Fue entonces cuando comenzó a arreglarse: se puso a dieta y adelgazó, se pintó el cabello de rubio, se puso una pulsera en el tobillo y empezó a verse más guapa que ni sus hijas. El día en que había presentaciones cantaba una canción zumbona que decía: "Valeri, Valeria, Valeriajajajaja..." Y como alguien con ganas de burlarse le dijo que cantaba de la misma forma en que lo hace Victoria de los Ángeles, últimamente nos ha regalado a toda la familia casetes de ella cantando muy inspirada. A veces pienso que en el fondo se burla de nosotros.

Al poco tiempo de ser mi suegra dama voluntaria, mi esposo empezó a contar que su mamá tenía un amigo; entonces yo le pregunté: "¿Amigo?" Y se trataba de un viejito mucho más anciano que mi suegro, y ni siquiera guapo. Y como ese señor vive a unas cuantas casas de la de ella, cada que hay oportunidad mi suegra le lleva comida o lo invita a lugares y luego tiene que pagar la cuenta. Mientras que él se concreta a regalarle porqueriítas de madera que él mismo confecciona.

Mi suegra ya se compró una fosa al lado de la de don Hildebardo; esa fosa dice su nombre y la fecha de cuando nació. Yo le digo a mi esposo: "Al rato va a tener que cambiar porque va a querer que la entierren junto a su nuevo pretendiente." Claro, me doy cuenta que con estos comentarios no le caigo muy bien a mi esposo.

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