-¿ A qué hora nos vamos?
Allí estaba ella, sentada inmersa en los ajetreos de la gente, en sus ires y venires que poco a poco la iban rodeando, asfixiando, impidiéndole estar tranquila ahora que tanto lo necesitaba. Ya era de noche -muy tarde para su mamá- pero ella seguía esperándolo sentada en la banca anónima del centro comercial; en medio de todos aunque cerca de nadie: nadie, ni siquiera su mamá. '¿Vendrá, o no?' era lo único en lo que pensaba ella con una inquietud que le hubiese resultado increíble tres días atrás, cuando ambos se citaron. Ese día frente a él inesperadamente segura de sí misma no le temía a nadie ni a nada; entonces su mundo era tan sólo ellos juntos mirándose atónitos frente a su casa; ambos dueños de todo. Pero realmente de nada.
-Despierta - la señora zarandeó levemente a su hija- ¿A qué hora nos vamos a ir? - le repitió ahora ya con un poco de fastidio.
-!Mamá!- gritó ella pegando un brinco.-!Hoy es el santo de Miluska!
-¿Y quién rayos es ella?
-Miluska, pues mamá, ¿no sabes quien es Miluska? , yo creí que te había comentado, la prima de Gaby; hoy es su quince!
-¿ Y a esta hora te acuerdas? Hemos estado todo el día juntos preparando la casa para la fiesta de Paquito, ahora acá cuando se le antojo que le compremos otro de sus juguetes. Todo el día a mi lado y casi media hora replantigada en esta banca ¿y no has podido acordarte?
-Por lo mismo pues ma. Y además creo que me lo merezco por todo lo que hecho hoy día ¿no?
Era un buen argumento sin lugar a duda. Porque conseguir absolutamente todo: globos, torta, bocaditos, juegos, invitados - sí, había que llamar a la casa de cada uno y personalmente-, payaso; en dos horas había resultado una empresa, por decir lo menos, dificíl de realizar.
-Bueno, creo que te lo tienes ganado. No te preocupes, ya veré como me las arreglo con tu papá. La verdad es que no se como habiendo hecho todo lo que has hecho hoy día te queden fuerzas para ir a una fiesta.. Pero en fin, así son ustedes los jovenes, ¿ o me equivoco?
Ella no respondió tan sólo hizo un gesto vago.
-Antes que me vaya: acuérdate de no hacer ruido al entrar, tú ya sabes como es tu papá para estas cosas: a veces no entiende. Cuidate mucho… ah y saludos a Gabrielita, le dices que tengo que hablar con su mamá.
-Gracias mami, nos vemos- y le dio un beso.
-Chau, hija- la agarró de los hombros: Ay Mariana, hijita, siempre te sales con la tuya.
La mamá avanzó unos pasos antes de confundirse y ser uno más dentro del enjambre hostil de la muchedumbre de aquí y de allá que intentaba ocultar sus penas reprimidas tratando de apretar el paso o de continuar una conversación banal que hacía rato estaba en nada; y ellos lo sabían muy bien . Pero seguían, las conversaciones cuando son empezadas muchas veces avanzan sólo por inercia (son muchas las palabras que se dicen, pero que al final no dicen nada). Nadie quiere sentarse, eso nos haría sentir susceptibles, indefensos de todos los demás por nuestra inmovilidad, ser objeto de miradas hostigantes e inquisidoras; todos quieren estar caminando o conversando, no en el aire, no en nada, no sentirse examinados por alguien; porque si bien nuca les interesará la opinión del otro; este otro tomaría parte de esa persona (de él o ella) y la terminaría haciendo suya. Y eso sí que nadie le gusta. Sentir que lo nuestro ya no es sólo nuestro sino también de otro u otros más; que, de alguna manera o de otra, dejamos de pertenecernos.
Ella (la pierna una sobre otra, las manos buscando que hacer) saca del bolsillo del jean la cajetilla ya abierta y el encendedor rojito. A su alrededor, aunque un poco distantes, un guachiman cetrino intenta seguir erguido, tratando vanamente de infundir rspeto a una señora (rubia, los ojos verdes, aunque ya definitivamente pasada los treinta) que se asomaba a ver los peluches de la juguetería a punto de cerrar y que hacía tiempo estaba vacía de la mano de un niño remolón (su hijo, lo más probable) que no veía las horas de llegar a casa, a lo mejor extrañaba su osito de peluche; hacia su derecha en el puesto-isla en el medio del camino, dos barmans (por lo menos asi se denominan) discutían acaloradamente en frente de los clientes impávidos ante el espectáculo y maldiciendo su asquerosa suerte porque yo vengo a tomar un café y me soplo una antesala de cachascan, carajo; una señora del sevicio de limpieza del centro comercial (traje todo verde, la escoba en mano) mira con pena y acaso un poco de envidia a una familia entera que había entrado en la Trattoria y que en ese momento recibía su gigantesca pizza siciliana; la azafata le sirve un pedazo a cada persona y replica robóticamente: " ¿Algún postre desearían los señores?" "no, gracias" " ¿Alguna gaseosa?" " Sí mami, me muero de sed" "está bien, una Coca para la señorita" " ya Ines deja de pedir tanto" " Algún postrecito para los señores ?" "Ya pues ma, torta de cocholate, pe". Y el papá harto del pe: " no es 'pe'; 'pues', Rodrigo, 'pues''. La escoba se le suelta de las manos; poco antes de que caiga la logra coger.
Prendió el cigarrillo y aspiró y golpeó. Miró su reloj: diez y veinte; Gabriela no llegaba ni llegaría. Todo había sido una excusa preparada a ultima hora para encontrarse con el Gonzalo, su enamorado, o cualquer nombre que le den las mujeres a este tipo de relación. Trató, y el truco resultó; de cualquier manera ella iba a tener que estar alli; sea como sea. Lo facil con que cayo su mama en algo tan elemental, improvisado y (ahora que lo pensaba bien) estúpido la hizo sonreir por un rato. Pero ella seguia en la banca, inmovil. Un sujeto que parecia trasnochado se sento a su lado ; no la incomodó, a nadie le incomoda una compañía gratuita y mejor si la otra persona no sabe que lo esta siendo; quizas porque no lo sienta así. La sonora sentada la hizo despertar de su humeante estar -en -nada y la sorprendio un poco. Felizmente para ella, la banca era lo suficiente amplia para que en ella dos personas pudieran estar sin tener que tocar o interrumpir por casualidad al otro.
El recien llegado exhalo ruidosamnete. Mariana desde su lado derecho lo chequeo de reojo no vaya a ser un ratero. Lo vio con sus jeans bien negros y bien gastados y en sus treinta y ultimos mal llevados, compungido, con el polo del Che con fondo rojo que no lo sentaba. Parecía que lo hubiesen obligado a vestirse asi: ese no era el. En verdad se veia mal: la desafiante mirada del guerrillero hacia un contraste impactante con la aprension que sentía, que incluso dejaba percibir en los demás. Miraba las baldosas pero no las miraba en realidad sino que pensaba, reflexonaba se podria decir que hasta hurgaba. Se le veía ecuanimemente desesperado; en los ojos de Mariana podria parecer un loco.
Quieres seguir leyendo?