La Venganza de Dios

Señores dioses del Consejo Divino Universal:

Aquella mañana Dios estaba de mal humor. Eva le había respondido en mal tono, El le había retrucado que repitiera la frase si se animaba, y ella se quedó callada. Dios no había entendido exactamente las palabras de Eva, aunque sospechaba que ella dijo "¿por qué no te morís?", o algo por el estilo, lléndose después. El problema, admitía Dios, era que se estaba poniendo un poquito viejo y un poquito sordo. Claro que no podía permitir que Eva lo supiera. Tanto ella como Adán creían que era todopoderoso y eterno. Si aún así le faltaron el respeto, ¿cómo procederían en caso de saberlo falible y finito?

Solía pensar Dios: "Creen cada cosa. Soy el mejor simulador del universo. ¡Qué artista! ¿Puede alguien igualarme?". Y se reía a carcajadas, ufano, siempre que el dueto estuviera lejos. Pero eso no sucedía hoy. Su talento sin parangón había sido cuestionado.

Hacía cierto tiempo que venía tiñéndose el pelo de blanco para que, cuando realmente fuera canoso, su decadencia no se hiciera evidente. Si usaba bastón desde varios años a esta parte para que su figura esplendorosa no se viera nunca opacada. Si incluso se había maquillado de modo de remarcarse las patas de gallo hasta pocos meses antes. Todo para dar la sensación de ser siempre inmarcesible, intocable, pleno. Y ahora era cierto, y no un mero gesto lúdico, que tenía canas, que debía usar bastón y que tenía profundas arrugas en las comisuras de los párpados.

Realmente envejecía. No le gustaba porque sus súbditos podrían llegar a percibir el fraude y cuestionar su lugar de gobernante. El era Dios, nada menos. Unicamente El era capaz de inventar humanos con sólo pensarlos. Mas sus tiempos de gloria eran ya cosa del pasado. Ni Adán ni Eva podían ni podrían jamás emular sus proezas. Eso seguro. Por algo los había hecho medio imbéciles; pero, justamente por haberlos hecho bastante imbéciles, al punto de que no distinguieran con suficiente nitidez entre un Dios y un (vulgar) humano, es que eran peligrosos. Podían sublevarse y dejar de hacerle caso. O podían, en el más penoso de los casos, pretender convertirse en sus sacerdotes. (¡Cruz Diablo!). Y ¿qué podría hacer El, en el ocaso de su existencia, frente a semejante calamidad humana? Horrible hipótesis. Sus dos humanitos debían seguir obedeciéndole. Era necesario, entonces, que ni siquiera intuyeran que era del todo ridículo creer que El, aunque no se dejara ver y a veces no contestara cuando sus mascotas lo reclamaban, estaba siempre, siempre, siempre vigilándolos, observando que no cayeran en el mal obrar.

Le preocupaba la actitud de Eva. Sin duda, ella le dijo algo incorrecto, indigno de la humilde vasalla con la que El creía contar hasta ese momento. ¿Y si efectivamente el dúo pretendía dominar el Paraíso, su prisión, el reino del Señor? ¿Y si Adán, que era tonto pero osado, le decía que ahora sería él quien pondría las reglas? ¿Y si Eva se rebelaba junto con él, o incluso lo instigaba ella misma a rebelarse? Sería la debacle del orden más virtuoso, con seguridad.

Debía aumentar su control sobre ellos. Pasaría la mayor parte del día espiando a sus criaturas. Ahora que reflexionaba, había notado algo extraño en Eva durante el altercado matinal. Algo estaba fuera de su sitio, además de la expresión de ella. ¡Ay, la memoria! "A ver, tratemos de recordar la situación", elucubraba Dios. "Yo estaba reiterándole la prohibición de tener hijos, explicándole que odio los niños y que por esa razón cuando los creé los hice de 25 años directamente, en vez de inventarlos como recién nacidos. Le repetí, como todas las mañanas, que el sexo, dado que produce bebés, es causa de expulsión del Paraíso. Estaba por contarle de la gula y sus múltiples ribetes, del asesinato y otros bellos pecados para finalizar con lo terrible que es la vida en el Infierno, al que irían a parar inexorablemente en caso de incurrir en cualquier falta. El mismo discurso diario, pero dicho por vez número 768...".

"Ahí fue que me puteó. En vez de detener mi discurso, consternado, debí abreviar y advertirle que si tenía que mandarlos a la Tierra, lo haría sin vacilar. Que ahí verían lo desesperante que es no tener un tutor que los proteja, los guíe, los tranquilice, los acompañe. Porque si me provocan, no me vuelven a ver un pelo nunca más. Que sufrirían el Infierno en toda su magnitud".

"Eso es lo que no dije, aunque en realidad bien que debe sabérselo de memoria. Lo he dicho cada mañana de su existencia. Cuando me gritó aquella frase que no entendí bien, se enojó y, para colmo, se fue corriendo a esconderse entre los abetos. ¿Por qué la reacción más atípica en el momento más típico?".

Dios trataba de recuperar la escena en su mente porque sabía que un detalle, seguramente importante se le escapaba. Adán había estado al lado de Eva durante su alocución. Permaneció callado todo el tiempo, mirando con esa cara de bobalicón (única dentro del género humano), haciéndose el circunspecto cuando se notaba que no entendía un carajo. Bah, él nunca entendió nada. Todo había que decírselo a Eva y así era mejor porque Dios ahorraba un montón de discursos al tener que sermonear a una única persona. Y francamente estaba bastante podrido de decir todos los días lo mismo. ¿Sería éste otro síntoma de que estaba envejeciendo? "Un Dios no debe vivir más de dos mil años", dijo cierta vez un célebre Dios oriental. Claro que lo dijo cuando apenas tenía 941. Cerca de los dos milenios de edad aquel Dios había muerto en un accidente de tránsito. ¿No sería ya momento de que El también abandonase su reinado y dejase lugar a los dioses de la nueva generación? Total, ya había inventado y pulverizado miles de seres humanos. Los había construido bobos y no tan bobos, horribles o solamente feos, deformes o mutilados, con mal aliento o con pie de atleta. Dios se había divertido mucho experimentando con ellos. Lo que lo hacía despanzurrar de la risa, siendo más joven, era espiar a un hombrecito espantoso que tenía un brazo y una pierna como miembros superiores y otro brazo y otra pierna como miembros inferiores y que encontraba terribles problemas para desplazarse. Casi siempre se caía en las hortigas. Pero Dios terminó por aburrirse y un día que lo encontró ahogado en el lago, ni pensó en resucitarlo.

Su último par de humanos no constituía un dechado de virtudes. Ahora, la verdad era que estaba cansado de sus inferiores. Gestos como el de Eva, por otra parte, eran inadmisibles. Sí, seguramente eliminaría a Adan y Eva y luego se suicidaría. Tenía 2981 años. ¿O 2982? La memoria... Como fuera, ya era mucho. Dios admitió para sí que era un vanidoso incurable.

Entonces saltó de su nube-trono y fue a ver que hacían Adan y Eva. Casi le dio un infarto cuando los encontró. Estaban teniendo sexo, tendidos sobre la hojarasca. La imagen era aterradora, patética. Adan estaba encima. Eva jadeaba con intensidad. Al costado de ambos, colgadas del abeto del centro del Paraíso, doce o trece serpientes alentaban a la pareja gritando alternativamente: "¡E-va, E-va, E-va, E-va!" o "¡A-dán, A-dán, A-dán, A-dán!".

"¡Callense ustedes de una vez!", dijo Dios en una ojeada fulminante a los ofidios. "¡He aquí el pecado original!", exclamó con la furia de un trueno, alzando los brazos, en un cuadro casi cinematográfico. Las serpientes, alarmadas, se escondieron en la espesura del arbol. Una de ellas, del susto, volteó una manzana que cayó en plena cabeza de Adan. El hombrecito no tuvo oportunidad de descubrir la ley de la gravedad por dos razones: una, que era muy estúpido; y dos, que Dios lo tomó del cogote, lo levantó en el aire y le espetó: "¡Qué te creés que estás haciendo, animalito de Dios!". (Adan no se había detenido pese a la llegada del Señor). El hombrecito balbuceó "Yo, yo, yo no... no sé; preguntale a Eva, che". Dios miró a Eva que sonreía con lascivia. Casi sufre un síncope, otra vez, al descubrir una panza prominente y redondeada en la mujer. Eva estaba embarazada de siete meses. No sólo los encontraba haciéndolo sino que comprobaba que venían incurriendo en la más abominable de las imposturas desde más de medio año atrás, como mínimo. Dios hizo un gesto de suma contrariedad.

Fue ahí que entendió la irreverencia mañanera de Eva. Ahí comprendió que debió ser menos pudoroso: debió haberla vigilado cuando se desnudaba. Habría notado esa barriga voluminosa si la vista lo hubiese ayudado. Habría descubierto mucho antes el engaño humano si no fuera que ya estaba muy viejo. Esa era la verdad. Fue drástico. La situación lo superaba.

Y permítaseme que infrinja otra regla más de las que el benemérito Consejo Divino ha dispuesto para la vida de sus dioses miembros y de las creaciones de éstos. Dejaré de hablar en tercera persona. Abandonaré el lenguaje de la objetividad que, en mi caso, también es el lenguaje de la impunidad. Debo hacerme cargo de los errores cometidos.

He vivido más de lo aconsejable. Como ya he dicho, esto es consecuencia de mi extrema vanidad. Mi longevidad me hizo incurrir en descuidos imperdonables. Mi vanidad ha hecho que mintiera con alevosía a mis dos últimas creaciones. Les dije que era todopoderoso, omnipresente, omnisapiente y, lo peor de todo, que era único, que no existía ningún otro dios. Esta total iniquidad de la que he sido sujeto para perjuicio de Ustedes, me llevó también a condenar a Eva y Adan a vivir eternamente en la Tierra, castigo que, según estipula el Consejo, no debe jamás llevarse a la práctica (puede usarse como amenaza y sólo en situaciones excepcionales). Mi decisión surgió en un momento de ira. Me sentí burlado. No reflexioné. Quise que sintieran mi poder en todo su rigor.

Me equivoqué. Las consecuencias de mi actitud son irreparables. (Ya se sabe que la Tierra es el único sitio del universo que escapa a la influencia de los dioses. Ese planeta es el único límite geográfico de nuestro poderío). Sin embargo, de los errores se aprende. Mi muerte está próxima (respiraré por la nariz ni bien culmine esta declaración) pero aspiro a que quede en las crónicas divinas la enseñanza que surja de mi experiencia para los nuevos dioses.

Cabe preocuparse también por el destino de los futuros terrícolas. Dentro de muy poco Adan y Eva tendrán su primer hijo. Es de esperar que colonicen velozmente el planeta. Conociendo como conozco ahora a Eva ¿qué duda puede caber? Si es una ninfómana. Lo malo es que el coeficiente mental de ambos es muy bajo y así lo será el de todos sus engendros. Es posible que sigan creyendo que yo gobierno sus vidas, que soy todopoderoso y único, aunque no tengan el menor indicio de ello por siglos. En fin, muchas cosas pueden suceder, algunas catastróficas.

No quiero terminar mi declaración sin dejar por sentado mi profundo arrepentimiento por las faltas que cometí. Sobre todo porque sé que son insalvables.

                           2do. Dios de la Sección 9, 5to. Cielo.


Marcelo De Lira

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