Por todo esto no puedo entender qué es lo que está sucediendo en esta casa. Anoche cuando me acosté, todo parecía normal. La luminosidad y la calefacción funcionaban perfectamente. La televisión mostraba los últimos informes sobre las decisiones tomadas por el poder central. Mis hijos se peleaban por conseguir el derecho a elegir el somnífero que los mantendría dormidos hasta la mañana siguiente. Mi mujer estaba terminando de organizar su agenda y ya estábamos por acostarnos a dormir. La TV nos alegró con las últimas noticias del día. Al fin se había decidido reemplazar el viejo dique. El nuevo, entre otras mejoras, parece que originará un lago muchísimo mayor, lo cual despierta enormes esperanzas en los equipos de waterpolo de la ciudad. Dentro del proyecto, además, se aprobó la construcción de un enorme acuario subfluvial. Por todo esto festejamos durante quince minutos y luego nos tomamos nuestros somníferos preferidos.
Siete horas más tarde, una antes de lo previsto, me desperté. Me pareció sentir algo frío en la frente. En seguida sentí una nueva sensación de frío. Reconocí la presencia de una gotera sobre mi cara. Me extrañó que ocurra. La casa era perfectamente sumergible, y por ende impermeable. Aunque hubiese llovido era imposible que estuviese goteando. Me senté sobre la cama. Nuevas gotas cayeron sobre la almohada. Mi mujer siguió durmiendo. La gotera no la perturbaba. Me restregué los ojos y bostecé. Quise bajarme y tanteé con los pies para ver si encontraba las ojotas. Mientras mi pie descendía buscando el suelo, sentí de repente frío y humedad, al tiempo que escuchaba un chapoteo inesperado. Los ojos se me duplicaron en tamaño. La habitación estaba llena de agua. Las patas de la cama estaban sumergidas. La televisión del cuarto, que usualmente se mantenía sostenida en el aire por un mecanismo magnético oculto en las paredes, hallábase flotando junto a la mesa de luz, mientras que desde el cable aún enchufado, se escabullían juguetones arcos voltaicos que se perdían en el agua. No supe qué hacer. El agua podría electrocutarme. Vi entonces el teléfono, que parecía al alcance. Estiré mi mano hasta él, pero por la angustia no pude sostenerlo, y cayó dentro del agua. Se hundió como una plomada, acompañado de una explosión eléctrica. El ruido despertó a mi mujer, que en seguida pegó un grito chillón. Cuando trataba de calmarla, se abrió la puerta. Jorgito sostenía el picaporte mientras lloraba. Pude ver a través de la puerta semiabierta que toda la casa estaba inundada. De la habitación de los chicos provenían gemidos y bochinche. El agua de nuestra habitación se fundió con la que provenía del living. Como el niño no perdía sus signos vitales, supuse que era inocuo caminar en el agua. Apreté las muelas y me levanté reprimiendo el miedo. Mi mujer seguía gritando. Jorgito lloriqueaba murmurando algo inentendible. "Cacique", el miniperro mascota de los chicos, flotaba inerte, atravesando el living según la dirección de las corrientes. Los muebles estaban sumergidos pero la alarma contra inundaciones no sonaba. Al ver que yo caminaba dentro del agua, mi mujer también se puso en pie, recogió a Jorgito en brazos y se fue dando gritos agudos a la habitación de los chicos. Pesqué el teléfono, pero no daba tono. Algo había explotado dentro de él. Las ventanas estaban bien cerradas y las puertas también. No supe qué hacer. Teóricamente la casa debería haber resistido una profundidad de treinta metros, sin una gotera. Evidentemente nos hallábamos a mayor profundidad. Mientras reflexionaba, el agua fría me congelaba los pies. El dique debió haber estado mal construido. O mal ubicado. Eso debía ser. Pensé en todas las familias vecinas que en ese mismo momento estaban soportando la nueva submarinidad.
Volví a pensar en nosotros, y en nuestra urgencia. Reafirmé mi incapacidad para hacer algo. Estábamos incomunicados. El teléfono no funcionaba. La casa podría estallar en cualquier momento por la presión. Si nada podía hacerse, sólo cabía esperar el rescate. ¿Existía un comando de rescate de éstas características? Sin embargo, el poder central no se equivocaba al elegir el sitio de sus diques. Nunca tendría previsto un escuadrón de emergencias. Comencé a sospechar del nuevo régimen. Los resultados negativos nunca se presentaban. ¿Acaso los suprimía de manera similar a ésta? El sudor comenzó a adueñarse de mis sienes. Comencé a transpirar frío.
Mi mujer apareció sollozando histéricamente en la puerta de la habitación de Jorgito, con el niño en brazos. El menor de nuestros vástagos debió asustarse al verme porque comenzó a llorar de nuevo. El agua parecía crecer de nivel a cada momento. La mayoría de los sostenes magnéticos, que mantenían en su lugar a los electrodomésticos, dejaron de funcionar. Una lámpara cayó del techo y me rozó un costado. Del raspón que provocó en mi piel salieron unas gotas de sangre. No sentí dolor, tal vez porque tenía cosas importantes que resolver.
El miniperro seguía flotando y me chocó. Se hundió un poco. Jorgito gritó. Alcé a Cacique y lo llevé al baño. La puerta estaba atascada pero se abrió con un poco de esfuerzo. Una cascada de agua se precipitó desde el baño. Durante algunos instantes, el nivel de agua que había dentro de él se mantuvo por encima del nivel de agua del living. Cuando se emparejaron pude entrar. Intenté dejar a Cacique en la bañadera, para no chocármelo de nuevo, pero ésta estaba totalmente sumergida. Volteé los ojos hacia el botiquín. No pude ver mi rostro reflejado en él. Ya no estaba. Los chispazos brotaban del tomacorrientes. Di un paso atrás. El azul eléctrico me provocó más escalofríos. Maldije al poder central. El botiquín apareció asemejándose a una balsa. Levanté la vista y miré la canilla de la pileta. Me extrañó. Por un momento no comprendí que hacía una fina columna de agua sosteniéndola. Inmediatamente después rugí:
——¿Quién mierda dejó la canilla abierta?
Tres golpes se escucharon provenientes de la puerta principal. Jorgito se escabulló de brazos de su madre, chapoteó hasta la puerta mojándose entero, y la abrió. El agua comenzó a salir. El día se veía espléndido y sequísimo. Juanita, la hija de nuestro vecino más próximo, se asustó cuando el torrente le mojó las piernas. Me lancé en dirección a mi amado hijito, vociferando alterado. Antes de alcanzarlo, pude escuchar a Juanita preguntarle:
——¿Pudiste bañar a Cacique?
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