Las Terribles Palabras (Version Preliminar)

 

 

 

 

 

 

Finalmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real.

J.L.Borges

Me llamo Gonzalo y en verdad no hubiera querido hacerlo, pero o lo escribía o me seguiría atormentando con aquellos vagos resquicios de maldad. Estuve esperando a una amiga por largo rato en uno de esos días (mucho tiempo hace, cabe anotar) que lo monótono y lo tranquilo abarca hasta lo innombrable: día de mitad de semana (lo confieso, no lo recuerdo exactamente), una fecha cualquiera de un mes que no hace falta recordar; la aburrida lluvia que caía del cansino cielo gris. Muchos caminaban, casi corrían yendo de un lugar a otro y de otro a un lado; yo por mi parte caminaba sin caminar o lo que se diría sin un propósito fijo pendiendo de la insoportable liviandad de un hilo: mi amiga (de quien no diré su nombre, no es necesario) nunca llegaría (ahora que lo escribo me pregunto la razón) por lo que podía parecer una espera vana que debía cumplir, prontamente, con mi regreso a casa. Pero en mi casa me esperaban prestos una gran ruma de trabajo con el cual lidiar.

Entonces, por lo que se deduce, ya no debía estar alli en el Centro Comercial -el cual es el mismo del cuento- pero tampoco me atraía la idea de volver a casa y al trabajo. Así pues que caminaba como un zombi en un estado de no pensar pasando indistintamente, frente al surf shop como la tienda de ropa para bebés, frente a la pizzería semivacía como a la distribuidora de computadoras con sus dependientes siempre afuera por que adentro no hay mucho que hacer. Y así pasaba y repasaba en frente del sitio donde antes había estado esperando. Sí era un tanto masoquista pasando y repasando frente a un sitio a donde yo sabía que nadie llegaría pero yo como si en verdad fuese a lllegar…a llegar dentro de muy poco. En definitiva, lo que yo quería era sufrir. Y ver sufrir. Cansado que la lluvia continúe remojándome indefinidamente decidí por irme. En mi trayecto una chica me capturó: yo aún estaba en el segundo piso mientras que ella estaba en el primero, sentada en una banca mirando hacia abajo, por lo que ella (lo que por lo general sería unicamente su rostro) no era precisamente lo que me atraía. Lo que me atraía era el cuadro, la imagen que se me presentaba: allí estaba ella sentada con las piernas cruzadas, sin parar de voltear la cabeza vertiginosamente. Definitivamente ella buscaba a alguien. O esperaba. Esperaba como yo lo había estado haciendo hacían unos momentos.

 

El movimiento de sus piernas (ese casi imperceptible balanceo del pie izquierdo cuya pierna está montada sobre la derecha), sus elegantes chupadas al cigarro, el maniático movimiento de su cabeza me parecieron de pronto irresistibles; asi como se me hizo irresistible pensar en Mariana, que de seguro esa noche - yo pensaba en esos momentos- esperaría mi llamada. De pronto, sin importarme que estaba haciendo en ese momento, yo quería que esa chica anónima sea Mariana, que el pelo de la muchacha frente a la fuente de agua sea castaño y no negro, largo y lacio como el de ella; que no esté esperando a su enamorado anónimo (o a quien quiera que estuviese esperando) sino a mí y que al no llegar llegue a ese estado; yo el centro de su atención, yo su mundo.

Yo la quería mucho, jamás lo hubiese hecho. (Ahora tanto tiempo después lo pienso, quizás sí.)

Dejé, entonces, que lo haga la ficción. Mi ficción.

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Sacame de esta huevada