Tabaco

La planta se supone crecía solamente en un área del planeta cultivada por una tribu oriental. El vegetal tiene características distintas a todos los demás vegetales del lugar. Su color no se puede decir que sea verde aunque tampoco se puede afirmar lo contrario. Tiene hojas grandes y ovaladas, parecidas a las hojas del plátano, pero de consistencia más esponjosa, y no derrama ningún líquido cuando es quebrada en pedazos.

Particularmente llamativa resultó la verificación de que en los cultivos, toda planta constituía el vértice de algún triángulo. Una teoría inmediata que se barajó consistió en atribuirle a los indios Artule, habitantes de la región, cierta afición a la matemática y su investigación. Se descartó esta posibilidad un tiempo después de que un grupo de investigadores tiraran semillas en un campo muy lejos de aquel sitio y sólo crecieran las plantas que formaban vértices de perfectas figuras geométricas de tres lados.

La ubicación temporal de la investigación de esta insólita propiedad perjudicó enormemente la calidad de vida de los Artule. Recuérdese que a principios del siglo pasado, fecha de tan trascendental descubrimiento (de las plantas geométricas y de los Artule) la vida de la gente de color carecía de valor para la gente blanca. El método aplicado para conocer la verdad fue decididamente perjudicial para los Artule ya que cada indio, luego de dos meses de infructuosas investigaciones científicas, se convirtió automáticamente en prisionero de las fuerzas de seguridad de la ONUG (Organización de las Naciones Unidas por la Guerra). Uno a uno eran interrogados por militares especializados en tortura tribal. A cada uno por separado se le preguntaba de dónde había sacado esas plantas y por qué crecían tan ordenadamente. Ante la actitud netamente conspirativa de estos orientales, que guardaban un silencio retador, se les descerrajaba un tiro en la cabeza. Los militares, respetando las normas vigentes fijadas por la convención de Ginebra, interrogaban una vez más al occiso, dado el carácter de nobleza que atribuyen a los muertos en combate, aunque nunca llegaron a preguntarse los motivos de tan persistente silencio.

La eficiencia de los comandos militares fue premiada con medallas. Medallas conmemorativas de la voluntad y la rigurosidad con que el método investigativo fue ejecutado, ya que no de los resultados de la misión, cuyo objetivo final consistente en la averiguación y resolución del misterio nunca fue alcanzado. Tuvo que cavarse una fosa común, la mayor según figura en la guía de récords Guinness, donde fueron cristianamente sepultados los centenares de difuntos. Cuando el último Artule estaba por ser asesinado, un hombre que participó de la expedición como cavador de la fosa, planteó ante su superior la posibilidad de que los Artule no conocieran nuestro idioma. Un lamentable accidente segó la vida de este soldado, que fue enterrado honrosamente junto con los indios. El monumento final que se erigió en el lugar honra con una placa la dedicación al trabajo que lo caracterizó durante toda su vida.

Al no poder esclarecerse la naturaleza matemático biológica del asunto se echó tierra al tema. Los más de 400 kilos de papel que constituían los estudios presentados en el tribunal que tenía a su cargo la resolución del problema, fueron extraviados en los monumentales archivos subterráneos del ente mencionado. Durante casi un siglo el asunto fue olvidado premeditadamente.

Durante la peste del ‘17 las ratas que inundaban el archivo fueron objeto de investigación y se confirmó su complicidad con el secreto. El remedio elegido consistió en realizar una fumigación completa para exterminar a los roedores, seguida de una limpieza y reorganización del archivo maestro. Fue en ese momento que un periodista encontró y reflotó la historia del vegetal matemático. La indignación que se propagó al reencontrarse el mundo con aquella historia macabra desencadenó una nueva expedición al sitio original. El avance teórico-tecnológico contribuyó a la resolución del misterio. Científicos especializados estudiaron durante ocho meses los campos de vegetales matemáticos hallados después de casi cien años de abandono. El concienzudo trabajo permitió elaborar un teorema crucial según el cual tres puntos no alineados cualesquiera forman siempre un triángulo y consiguió sembrar dudas en la mente de los científicos. Unos pocos hombres con sentido común, que en todas las épocas existen, reafirmaron sus sospechas y confirmaron la inexistencia real del antiguo enigma.

Surgió de inmediato la necesidad de justificar las matanzas, tanto de los Artule como de las ratas, y la pérdida de tiempo en tantos estudios. Los departamentos de inteligencia de los países del hemisferio norte hicieron correr cientos de rumores contradictorios e inespecíficos acerca del origen, la utilidad y las cualidades del vegetal, con el objeto de mantener ocupada la mente de la gente en cuestiones laterales. Mientras tanto las divisiones de investigación de los laboratorios multinacionales y las universidades protagonizaban una feroz carrera por encontrarle alguna función medicinal, esotérica o constructiva al maldito vegetal, debido al carácter utilitarista y pleno de necesidad de respuestas de nuestra sociedad.

Ninguna propiedad benéfica pudo adjudicársele. No servía de abono ni de veneno. No servía de alimento, ni de purgante, ni de analgésico. No servía para construir sillas, ni persianas, ni barrotes. No poseía pigmentos nuevos ni purificaba el aire debidamente. No se le encontraron aplicaciones cosmetológicas, ni se pudo siquiera usarlo como relleno en la construcción. El vegetal se empeñó en no servir absolutamente para nada, y casi triunfó.

Fue un yanqui cuarentón, habitante de un pueblito del sur del Mississippi el que le encontró un uso en los años setenta. Hoy su estatua de cera comparte escena con otras esculturas en los subsuelos del museo de madame Toussaut. Al hombre, dado a la bebida en ese momento, se le ocurrió usarlo como sustituto del tabaco. Construyó una industria inmensa en torno del vegetal y convirtió sus arcas vacías en un poderoso imperio económico. El Artule Fresh comenzó su propaganda como la cura contra el tabaquismo que se esperaba con ansiedad.

Se produjo en el movimiento de fumadores del planeta un cisma que lo dividió en conservadores, que mantenían su afición al viejo tabaco, y neoclásicos, quienes se hicieron adictos al cigartule, deseosos de dejar su insano vicio anterior.

La investigación científica ha continuado hasta nuestros días. Por suerte para los defensores de la verdad se ha descubierto que el Artule-Fresh provoca los mismos tipos de cáncer con similares incidencia y prevalencia que el antiguo dueño de los quioscos, el tabaco normal, desechándoselo como el reverenciado sustituto de aquél, es decir perdiendo todas sus propiedades (nunca poseídas) de yuyo inocuo.

Es una lástima que ni siquiera el asqueroso gusto que deja en la boca fumar un cigartule no haya hecho mermar significativamente su venta, auspiciada tanto por la magnífica labor publicitaria que la fábrica realiza como por el talento de los charlatanes y la ingenuidad de los adictos.

Eleuterio Pluma

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