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ESTADO Y CONDICIÓN DE
LAS TROPAS Estado de preparación de
las tropas del territorio.-
Muchas y complejas causas han influido en la calidad y disposición
de las tropas del territorio, y por más que preguntados sus jefes en
el interrogatorio a que eran sometidos acerca del particular estado
de las suyas, las considerasen aptas para todos los servicios,
pretendiendo acreditar su buen espíritu al enumerar luego las
visicitudes a que de ordinario estaban sujetas en su preparación y
empleo, hay que reconocer que la realidad, las circunstancias como
desenvolvieron su ación, no podían menos de atenuar el aserto y
evacuar sus deficiencias en consonancia con el hecho incontestable
del fracaso de su actuación. Podrán haberse comportado éstas en
condiciones del todo adversas en razón al desmesurado esfuerzo a que
se las sometía, pero es inconcluso que les ha faltado energía,
firmeza y disciplina.
Reservación del empleo de
las tropas peninsulares y estado de su moral.- Dice inicialmente
el teniente coronel de Estado Mayor Dávila,
al folio 1.296 de su declaración, que cuantas operaciones se
realizaron durante su estancia en el territorio -y en otro lugar
consigna que se ausentó enfermo del mismo el 9 de julio - procuróse
desarrollarlas en forma de restringir cuanto fuse posible las bajas
de las unidades peninsulares, sin perjuicio de alcanzar los objetivos
presupuestados, y en cuantas ocasiones intervinieron nuestras tropas
en el combate, como en cuantos ataques y agresiones hubieron de
rechazar, se comportaron cual incumbía a su deber, sin desmayo
alguno y con elevado espíritu.
Esto sienta ya la premisa dl
restringido empleo de dichas tropas y supone referirse dicho
comportamiento a épocas en que fueron realizadas las operaciones en
discreta medida y en proporción con los medios disponibles.
Por su parte, el comandante de
Estado Mayor Fernández
- folio 812 - cree que el territorio había fuerzas suficientes para
ocuparle y para mantener organizada una fuerza móvil que acudiera a
deshacer cualquier resistencia; pero a condición de que esta fuerza
estuviera decididamente dispuesta a ser empleada de un modo
enérgico; conclusión que conduce a reconocer implícitamente
carecieran aquella de la necesaria decisión en los momentos en que
fueron llamadas a intervenir.
Deficiencias de la
instrucción y mermas de los efectivos.- Si se atiende al
contexto de las declaraciones, fuerza es reconocer que de manera
general la instrucción doctrinal de las tropas estaba siempre
apremiada por las necesidades mismas del servicio que prematura y
apresuradamente se las imponía. La de tiro, muy especialmente, por
la forma incompleta en que la recibían, no podía ser, no ya
suficiente, pero ni rudimental para las necesidades más apremiantes
del servicio cualquiera que fuese el empleño en ello puesto por los
jefes. Luego, acabado el periodo normal o acelerado de instrucción,
la cantidad de posiciones existentes obligaba diseminar la fuerza de
los Cuerpos en términos que incapacitaba para continuar dicha
instrucción con algún provecho; en cuanto ala de tiro no se
practicaba de ningún modo; porque si bien existían órdenes para
que así se hiciese a la inmediación de las posiciones, de hecho no
se efectuaba por dificultades de localidad, temor de perjudicar a los
naturales o restricciones impuestas por la Policía.
La fuerza de los Cuerpos estaba
sujeta, como se verá en detalle más adelante, a mermas
considerables por los numerosos destinos a que proveían de plaza y
Cuerpo y de otras unidades que no se nutrían de reemplazo, en casos,
antes de completar los individuos la instrucción contra todo lo
mandado; los auxilios que habían de prestar al Cuerpo de Ingenieros
para los trabajos de carreteras, reforma y mejoramiento de posiciones
y otros, con arreglo a las prevenciones de la orden general de la
Comandancia de 2 de mayo de 1920 - folio 319 -, trabajos, que, si
necesarios, consumían la energía del soldado, como las prestaciones
para obras que nada tenían que ver con la munitoria y tantas otras
distracciones de su contingente que habían de redundar en
detrimento, en primer término, de la instrucción y adecuada
preparación, solidez, cohesión y actitud de la tropa para sus fines
sensciales y disminuía en mucho el pie de su fuerza eficiente.
Causas deprimentes de su
espíritu.- Si se atiende, por otra parte, a la situación
particular de las tropas, a su grado de fraccionamiento en
guarnición de las numerosas posiciones del territorio, en las
condiciones que acredita lo hasta aquí expuesto; consumiendo su
actividad en dichos aislados puestos y enervadas por las atenciones
ordinarias del económico servicio, descuidada forzosamente la
instrucción, aflojada la tensión del Mando en la pasividad de los
destacamentos, y con mayor motivo en el largo periodo de tranquilidad
que se venía disfrutando en la región, no es de dudar careciesen
del necesario espíritu, preparación y continente para afrontar la
grave situación que preparan los sucesos.
Ya en 20 de junio último -
folio 390 - se consideró el Mando en la necesidad de recomendar a
los jefes de circunscripción de primera línea se acudiese al
remedio de los descuidos que en los servicios, como en el estado de
conservación de las obras, producía "la sensación de
tranquilidad que llevara al ánimo de las fuerzas destacadas en
posiciones transcurrir el tiempo sin verse en el caso de rechazar o
hacer frente a agresiones"; encareciendo por ello vigilasen y
excitasen el celo de los comandantes de las posiciones dependientes
"para que en todo momento pueda afirmarse prestaran las fuerzas
a su órdenes sus servicios con la exactitud y desvelo que sin
pretexto alguno ha de exigírsela", aconsejando otras medidas
para acudir al reparo y refuerzo de las posiciones; dando ello la
impresión de que se reconocía la deficiencia intrínseca de éstas;
como la flojedad del nervio de las tropas.
Empleo de las fuerzas.- Esto
como instrumento armado; pues en cuanto a aplicación del mismo se
hacía de las tropas peninsulares un empleo erróneo, ya esbozado
antes, perjudicial y contraproducente. La orden general que antes se
cita, en su regla 21°, ya advierte que las tropas de Policía
pondrán en conocimiento de los jefes de posición la forma en que
cubran sus fuerzas los servicios encomendados de descubierta,
vigilancia y protección.
En su regla 10° previene que,
al tener los jefes de circunscripción noticia de ser atacada una
posición y que necesita refuerzos, dispondrán acudan en su auxilio
las tropas de Policía y de Regulares más inmediata, reforzando, si
preciso fuera, la acción de éstas con el empleo adecuado de la
columna, y en otra orden anterior, de 9 de marzo - folio 383, regla
15°, se establece como norma que las fuerzas de Regulares se empleen
como núcleos avanzados de tropas de asalto, determinado todo esto un
estado de inferioridad para las nuestras a los ojos del indígena.
El empleo preferente y
sistemático de dichas fuerzas indígenas como de choque en las
operaciones, restringiendo el de las peninsulares, reduciéndolas al
papel de reservas expectantes, sin entrar sino en rarísimo caso en
contacto con el enemigo, a fin de que no sufriesen bajas que el orden
político parecía consagrado a evitar, deprimía el espíritu de
nuestras tropas, había de influir en el concepto que de las
indígenas formaba nuestro soldado, daba a éstas altiva idea de su
propio valer y en los naturales infundía menosprecio de las
nuestras, con las que nunca se medía. Explicable es, por
consiguiente, que acostumbrado el soldado a la protección de las
fuerzas indígenas, al faltarle su apoyo, desafectas y volviendo
tiros a él, se sintiera desamparado y abdicase de su moral, que no
ayudaran a levantar ciertamente ni las circunstancias ni el escaso
ascendiente puesto en juego por la oficialidad, también decaída en
su espíritu.
Así es que si los fáciles
avances afortunados, el modo de empleo de las fuerzas pudo responder
bien al propósito, en los adversos, en los casos en que las
indígenas llegasen a flaquear o fracasar, no había detrás nada que
restableciera la situación y contuviera el retroceso, no preparado
el espíritu de las tropas nuestras para afrontar el contratiempo en
el hábito de su ordinaria inhibición.
Atestaciones comprobantes.- Todo
este trasunto de la realidad que abreviadamente se hace necesita su
formal atestación con referencia al juicio de los testigos llamados
al expediente, y por ello es, a saber:
Coronel Morales.- Dice
el coronel del regimiento de Ceriñola, don Ángel Morales
Reinoso, al folio 996 vuelto de su declaración, que al ser baja
el pasado año anterior en el territorio a causa de su ascenso, pudo
apreciar que, si bien la ocupación de las posiciones hasta aquel
entonces se hacía con columnas nutridas y dotadas de elementos
suficientes, y las posiciones se guarnecían proporcionalmente con
los debidos efectivos, al extenderse el territorio casi en doble de
lo que antes fuera, forzosamente quedaban débiles todas estas
posiciones, toda vez que con las fuerzas que existían se hizo dicha
ampliación. El espíritu que animaba a las tropas fue siempre muy
elevado, causándole verdadera extrañeza todos los hechos ocurridos,
siendo preciso hacer notar que en la mayor parte de las operaciones
realizadas las fuerzas del Ejército no tomaban una parte activa,
misión que desempeñaban únicamente las de Regulares y Policía,
constituyendo este sistema quizá la falta de práctica de combatir,
principalmente en esta guerra irregular. Reducido su cometido a
guranecer las posiciones, olvidándose del cumplimiento de sus
deberes para la guerra, en la confianza de no ser jamás empleadas,
ocurriendo desgraciadamente, ante lo inesperado del caso, sucesos
como los que hay que lamentar.
Coronel Salcedo.- Dice
el coronel del regimiento de Infantería de San Fernando, don Enrique
Salcedo, al folio 654 vuelto de su declaración, informando sobre
el grado de preparación y eficiencia de su Cuerpo para los servicios
de guerra del territorio, que al hacerse cargo del mando del mismo
pudo observar y exponer a la Superioridad que lo consideraba bastante
deficiente, explicándose esto por muchas causas, entre ellas la
falta de instrucción bastante y el apremio y rapidez con que se
instruían los contingentes de reclutas, hasta el extremo de que en
el año anterior de 1921, los jefes de Cuerpo recibieron orden de que
en poco más de un mes (sic) estuviesen los reclutas en disposición
de incorporarse a sus columnas y destacamentos, habiéndose
considerado en deber del testigo de hacer observar que el Reglamento
táctico previene, cuando menos, para el primer periodo, tres meses,
y que en dicho primer mes tienen lugar las vacunaciones contra la
viruela y las cuatro semanas contra el tifus. Si esto se une el
fraccionamiento de los destacamentos de pequeñas unidades con
reducido efectivo, con el que tenía que atenderse a los servicios,
convoyes, aguadas, etc., etc., se comprende que no quedase núcleo de
fuerza para que en los destacamentos y posiciones se cumplimentasen
las órdenes que estaban dadas, ni los horarios de instrucción por
mañana y tarde para que se completase ésta en lo posible.
Por lo que se refiere al
tiro, la instrucción era del todo deficiente, pues a las
razones expuestas hay que agregar que los regimientos del territorio
recibían contingentes de reclutas de cerca de mil hombres; todos se
han instruido en Melilla con un solo y deficiente campo de tiro, por
lo cual se asignó a su regimiento, como a todos los demás, un solo
día a la semana para tirar; de manera, que como comprendían los
peridos de instrucción de reclutas, de ordinario, aproximadamente,
dos meses, eran ocho o nueve días los asignados al tiro; pero si en
estos días caía una fiesta, llovía (cosa muy frecuente en esa
época), les cogía el día de vacuna antitífica o el siguiente, se
ha observado que de los días que correspondían a cada Cuerpo
siempre se perdían los menos tres o cuatro, quedando sólo cuatro o
cinco para hacer ejercicio de tiro, y en esta forma salían los
reclutas al campo; donde, no obstante haberse pedido más de una vez,
de oficio, que se señalasen campos de tiro o medios para completar
esta instrucción, nunca se ha concedido en ninguno de los
campamentos y posiciones del territorio; unas veces porque el terreno
no lo permitía, y otra por razones políticas, según ha podido
comprobar por manifestaciones de los oficiales de la Policía.
El efectivo del Cuerpo estaba
muy reducido, puesto que los regimientos de Infantería atendían a
todos los servicios y necesidades oficiales, particulares,
personales, de construcción y ornato público y de vigilancia de la
población, y daban además fuerzas y destinos, así como empleos y
oficios de todas clases a la Policía indígena y a las fuerzas
regulares; asistentes, ordenanzas y escribientes para la Brigada
disciplinaria; oficios de todo género para Ingenieros;
telegrafistas, mecánicos; obras del Casino Militar y de la Capilla
Castrense; Policía gubernativa y, por último, dispusieron que la
compañía de la columna, entre ellas la de Voluntarios, que
constituían el núcleo y la base de dichas columnas y de su fuerza
combatiente, diese cincuenta soldados por compañía para los
trabajos de pistas y carreteras, que quedaban agregados para todos
los efectos a las compañías de Ingenieros, a muchos kilómetros de
sus jefes y oficiales, que no sabían de ellos ni los veían,
obligando al testigo esta falta de efectivo a disolver dos
compañías de voluntarios, nutriendo las disueltas con individuos
del reemplazo a prorrateo entre las demás compañías, con lo que se
mermaba el efectivo de éstas; esta medida no obstante, al salir las
compañías del regimiento para Annual el 19 de julio, tuvieron que
unirse las dos únicas de voluntarios que restaban para formar con
ellas una sola; aún así, con el corto efectivo componente de
ochenta fusiles.
Análogas declaraciones hace
cuanto al armamento y ametralladoras, que dice se hallaban en el peor
estado por su prolongado uso, y si con respecto a material y ganado
se consideraba bien dotado, consigna que carecía de carros
reglamentarios y de cocina de campaña.
Capitán Araujo.- El
capitán ayudante del regimiento de Melilla, Araujo,
confirma, al folio 538, con respecto a su Cuerpo, la falta de medios
de instrucción, atendido a que las compañías de las posiciones,
ninguna completa en la demarcación del regimiento, por tener todas
una sección destacada, por el servicio nocturno, protecciones de
aguadas, convoyes y correo, no podían dedicarse a la instrucción,
que a lo sumo practicaba una escuadra, y que en cuanto a la de tiro,
ni dichas compañías destacadas ni las de la columna lo verificaban
en absoluto en la circunscripción de referencia.
Teniente coronel Vera.-
Dice también a este propósito el teniente coronel Vera, jefe
accidental del precitado regimiento, que las tropas del mismo, una
vez instruidos los reclutas, marchaban a las posiciones, no pudiendo
continuar la instrucción de tiro en el campo por lo diseminadas que
se hallaban las posiciones y el servicio que se veían precisadas
aquellas a prestar, pues únicamente la columna destacada en Ishafen
(trasladada después a Kandussi) disponía de un campo de tiro de
malas condiciones al pie del monte Milón, y la fuerza de Batel
(situada luego en Cheif), de otro al pie del monte Usuga; pero aclara
el capitán Araujo, al folio 545, que las fuerzas de la columna de
Kandussi no realizaban el expresado ejercicio, a pesar de la orden
general que así lo disponía por mandato expreso de la Comandancia
general, que le fue transmitida al testigo como ayudante del Cuerpo,
acordándose mandar un croquis del terreno donde habría de
efectuarse el ejercicio para estudiarlo o no, según las condiciones
del lugar. Teniente
Valmaseda.- Estas condiciones, que eran las generales, pueden
explicar la manifestación - folio 1.444 - del teniente Valmaseda,
comandante de la sección destacada e el Zaio, de la segunda
compañía provisional del regimiento de Ceriñola, que al ser
requerida en retirada por el zoco El Arbaa de Arkeman y la Restinga
sobre la plaza, ante la amenaza del enemigo que se le echaba encima,
si respondía de su tropa, hubo de contestar que podía hacerlo de
doce o trece hombres, mas no del resto, alguno de los cuales no
sabía ni cargar ...; y no por la modestia de la clase que lo emite
debe recusarse el testimonio del cabo de Artillería Antonio
Padró, del puesto de Samma - folio 855 -, que dice "había
- en el expresado fuerte - una sección escasa del regimiento de
Melila, formada con los destinos; por lo que muchos de sus hombres no
conocían el manejo del arma, no habían salido nunca al campo,
según sus propias manifestaciones, ni hecho práctica de
fuego". Coronel
Massayer.- El coronel de la Comandancia de Artillería, Massayer,
dice - folio 790 vuelto -, atento a la instrucción de las tropas de
su mando, que ésta era la posible, compatible con sus múltiples
servicios, singularmente los de parque, que prestaban gente en grado
considerable, y compatible también con la falta de escuelas
prácticas en el territorio, a pesar de haberlo solicitado repetidas
veces a las autoridades, las que se resistían, indicando razones de
evitar alarmas y reparos políticos; así, casi siempre se daba el
caso de que la primera vez que los artilleros hacían fuego era en
acción de guerra. A pesar de todo, en los numerosísimos casos en
que las baterías de las posiciones hicieron fuego, dice, lo hicieron
bien y acertadamente, lo cual no es de extrañar, ya que con harta
frecuencia se solía hacer fuego a grandes distancias y con
hostilidad muy débil, y que este fuego podía considerarse como una
escuela práctica o un ejercicio preparatorio.
Continente de las tropas.-
Teniente coronel Fernández
Tamarit.- En otro orden de consideraciones, expone el teniente
coronel Fernández
Tamarit - folio 1.200 vuelto - que el espíritu de las tropas
peninsulares podría ser excelente; pero su preparación para el
combate, en las de Infantería al menos, era deficientísima. Desde
el año 19 los soldados españoles asistían a las operaciones en
calidad de espectadores, y aun, según sus noticias, ya ocurría
antes lo propio. Con ello, el moro enemigo tenía triste idea de la
tropas españolas, que no saban medirse con él; las fuerzas
indígenas auxiliares, el propio desfavorable concepto de los que se
limitaban a ver cómo se combatía, y los soldados nuestros, la idea
de que Regulares y Policía eran la fuerza escogida e invencible;
nada de particular tiene, pues, que en el momento en que estas
fuerzas sufrieran quebranto, las demás tuvieran ya la moral
perdida. La pérdida de Abarrán, añade, produjo una profunda
impresión deprimente en nuestros soldados; el combate del 16 de
junio acentuó esta depresión, porque en él, aparte de las bajas
sufridas, la Policía retrocedió en desorden. Los
sucesos posteriores acaecidos en los convoyes a Igueriben y el
presenciar a cuatro kilómetros de Annual, con el Comandante general
presente y acumulando allí todas las fuerzas disponibles, el
trágico fin y sacrificio de aquella guarnición; la impotencia para
socorrerla, precisamente por la merecida reputación de bravura del
Comandante general, concluyeron con la moral de las fuerzas que en
Annual había, y que hasta entonces habían combatido serena y
valerosamente. Teniente
coronel Vera.- Y, por su parte, confirma el teniente coronel
Vera, antes citado - folio 893 -, al juzgar las causas determinantes
de la falta de vigor desplegado por la tropas, que de manera general
cree se debe a la rapidez con que se sucedieron los acontecimientos
en Annual, a las infructuosas tentativas del convoy a Igueriben y al
fracaso de Abarrán, asó como a la no intervención de las fuerzas
peninsulares, como sistema, en la anguardia de las columnas, siempre
que se emprendía algún movimiento de avance; relegándola a servir
de escolta a las fuerzas indígenas, obligándolas a permanecer
constantemente tras los parapetos desde la puesta de sol, no
permitiéndole nunca practicar el servicio de emboscada no ningún
otro nocturno, lo cual, a su juicio, deprimía el espíritu de las
mismas. Teniente
coronel Núñez del Prado.- De igual modo reconoce el teniente
coronel de Regulares Núñez
del Prado - folio 397 - que el decaimiento de la moral de las
tropas ha podido reconocer por causa la inmovilización en
posiciones aisladas, algunas de ellas sin enlace ni medios
materiales de subsistir, y la escasa intervención en los combates,
determinando la falta de entrenamiento y su falta de vigor en
consecuencia de las órdenes que tenían los jefes de columnas de
evitar a todo trance bajas peninsulares. Por contra, reconoce que el
empleo excesivo de las fuerzas indígenas ha podido producir alguna
vez su agotamiento por cansancio y desgaste. Coronel
Riquelme.- Asímismo, el coronel Riquelme,
exponiendo su juicio acerca de las circunstacias que influyeran de
manera tan desfavorable, como general en la moral y firmeza de las
tropas, con las consecuencias lamentables de ellos derivadas, dice,
al folio 1.782, que han concurrido, a su parecer, en su desastroso
decaimiento el constituir la fuerza de las columnas y las
guarniciones de las posiciones en gran parte con reclutas dados de
alta a últimos de mayo del pasado año, faltos de toda
preparación; el estar poco habituados a combatir el resto de las
tropas veteranas; pues si bien tomaban parte en las operaciones de
avance, lo hacían siempre a gran distancia de las fuerzas
indígenas, únicas fuerzas de choque empleadas, con lo que el
espíritu de las peninsulares y su moral dejaban mucho que desear,
como asimismo el concepto que el elemento indígena tenía de ellas,
no viéndolas combatir, reducidas siempre a segunda línea, con gran
quebranto del prestigio de nuestras armas, consideración esta
última tan generalizada en el juicio de los testigos, que sería
prolijo seguir su enumeración.
Fuerzas regulares
indígenas.- Por lo que respecta a las fuerzas indígenas, sea
efecto del natural desgaste de su continuada y activa intervención
en las operaciones, sea cansancio en ellas, producido a tenor de los
que anteriormente consigna su jefe, o el resultado de la propaganda
rebelde de que sean objeto, el hecho es que llegaron a desmerecer de
su confianza - folio 832 -, que luego vinieron a justificar los
hechos; pues, como dice el teniente de Artillería Gómez
López a este propósito, al salir de Melilla para Dríus con su
batería reforzada - la pérdida de Abarrán -, llevaban cierta
preocupación por haber sido testigos de la caída de esta posición,
debida a la falta de auxilio, y del ataque a Sidi Dris, donde tampoco
se mandara; en la cual escasa confianza en las precitadas fuerzas
indígenas se les achacaba la culpa de la pérdida de Abarrán por no
haberse sostenido allí. Dice
el antedicho jefe de ellas el teniente coronel Núñez
de Prado, al folio 392 vuelto, que su tropa, salvo excepciones
propias y características del modo de ser de los indígenas, se han
comportado bien, siendo una de las pocas fuerzas que llegaron
organizadas a sus alojamientos, habiendo conservado todo su armamento
y salvando todo el tren de ametralladoras, llegó a la plaza;
agregando más adelante - folio 398 - que hubieron de batirse bien,
como lo prueba el gran número de bajas, cerca de 300, que tuvieron
en los combates de las inmediaciones de Annual desde el día 17 hasta
el 22, efectuando su retirada organizadamente. Cierto que los
Regulares, luego de participar con varia suerte y tesón en los
combates en torno a Annual, efectuaron la retirada en mano de sus
oficiales, llegando hasta sus acantonamientos; pero tampoco lo es
menos que, envueltos en el ambiente de sedición del país,
desertaron tan luego como se encontraron como se encontraron cerca de
sus hogares, no acudiendo la Infantería de Nador a la lista para
que, luego de recogerle el armamento, cual costumbre, se le citara en
la tarde del 23 de julio, y haciendo abierta defección la
Caballería en Zeluán el 24, con armas y caballos - folios 1.754 y
1.921 -, y aun volviendo armas contra la Alcazaba - folio 398 -, como
habrá ocasión de referir en su lugar, aunque pudiera influir en su
espíritu -folio 393 - la necesidad de defender a sus familas,
repartidas en distintas cabilas, ante la sublevación del territorio. Policía.-
En cuanto a la Policía, hay que distinguir su participación
militante en los sucesos y como institución de seguridad del país. Desde
el primer punto de vista, por las mismas causas atribuidas a los
Regulares, efecto de su inadecuado empleo como fuerzas armadas, de
choque, sufrió en mayor escala el quebranto de su moral y de su
firmeza, siendo unánimes y numerosas las manifestaciones recogidas
en el expediente en cuanto a sus actos de deserción y desleal
proceder, haciendo causa común inmediata con el enemigo, volviendo
descaradamente sus armas contra nuestras tropas y tomando parte en
las depredaciones y atropellos cometidos en el territorio, como en el
curso de este resumen habrá ocasión de consignar. Y en cuanto al
empleo sistemático en primera línea de estas tropas, fuerza es
reconocer, de acuerdo con lo que expone entre otros el coronel de
Infantería Riquelme
- folio 1.780 vuelto -, que tal cometido, apartándola de sus
particulares funciones en las cabilas, determinó el abandono de su
misión inspectora y de gobierno cerca de ellas, y de estar al tanto
de la sorda propaganda sediciosa que venía haciéndose en el país;
y el teniente coronel Núñez
de Prado ratifica al folio 394 vuelto, que la Policía,
abandonando frecuentemente sus cabilas para atender a las misiones
combatientes que se le encomendaban, tenía que perder el contacto
con la gente del país y su labor política; no siendo apropiadas por
lo demás dichas fuerzas para aquella misión eminentemente marcial
que se les daba. Bajo otro aspecto, dice que no existía el justo
acuerdo entre el mando de la Comandancia general y el de la Policía,
según pudo apreciar por las quejas del general en esta sentido. Corroborándolas
y abundando en las anteriores opiniones, dice el capitán de estas
tropas Fortea
- folio 484 -, que otras de las causas a que él atribuye el desastre
ha sido, a su juicio, el emplear la Policía como fuerza combatiente,
apartándola de su territorio, donde, perdido el contacto con la
población, quedaba interrumpida la labor política. La
acción particular de las expresadas fuerzas será deducida del curso
de este resumen, pues que en este lugar sólo se refleja el concepto
abstracto de su intervención; si bien sea del caso mencionar que,
como quiera que de la actuación del Juzgado no haya sido posible
adquirir antecedentes concretos de la suerte que corrieran la mayor
parte de los puestos que mantenía la Policía en el territorio, en
los hechos aislados de su desempeño, en la idea de que por la
Subinspección de las tropas y Asuntos Indígenas, de que eran
dependientes, hubiese podido ser completada dicha información por
sus medios directos a dicha oficina, hubo de dirigirse al Juzgado en
demanda de datos, sin que por el deficiente informe que ha remitido y
se inserta al folio 1.815, se aclaren y vengan en conocimiento de los
términos de la caída, abandono su ocupación de los referidos
puestos, viéndose, por tanto, reducido a consignar los datos que le
ha sido dado recoger por sí. La
Policía como instrumento de Gobierno.- Juzgando el
comportamiento de la Policía como institución de Gobierno, dice el
coronel Riquelme,
al mismo folio antes citado, que ha podido también contribuir a la
hostilidad de las cabilas el descontento de la gestión, falta de
preparación de noveles oficiales encargados de la administración y
régimen de ellas, circunstancias que influirían en gentes de tan
diferente mentalidad y psicología de la nuestra; aparte de los
abusos y atropellos que forzosamente habrán de haber ocurrido por
falta de dicha preparación y el no tener los indígenas medios de
exteriorizar sus quejas o disgustos ante autoridad superior al
capitán de la mía; estado de opinión que, según manifiesta, se le
hizo presente en terreno amistoso por algunos indígenas, y que, por
su parte, se apresuró a transmitir al Comandante general y al jefe
de la Oficina indígena; pues, como declara más adelante - folio
1.788 vuelto -, obedecieron dichas manifestaciones a las extensas
atribuciones que se concedieron a dichos capitanes, contrariamente a
lo que venían haciéndose antes, mantenidas sus facultades en
prudenciales límites; pues las cortapisas que se pusieron a los
naturales para recurrir en queja a la Superioridad cuando se
considerasen agraviados, que habían de hacer necesariamente con la
autorización del capitán de la mía, contra que muchas veces era la
queja, les cohibía en su libertad de acción. Insistió
en este particular punto de vista, dice también el teniente coronel Fernández
Tamarit - folio 1.204 - que tal vez hayan podido producir
irritación en los naturales hechos realizados por agentes de
Policía que, contando con excelentes elementos, tenía oficiales
desconocedores del idioma y costumbres indígenas y además poco
expertos en su calidad de oficiales noveles, aunque dignos y
animosos, pero incapacitados para realizar misión a ella confiada,
tan difícil como la de administrar justicia, a que se veían
obligados en los destacamentos aislados o en su cabecera, en ausencia
de otros oficiales por permisos, enfermedades u otras causas. Es
público y notorio, agrega, que en determinadas cabilas hubo
manifestaciones de disgusto por actos realizados por el capitán
Pomes, hoy retirado, y como cualquier falta cometida por oficiales
que desempeñan esta difícil misión tiene mayor relieve y
consecuencia, obliga esto a que los oficiales que hayan de
desempeñarla se escojan con todo género de cuidado. Bajo la cual
recomendación, y por le hecho de aludir a un oficial ya separado de
su función por causas notorias, se deja comprender la existencia de
abusos de parte de dichos administradores del territorio, que la
discreción del testigo le hace reservar; que corren válidos que son
del común dominio de la opinión, pero que al Juzgado no le sido
dado recoger por no haber contado con la existencia de testigos que,
en su rectitud de juicio, los denunciaron para satisfacción de la
vindicta pública y en propio prestigio de la institución. Sólo por
medios indirectos ha podido corroborar su juicio en dicho sentido. Implantación
del Protectorado en la Zona.- A este respecto, apunta muy
discretamente el coronel Riquelme,
folio 1.787 vuelto -, y que por razón de su conocimiento del
territorio se consideran autorizadas sus apreciaciones, que otra de
las causas a que atribuya la poca eficacia de nuestra acción en el
territorio reside en no haber implantado de tiempo el régimen
efectivo del Protectorado en las cabilas de retaguardia con funciones
y autoridades indígenas que dieran al país marroquí la sensación
de nuestras favorables disposiciones a su establecimiento. Por
el contrario, el gobierno y administración de las cabilas sometidas
continuó entregado de un modo directo y efectivo a nuestras Oficinas
indígenas, no siempre regentadas por oficiales expertos y realmente
capacitados para misión tan delicada y difícil, que forzosamente
tenían que cometer errores, cuando abusos en el ejercicio de sus
cargos, reiteración e insistente afirmación que pregonan su
comisión, ocasionando hondas repercusiones en algunas cabilas y
cierto malestar latente e espera de exteriorización al menor
quebranto de nuestras armas. Y agrega, precavidamente, que es muy
posible que habiendo estado el Gobierno en manos del personal
indígena afecto a España, aunque fiscalizado hábilmente por
nuestras oficinas territoriales, no hubieran creado rencores a
nuestra nación las decisiones de tales ministrantes, aún cuando
hubieran sido injustas, y en cambio, nuestro papel de mediadores
hubiera sido más grato a la población indígena; sentido en el cual
manifiesta haber informado al Mando en las ocasiones que mereció ser
consultado su parecer, y hasta hubo de explanar las líneas generales
para la implantación del Protectorado en la zona oriental,
informando de la necesidad apremiante que preveía de llegar a él,
si había de consolidarse la ocupación del territorio, presintiendo
complicaciones contingentes, de otro modo, en el desarrollo de
nuestras acciones futuras. Termina diciendo que no se creería
llegada la oportunidad de adoptar dicho partido, cuando no se
realizó la reforma y se continuó, por el contrario, con el régimen
y administración directo, ejercido por personal falto de
preparación, en la mayor parte de los casos; elementos con lo cuales
mal se podía contrarrestar la intensa propaganda que los rebeldes
realizaban en las cabilas sometidas y hasta en las fuerzas
indígenas, en las que existía un terreno abonado por efecto de las
mismas causas enumeradas. Juicios
sobre la actuación de la Policía.- Confirmando la acción
subrepticia que se ejercía en las cabilas sometidas, dice el padre Alfonso
Rey, superior de la Misión católica de Padres Franciscanos de
Nador - folio 403 -, que mes y medio antes de los sucesos corrían
entre los indígenas rumeores de un próximo levantamiento, habiendo
oído decir el testigo, reservadamente, que se habían impuesto una
contribución de cien duros a cada jefe de cabila, entre otros, los
de Segangan y San Juan de las Minas, sin poder precisar la razón de
esta imposición, y después de referir otros síntomas, que
delataban la agitación del territorio, contestando a pregunta de
este Juzgado, atento al punto de examen, dice - folio 405 - que la
Policía estaba algo abandonada, dejando bastante que desear en la
relación de los jefes con los policías, así en lo referente al
trato, como al abono de sus devengos; que la relación con la
población mora era mejor, aunque había algún caso de maltrato a
los naturales por los oficiales de la mía y de abusar éstos de las
mujeres indígenas, así como de no administrar rectamente la
justicia que les estaba encomendada en las cuestiones indígenas, que
solían resolver con parcialidad; considerando que estos abusos no
ocurrían con las fuerzas de Regulares, que estaban más
disciplinadas y con mejor espíritu. En
atestado de folio 1.584, asevera el teniente de Policía Rucova que
al ser herido en Izem Lasen, su asistente y el ordenanza moro le
condujeron a la casa de Amar Haddamar, diciéndole "no temiese
mucho, por haberles tratado siempre bien y no tener líos con las
mujeres de la cabila". El
paisano Verdú, vecino del poblado de Arruí, declara, al folio 1.719
vuelto, que la Policía ejercía autoridad abusiva en el territorio,
incluso tomando artículos de consumo en los comercios, que no
pagaba, a veces, y, sobre todo, le sorprendía al testigo el derroche
inusitado de municiones que hacían sus individuos con cualquiera
ocasión de fiesta y aun respondiendo simplemente en el campo al
canto de las segadoras, oues se les dejaba las armas al ir a sus
poblados y cabilas con permiso, sin pedirles cuenta del gasto de
municiones; cosa que el testigo extrañaba mucho por haber observado
en su larga permanencia en Argelia que a los majzenes o policías
sólo se les dejaba llevar armas para actos de servicio. Manifiesta
que hizo sus observaciones a los oficiales que conocía, que le
dijeron que eran costumbres inveteradas que ellos, por su parte, no
podían remediar. En los zocos, los policías registraban a las
mujeres indígenas, con gran escándalo de los moros, por romper esto
contra sus costumbres. En la imposición de multas estima que se
cometían extralimitaciones, aduciendo el caso concreto de un moro
empleado suyo; habiendo observado siempre el temor del moro a la
Policía por sus extralimitaciones, particularizando que algunos
oficiales de mías se han distinguido por su celo e integridad,
siendo bienquisto por los europeos e indígenas - de donde, en
contraposición, se debe deducir que otros lo fueran -. Entiende que
los abusos que se han cometido con las moran han sido provocados,
generalmente, por la miseria reinante entre los naturales, que
hacían prostituirse a las mujeres. Significa, por último, la nota
desfavorable que tenía en el poblado por su codicia el sargento
policía Yemani, que entiende se ha hecho rico abusivamente con unos
y con otros, y que hoy es de los desertados, con el fruto de sus
rapiñas, a pesar de sus protestas de amistad a España. El
paisano Landaluce, que, indistintamente, residía en Batel, Arruí y
Zeluán, por razón de sus negocios, dice, al folio 1.716, que en la
Policía había oficiales dignos y correctos por completo; pero que
otros no guardaban la misma conducta en su trato, ni en la rectitud
de su proceder, usando formas inconvenientes con los moros y con los
europeos, habiendo llegado a oidos del testigo algunas lamentaciones
referentes a la imposición de multas a los indígenas, en ocasiones,
desconsideradas. Este proceder se observaba principalmente en el
general Carrasco - muerto en Zeluán -, que era malquisto de todos;
mientras que otros, como el teniente Fernández, disfrutaban por su
conducta del aprecio general, habiéndosele ofrecido, poco antes de
los sucesos, un banquete en Zeluán, en testimonio de gratitud por su
acertada actuación. El
oficial segundo de Telégrafos Llinás, con destino en la estación
de dicho poblado, al folio 1.601 vuelto, confirma el buen concepto
que al poblado merecía el susodicho teniente Fernández; pero que
tiene entendido que no en todos los lugares del territorio reinaba la
misma cordialidad de relaciones entre moradores, europeos e
indígenas y oficiales de la Policía, sin poder hacer afirmaciones
más concretas. Fray José
Antona, fraile franciscano de la Misión establecida en Nador,
dice, al folio 489 vuelto, que pudo observar una gran
desmoralización, una familiaridad inconveniente por parte de la
oficialidad con los naturales; abusos por la misma de las mujeres
indígenas, cosa de los moros sufren gran agravio; depravaciones,
imposición de contribuciones injustas y otros sucesos semejantes, y
que la administración de las unidades entendía que era buena. El
paisano Falcó, vecino de Nador, dice al folio 1.735, entre otros
particulares menos atinentes al caso, que estima que el principal
motivo de la catástrofe del territorio es imputable a la Policía,
por falta de información y defectos en el gobierno de europeos e
indígenas y por la amplitud de facultades que tenía concedidas, y
que sus jefes aplicaban con criterio personal y arbitrario; aduciendo
en queja de su intervención ciertas diferencias en asuntos de orden
privado del testigo, que dice haberle originado perjuicios con la
morosidad de la gestión administrativa en materia de una compra de
tierras concertada con un moro, y la falta de reintegro de un
préstamo hecho al capitán de la Policía local para atender
complementariamente a las obras de construcción de un zoco hecho en
Nador por suscripción entre el vecindario, y aun la ocupación, con
dicho objeto, de alguna piedra que el interesado tenía acopiada para
una obra particular; de los cuales extremos se ha deducido el
testimonio pertinente que ha sido dirigido al General en jefe del
Ejército, según diligencia del folio 1.914. Administración
interior de las tropas de Policía.- El capitán Fortea,
de la 13° mía de Policía, al folio 468, dice que al encargarse del
mando de ella en el mes de junio último le dijeron que el capitán
anterior, Huelva, llevaba en su maleta la documentación de la
unidad, y en su cartera, los fondos de la misma, y que ambas cosas se
habían perdido en Abarrán, donde aquél fue muerto; que preguntó a
los policías por las reclamaciones que tuvieran que hacer,
formulando, en consecuencia, numerosas sobre haberes y vestuarios,
por existir algunos que tenían pendientes de cobro quincenas de
enero y estar una mitad de ellos descalzos y con las ropas viejas.
Formada una relación de estas reclamaciones, se atendió a ellas con
los fondos que facilitó el coronel jefe de las tropas; lo que puso
término a la anormal situación de la mía, que en 9 de junio quedó
regularizada del todo. Informa
asimismo este capitán en materia de permisos que fuera costumbre o
regla conceder, manifestando se daban a un cuarto o un quinto de la
fuerza, para que, devengando haber, marcharse cuatro o cinco días a
sus casas, llevándose un turno para estas concesiones, pudiendo los
montados llevar su caballo, cuyo pienso se les daba. Acerca
de la imposición de musltas a los askaris, expone que era el castigo
más eficaz, dada la condición avarienta del moro, no habiéndolas
impuesto el testigo superiores a diez pesetas por las faltas de
retraso en la incorporación después de los permisos disfrutados, la
falta de cartuchos, por la que llegó a imponer, en algunos casos,
hasta cinco pesetas por cartucho perdido, como atención muy
interesante. De estas multas se hacía anotación en las listas de
pagos y abonos a caja al liquidar mensualmente. En cuanto a las
multas a las cabilas, tenía el capitán facultades para imponerlas
hasta 25 pesetas, dand cuenta a sus jefes, y de esta cantidad en
adelante, requería la aprobación del jefe, al que se daba cuenta de
la falta y se proponía la cuantía de la multa. Las faltas que la
motivaban eran de orden interior de la cabila, como riñas,
desavenencias o no concurrir a una citación del jefe de
"mía", etc., de las cuales multas se daba siempre recibo a
los interesados. Es de
suponer que esta administración fuese llevaba con la escrupulosidad
y vigor que su índole demandaba. Conducta
de la oficialidad.- Al analizar serenamente los hechos objeto de
esta investigación a la luz del comportamiento observado por las
tropas, en su conjunto, en los pasados lamentables sucesos del
territorio, recapacitando sobre los mismos, recogiendo impresiones de
los testigos y alusiones más o menos veladas o francos reproches
vertidos en el curso de las declaraciones, sensible es, pero debido
confesar que se derivan graves cargos contra la oficialidad y que, en
general, su conducta no ha respondido a lo que de ella debía
esperarse en la crisis suprema de aquellas circunstancias, sin que
esto quiera decir que no se hayan registrado actos aislados de
abnegado proceder, aun cuando estas manifestaciones, en casos
llevadas al sacrificio, no hayan bastado a impedir la consumación de
la catástrofe por omisión del conjunto. Causas
determinantes de su actuación.- En trance de buscar explicación
a este decaimiento de su moral, a esta quiebra de su honrosa
tradición, expone a este propósito el teniente coronel de
Regulares, Nuñez
del Prado - folio 392 -, que si bien el espíritu de su
oficialidad era bueno, por ser los destinos de dichas fuerzas por
elección y estar penetrados sus adeptos de que su misión era la de
ir en vanguardia, nunca era la afección como cuando existían
recompensas, cuya falta de estímulo ha podido apreciar el testigo,
por haber servido con anterioridad en las fuerzas de referencia; no
obteniendo tampoco de la opinión, así civil como militar, tanto en
el territorio como en la metrópoli, aquella satisfacción íntima de
que les reconocieran el sacrificio que por su parte hacían, puesto
que eran fuerzas de primera línea, mientras que las demás del
territorio se mantenían en la mayoría de las veces a distancia en
la línea de fuego, sin intervención más que en casos muy contados:
decadencia - folio 398 vuelto - que con carácter general la
observaba y puede que con mayor intensidad en los Cuerpos, en que no
se hace selección de personal, cada vez más difícil por falta de
aspirantes idóneos, pues se prefieren en general los muchos destinos
sedentarios y sin riesgo ni grandes molestias que existen. Falta,
pues, la oficialidad del estímulo de la recompensa, como de ideales,
que impulsaban a los más audaces, la generalidad se atuvo a la
comodidad de los destinos sedentarios, puesto que disfrutaba en ellos
de análogas subvenciones que en los activos. No ofrecía, por tanto,
aliciente el territorio sino por los sobrecargados de atenciones
familiares a quienes atraía el beneficio de la gratificación de
residencia y otras ventajas locales, o para aquellos otros a quienes
movía la indulgencia, muy generalizada, que amparaba la
administración poco escrupulosa de las unidades con sus irregulares
provechos. A otros, en
fin, el incentivo de dedicarse a negocios o ejercer profesiones
lucrativas con distracción de sus deberes primordiales, que dio
motivo a la Real orden de 12 de febrero de 1917 - folio 477 -,
dirigida a remediar este estado de cosas y a las prevenciones para su
cumplimiento en el territorio, dictadas por la Comandancia general en
28 del mismo y que parece no hayan surtido los efectos apetecidos, en
prestigio del Ejército, a juzgar por las denuncias anónimas que en
este sentido ha recibido este Juzgado y de que, por razón de su
origen, no cree deber hacerse cargo. Claro
es que todo esto se ha de entender bajo un concepto general, pues
oficiales hay que habrán ido al territorio por turno forzoso de
destino y otros por decidida vocación, ya que puede guiarles otro
interés que el de seguir sus honrosas ficciones. Inmoralidades
administrativas.- Que en la administración interior existían
faltas y atrasos lo acreditan en su caso la declaración del propio
teniente coronel Núñez
del Prado - folio 393 vuelto -, en el sentido de que las
deficiencias que respecto a este extremo hubo en su unidad fueron
corregidas oportunamente, poniendo a sus autores las correspondientes
notas, "no obstante el ambiente de indiferencia con que, en
general, se apreciaban en el territorio estas hechos". El
coronel Salcedo,
de San Fernando, dice, al folio 657, que, al hacerse cargo el
declarante del mando, a fines del mes de enero del pasado año pudo
observar pequeñas deficiencias y retrasos que corrigió con la mayor
energía, mereciendo sus determinaciones la aprobación de la
Superioridad; y del capitán Fortea,
consignadas quedan sus explícitas manifestaciones. Mas
no era la norma acostumbrada usar de este temperamento en la
benignidad con que se juzgaban, no tomándose determinaciones
ostensibles sino en casos graves y muy extremos. Así se concibe que,
preguntando este Juzgado sistemáticamente a todos los jefes
principales sobre el comportamiento de la oficialidad en este orden,
con rara excepción han depuesto que no se ha instruido en sus
Cuerpos procedimiento alguno por malversación, desfalco,
distracción de caudales o atrasos en el pago o liquidación de
haberes, ni formándose tribunal de honor por hechos que afectan a la
moral militar, siendo así que ha lugar a saber de separaciones del
servicio a título de retiro o licencia absoluta, aunque instrigadas
por dichas causas, como de ellas se hacen eco en sus declaraciones el
coronel del regimiento de África y el del mixto de Artillería. Pedido
informe al Comandante general del territorio sobre estos extremos, en
comunicación de 2 de sptiembre - folio 524 -, manifiesta que,
ocupada de lleno su atención en el breve tiempo que se hallaba
desempeñando el cargo, con la marcha de las operaciones militares y
reorganización y circunstancias de la antigua guarnición del
territorio, no había llegado, por consiguiente, a su conocimiento de
un modo concreto otro estado de conducta de ella que el puramente
oficial, sin que por su índole requiriera la substanciación de
procedimientos de la naturaleza inquirida; que sólo había recogido
rumores del mal efecto que producía la tolerancia del juego y los
disgustos de él derivados, originando éstos las peticiones de
separación del Ejército de algunos oficiales. En
atención a lo que se deja expresado, este Juzgado, insistiendo en su
gestión, en comunicación de 15 de octubre - folio 1.348 vuelto -
interesó de la expresada autoridad la remisión, con referencia a
los antecedentes obrantes en la Fiscalía jurídico militar, de
relación de todos los procedimientos incoados contra jefes y
oficiales desde 1° de enero de 1920 a 31 de julio de 1921, por
delitos o faltas contra la propiedad y el honor militar, indebido
empleo o apropiación de caudales y otras de índole semejante,
remitiendo en este sentido el estado que se une al folio 1.532,
bastante parco por cierto en su contenido, para lo que era voz
popular en el territorio. Resumen
de la actuación.- La poca escrupulosidad en la administración,
la facilidad de las costumbres, disimuladas con la mayor indulgencia,
como el ambiente local consentía; el aflojamiento de los resortes de
la disciplina, por tan diversos modos relajada, y la negligencia
determinada en los servicios y deberes profesionales, contribuyeron
al estado de la oficialidad, que, denotando en general escaso
espíritu en la grave crisis que hubo de arrostrar, no supo, o no
pudo, sobreponerse a los sucesos en el cúmulo de circunstancias
adversas que las corruptelas, los errores, los defectos de
organización acarrearon en todos los órdenes del territorio, como
de las declaraciones podrá deducirse, o juzgando, en otro caso, por
las consecuencias tangibles de los hechos que se analizan. Los
graves cargos que contra ella se formulen o deriven en el curso de
las declaraciones, serán resumidos en el lugar correspondiente de la
relación, a fin de que conserven la impresión del momento en que
los hechos de su referencia se produjeran. En
resumen: cabe decir que ya que la tropa, quebrantada su moral,
deprimido el espíritu y extenuada por la fatiga y por las
privaciones, la sed y el calor abrasador de aquellos días
abrumadores de julio, se mostrase desalentada e incapaz de rehacer su
ánimo, es lo cierto que la oficialidad, no sobreponiéndose por
honor a tales contratiempos, arrastrada por el común desmayo, no ha
procurado levantar su moral y cobrar el necesario ascendiente sobre
su tropa para reducirla a su deber en los momentos decisivos en que
le iba su propia salvación y existencia; pues es constante que en
contados casos en que una voluntad decidida se ha impuesto, aquella
ha respondido en la medida que lo angustioso de la situación
consintiera. Algunos hechos de esta naturaleza se han registrado,
tanto más de estimar y de revelar su mérito en la adversidad de los
destinos de dicho ejército, por cuanto el sacrificio hecho no podía
contribuir a salvar la situación, mas sí respondía a los dictados
del deber y del honor. Contrasentido
de su resumida acción.- Contrasta con la escasa fortaleza, en
general demostrada, y que como resultante de tantas abdicaciones
determinó el derrumbamiento instantáneo del territorio, presa del
pánico, cuales quiera que fueran los motivos que le prepararan, y
sorprende a la vez el ánimo, por el contrasentido que envuelve, el
excesivo aprecio que se hace por parte de cierta oficialidad, y aún
de clases, del propio mérito en el cumplimiento de los deberes que
la Ordenanza impone de suyo elementales, al considerar la inaudita
repetición con que estimándose por los interesados haber hecho
"acción de señalada conducta o valor en las funciones de
guerra", de que habla el artículo 17 de las Ordenes generales
para oficiales, y cuya apreciación comete aquel texto al jefe
inmediato y testigo de la acón, con acertadas prevenciones, a fin de
que "los militares de cualquier clase no aleguen por servicio
distinguido el regular desempeño de su obligación", sorprende,
se repite, la insistencia con que se producen peticiones de apertura
de juicios contradictorios para optar a la cruz de San Fernando,
denunciando ello la desmoralización del sentimiento del deber por la
sola satisfacción íntima y persuasiva de cumplirlo; pues si tanto
creen haberse comportado tan esforzadamente, no se comprende entonces
la consumación de la catástrofe en las condiciones que los hechos
relatan.
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