LA OBRA FILOSÓFICA Y TEOLÓGICA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO,
GUÍA Y MODELO PARA LOS ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS
Autor:
S.S. Juan Pablo II
A los profesores y alumnos de la Pontificia Universidad de
Santo Tomas de Aquino de Roma en el primer centenario de laEncíclica «Aeterni
Patris»
Ilustres
profesores y querídisimos estudiantes:
1.
Con sentimientos de íntima alegría, después de un no breve espacio de tiempo,
me encuentro de nuevo en esta aula, que me es bien conocida por haber entrado en
ella tantas veces como alumno en los años de mi juventud, cuando también yo
vine de lejos al Pontificio Ateneo Internacional «Angelicum» para profundizar
en el pensamiento del Doctor Común, Santo Tomás de Aquino.
El
Ateneo ha conocido desde entonces significativos desarrollos: ha sido elevado al
rango de Universidad Pontificia por mi venerado predecesor Juan XXIII y ha sido
dotado de dos Institutos nuevos: a las facultades ya existentes de teología,
derecho canónico y filosofía, se han añadido, en efecto, la de ciencias
sociales y la del Instituto «Mater Ecclesiae», destinado a los futuros «maestros
en las ciencias religiosas». Tomo nota con agrado de estos signos de vitalidad
de la antigua cepa, que muestra tener en si corrientes frescas de linfa, gracias
a las cueles puede corresponder con nuevas instituciones científicas a las
exigencias culturales que van surgiendo poco a poco.
La
alegría del encuentro de hoy se acrecienta singularmente por la presencia de
una falange selecta de doctos cultivadores del pensamiento tomista, que se han
reunido aquí de todas las partes para celebrar el primer centenario de la Encíclica
Aeterni Patris, publicada el 4 de agosto de 1879 por el gran pontífice León
XIII. El congreso, promovido por la «Sociedad internacional Tomás de Aquino»
se une idealmente con el celebrado recientemente en las cercanías de Córdoba
(Argentina) por iniciativa de la Asociación católica argentina de filosofía,
que ha querido celebrar la misma efeméride llamando a los mayores exponentes
del pensamiento cristiano contemporáneo a tratar sobre el tema «La filosofía
del cristiano hoy». El congreso actual, centrado mas directamente en la figura
y en la obra de Santo Tomás, mientras honra a este insigne centro romano de
estudios tomistas, donde puede decirse que el Aquinate vive «tanquam in domo
sua», constituye también un justo acto de reconocimiento al inmortal Pontífice,
que tanta parte tuvo en favorecer el renacimiento del interés hacia la obra
filosófica y teológica del Doctor Angélico.
El
tomismo
2.
Por tanto, presento mi saludo deferente y cordial a los organizadores del
congreso, y en primer lugar a usted, Rvdo. Padre Vincent de Couesnongle, Maestro
de la Orden dominicana y presidente de la «Sociedad internacional Tomás de
Aquino»; con usted saludo también al rector de esta Pontificia Universidad, el
Rvdo. P. José Salguero; a los preclarísimos miembros del cuerpo académico y a
todos los ilustres cultivadores de los estudios tomistas que han honrado con su
presencia esta asamblea, animando su desarrollo con la aportación de su
competencia.
También
deseo dirigir un afectuoso saludo a vosotros, alumnos de esta Universidad que os
dedicáis con ímpetu generoso al estudio de la filosofía y de la teología,
además de a otras útiles ramas científicas auxiliares, teniendo como maestro
y guía a Santo Tomás, a cuyo conocimiento os introduce la obra iluminada y
diligente de vuestros profesores. El entusiasmo juvenil con que os acercáis al
Aquinate para proponerle las preguntas que os sugiere la sensibilidad por los
problemas del mundo moderno y la impresión de luminosa claridad que sacáis de
las respuestas que él os ofrece con amplitud lucida y tranquila, constituyen la
prueba más convincente de la inspirada sabiduría por la que fue movido el Papa
León XIII al promulgar la Encíclica cuyo centenario celebramos este año.
Relaciones
entre la fe y la razón
3.
Esta fuera de duda que la finalidad primaria a la que miro el gran Pontífice al
dar ese paso de importancia histórica fue reanudar y desarrollar la enseñanza
sobre las relaciones entre fe y razón propuesta por el Concilio Vaticano I, en
el que él había tomado parte muy active como obispo de Perusa. Efectivamente,
en la Constitución dogmática Dei Filius, los Padres conciliares habían
dedicado atención especial a este tema candente: al tratar «de fide et ratione»,
se habían opuesto concordemente a las corrientes filosóficas y teológicas,
inficionadas del racionalismo dominante, y sobre la base de la Revelación
divina, transmitida e interpretada fielmente por los precedentes Concilios ecuménicos,
ilustrada y defendida por los Santos Padres y Doctores de Oriente y Occidente,
habían declarado que fe y razón, más que oponerse entre si, podían y debían
encontrarse amigablemente (cf. Ench. Symb.: DS 3015-3020; 3041-3043).
La
persistencia de los violentos ataques por parte de los enemigos de la fe católica
y de la recta razón indujo a León XIII a afianzar y ulteriormente a
desarrollar en su Encíclica la doctrina del Vaticano I. En ella, después de
haber evocado la gradual y cada vez más amplia aportación que las lumbreras de
la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, habían dado a la defensa y al
progreso del pensamiento filosófico y teológico, el Papa se detiene en la obra
de profundización y de síntesis desarrollada por Santo Tomas. Con palabras que
merecen ser citadas en su límpido latín clásico, no duda en señalar al
Doctor Angélico como aquel que ha llevado la investigación racional sobre los
datos de la fe a metas que se han manifestado de valor imperecedero: «Illorum
doctrinas, velut dispersa cuiusdam corporis membra, in unum Thomas collegit et
coagmentavit, miro ordine digessit, et magnis incrementis ita adauxit, ut
catholicae Ecclesiae singulare praesidium et decus lure meritoque habeatur...
Praeterea rationem, ut par est, a fide apprime distinguens, utramque tamen amice
consocians, utriusque tum iura conservevit, tum dignitati consuluit, ice quidem
ut ratio ad humanum fastigium Thomae penis evecta, iam fere nequeat sublimius
assurgere; neque fides a ratione fere possit plura aut validiora adiumenta
praestolari, quam quae iam par est per Thomam consecuta» (LEONIS XIII Acta,
vol.1 p.274-275).
La
actitud del investigador cristiano
4.
Afirmaciones solemnes y comprometidas. A nosotros que las consideramos a un
siglo de distancia, nos ofrecen, ante todo, una indicación practica o pedagógica.
Efectivamente, León XIII quiso proponer a los profesores y alumnos de filosofía
y de teología un modelo incomparable de investigador cristiano.
Ahora
bien: ¿cuáles son las dotes que han merecido al Aquinate, además de los títulos
de «Doctor Ecclesiae» y de «Doctor Angelicus», que le dio San Pío V, y el
de «Patronus caelestis studiorum optimorum», que le confirió León XIII con
la Carta Apostólica Cum hoc sit, del 4 de agosto de 1880, es decir, en el
primer aniversario de la Encíclica que estamos conmemorando? (cf. LEONIS XIII
Acta, vol. 2 p.108-113).
La
primera es, sin duda, la de haber profesado un pleno obsequio de la mente, y del
corazón a la Revelación divina; obsequio renovado en su lecho de muerte, en la
abadía de Fossanova, el 7 de marzo de 1274. ¡Cuán beneficioso sería para la
Iglesia de Dios que también hoy todos los filósofos y teólogos católicos
imitasen el ejemplo dado por el «Doctor communis Ecclesiae»! Este obsequio
prestó también el Aquinate a los Santos Padres y Doctores, como testigos
concordes de la Palabra revelada, de tal manera que el cardenal Cayetano no dudó
en escribir--y el texto se recoge en la Encíclica--: «Santo Tomas, porque tuvo
en suma reverencia a los sagrados Doctores, heredó, en cierto sentido, el
pensamiento de todos ellos» (In Sum. Theol. II-II q.148 1.4c; LEONIS XIII Acta,
vol.1 p.273).
La
segunda dote que justifica el primado pedagógico del Angélico es el gran
respeto que profesó por el mundo visible, como obra y, por lo tanto, vestigio e
imagen de Dios Creador.
Injustamente,
pues, se ha osado tachar a Santo Tomás de naturalismo y empirismo. «El Doctor
Angélico--se lee en la Encíclica-- dedujo las conclusiones de las esencias
constitutivas y de los principios de las cosas, cuya virtualidad es inmensa,
conteniendo como en un embrión las semillas de verdades casi infinitas, que los
futuros maestros han hecho fructifica a su tiempo (LEONIS XIII Acta, vol. 1
p.273).
Finalmente,
la tercera dote que indujo a León III a proponer al Aquinate como modelo de «los
mejores estudiosos» a los profesores y alumnos es la adhesión sincere y total
que conservó siempre al Magisterio de la Iglesia, a cuyo juicio sometió todas
sus obras durante la vida y en el momento de la muerte. ¿Quién no recuerda la
profesión emocionante que quiso pronunciar en la celda de la abadía de
Fossanova, de rodillas ante la Eucaristía, antes de recibirla como Viático de
vida eterna? «Las obras del Angélico --escribe también León XIII-- contienen
la doctrina más conforme al Magisterio de la Iglesia» (ibid., p. 180). Y no se
deduce de los escritos del Santo Doctor que él haya reservado el obsequio de su
mente solamente al Magisterio solemne e infalible de los Concilios y de los
Sumos Pontífices. Hecho este edificantísimo y digno también de ser imitado
hoy por cuantos desean conformarse a la Constitución dogmática (Lumen gentium
n.25).
Recomendaciones
de los doctos y del Magisterio de la Iglesia sobre la doctrina del Aquinate
5.
Las tres dotes aludidas, que acompañaron todo el esfuerzo especulativo de Santo
Tomas, son también las que han garantizado la ortodoxia de sus resultados. Esta
es la razón por la que el Papa León XIII, queriendo «agere de ineunda
philosophicorum studiorum ratione, quae et bono fidei apte respondeat, et ipsi
humanarum scientiarum dignitati sit consentanea» (LEONIS XIII Acta, vol.1
p.256), remitía, sobre todo, a Santo Tomás, «inter Scholasticos Doctores
omnium princeps et magister» (ibid., p.272).
El
método, los principios, la doctrina del Aquinate, recordaba el inmortal Pontífice,
han encontrado, en el curso de los siglos, el favor preferencial no sólo de los
doctos, sino también del supremo Magisterio de la Iglesia (cf. Encicl. Aeterni
Patris, l.c., p.274-277). También hoy, insistía él, a fin de que la reflexión
filosófica y teológica no se apoye sobre un «fundamento inestable» que la
vuelva «oscilante y superficial» (ibid., p.278), es necesario que retorne a
inspirarse en la «sabiduría áurea» de Santo Tomás, para sacar de ella luz y
vigor en la profundización del dato revelado y en la promoción de un
conveniente progreso científico (cf. ibid., p.282).
Después
de cien años de historia del pensamiento, estamos en disposición de sopesar cuán
ponderadas y sabias fueron estas valoraciones. No sin razón, pues, los Sumos
pontífices sucesores de León XIII y el mismo Código de derecho canónico (cf.
can. 1366 SS 2) las han recogido y hecho propias. También el Concilio Vaticano
II prescribe como sabemos, el estudio y la enseñanza del patrimonio perenne de
la filosofía, una parte insigne del cual la constituye el pensamiento del
Doctor Angélico. (A este propósito me agrada recordar que Pablo VI quiso
invitar al Concilio al filósofo Jacques Maritain, uno de los más ilustres intérpretes
modernos del pensamiento tomista, intentando también de este modo manifestar
alta consideración al Maestro del siglo XX y al mismo tiempo a un modo de hacer
filosofía» en sintonía con los «signos de los tiempos». El Decreto sobre la
formación sacerdotal Optatam totius, antes de hablar de la necesidad de tener
en cuenta la enseñanza de las corrientes filosóficas modernas, especialmente
«de las que ejercen mayor influjo en la propia nación», exige que «las
disciplines filosóficas se enseñen de manera que los alumnos lleguen, ante
todo, a un conocimiento sólido y coherente del hombre, el mundo y de Dios
apoyados en el patrimonio filosófico de perenne validez»
En
la Declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis leemos: «...teniendo
en cuenta con esmero las investigaciones más recientes del progreso contemporáneo,
se percibe con profundidad mayor cómo la fe y la razón tienden a la misma
verdad, siguiendo las huellas de los Doctores de la Iglesia, sobre todo de Santo
Tomás de Aquino» (n. 10). Las palabras del Concilio son claras: en la estrecha
conexión con el patrimonio cultural del pasado, y en particular con el
pensamiento de
Santo
Tomás, los Padres han visto un elemento fundamental para una formación
adecuada del clero y de la juventud cristiana, y, por lo tanto, una perspectiva,
una condición necesaria para la deseada renovación de la Iglesia.
No
es el cave de que reafirme aquí mi voluntad de dar ejecución plena a las
disposiciones conciliares desde el momento en que me he pronunciado explícitamente
en este sentido ya en el Mensaje del día 17 de octubre de 1978, el día
siguiente de mi elección a la Cátedra de Pedro (cf. AAS 70 [1978] 921-923;
Enseñanzas al Pueblo de Dios [1978] p.339-348) y tantas otras veces después.
La
filosofía-perenne
6.
Me siento, pues, muy contento de encontrarme esta tarde en medio de vosotros,
que llenáis las auras de la Pontificia Universidad de Santo Tomás atraídos
por su doctrina filosófica y teológica, como lo fueron los numerosísimos discípulos
de varias naciones que rodearon la cátedra del hermano dominico en el siglo
XIII, cuando era profesor en la Universidad, o de París o de Nápoles, o en el
mismo «Studium curiae» o en el estudio del convento de Santa Sabina, en Roma.
La
filosofía de Santo Tomás merece estudio atento y aceptación convencida por
parte de la juventud de nuestro tiempo por su espíritu de apertura y de
universalismo, características que es difícil encontrar en muchas corrientes
del pensamiento contemporáneo. Se trata de la apertura al conjunto de la
realidad en todas sus partes y dimensiones, sin reducciones o particularismos
(sin absolutismos de un aspecto determinado) tal como lo exige la inteligencia
en nombre de la verdad objetiva e integral concerniente a la realidad. Apertura
esta que es también una significativa note distintiva de la fe cristiana, de la
que es signo específico la catolicidad. Esta apertura tiene su fundamento y su
fuente en el hecho de que la filosofía de Santo Tomas es filosofía del ser,
esto es, del actus essendi, cuyo valor transcendental es el camino mas directo
para elevarse al conocimiento del Ser subsistente y Acto puro, que es Dios. Por
este motivo, esta filosofía podría ser llamada incluso filosofía de la
proclamación del ser, canto en honor de lo existente.
De
esta proclamación del ser, la filosofía de Santo Tomas saca su capacidad de
acoger y de «afirmar» todo lo que aparece ante el entendimiento humano (el
dato de experiencia en el sentido mas amplio) como existente determinado en toda
la riqueza inagotable de su contenido, deduce, en particular, la capacidad de
acoger y de «afirmar» ese «ser» que está en disposición de conocerse a sí
mismo, de maravillarse en sí y, sobre todo, de decidir de sí y de forjar la
propia historia irrepetible... En este «ser», en su dignidad, piensa Santo Tomás
cuando habla del hombre como de algo que es «perfectissimum in tote natura»
(S. Th. I q.29 1 . 3 ), una «persona» , para la que él pide una atención
específica y excepcional. Así está dicho lo esencial acerca de la dignidad
del ser humano, aun cuando todavía queda mucho por indagar en este campo con la
ayuda de las reflexiones mismas ofrecidas por las corrientes filosóficas
contemporáneas.
De
esta afirmación del ser saca también la filosofía de Santo Tomás su
autojustificación metodológica, como de disciplina irreductible a cualquier
otra ciencia, y mas aun tal, que trasciende a todas, poniéndose en relación
con ellas como autónoma y, a la vez, como completiva de ellas en sentido
sustancial.
Más
aun, de esta afirmación del ser, la filosofía de Santo Tomás deduce la
posibilidad y, al mismo tiempo, la exigencia de sobrepasar todo lo que nos
ofrece directamente el conocimiento en cuanto existente (el dato de
experiencia), para llegar al «ipsum Esse subsistens» y, a la vez, al Amor
creador, en el que halla su explicación ultima (y por esto necesaria) el hecho
de que «potius est esse quam non esse», y en particular el hecho de que
nosotros existamos... «Ipsum enim esse --afirma el Angélico-- est communior
effectus, primus et intimior omnibus aliis effectibus; et ideo soli Deo competit
secundum virtue tem propriam talis effectus» (QQ. DD. De potentia q.3 a.7 c).
Santo
Tomás encaminó la filosofía sobre las huellas de esta intuición, indicando
al mismo tiempo que sólo en este camino el entendimiento se siente a gusto
(como «en su propia casa»), y que por esto el entendimiento no puede renunciar
absolutamente a este camino, si no quiere renunciar a sí mismo.
Al
poner como objeto propio de la metafísica la realidad «sub ratione entis»,
Santo Tomás indicó, en la analogía trascendental del ser, el criterio metodológico
para formular: las proposiciones acerca de toda la realidad, comprendido en ella
el Absoluto. Es difícil supervalorar la importancia metodológica de este
descubrimiento para la investigación filosófica, como, por lo demás, también
para el conocimiento humano en general.
Es
superfluo subrayar cuánto deba la misma teología a esta filosofía, al no ser
ella sino «fides quaerens intellectum» o «intellectus fidei». Por lo tanto,
ni siquiera la teología podrá renunciar a la filosofía de Santo Tomás.
La
pluralidad de las culturas y el progreso del pensamiento humano
7.
¿Acaso se deberá temer que la adopción de la filosofía de Santo Tomás haya
de comprometer la justa pluralidad de las culturas y el progreso del pensamiento
humano? Semejante temor sería manifiestamente vano, porque la «filosofía
perenne», en virtud del principio metodológico mencionado, según el cual toda
la riqueza de contenido de la realidad encuentra su fuente en el actus essendi,
tiene, por así decirlo, anticipadamente el derecho a todo lo que es verdadero
en relación con la realidad. Recíprocamente, toda comprensión de la realidad
--que refleje efectivamente esta realidad--- tiene pleno derecho de ciudadanía
en la «filosofía del ser», independientemente de quién tiene el mérito de
haber permitido este progreso en la comprensión e independientemente de la
escuela filosófica a la que pertenece. Las otras corrientes filosóficas, por
tanto, si se las mire desde este punto de vista, puede n, es más, debe n ser
consideradlas como aliadas naturales de la filosofía de Santo Tomás y como
partners dignos de atención y de respeto en el dialogo que se desarrolla en
presencia de la realidad y en nombre de una verdad no incompleta sobre ella. He
aquí por que la indicación de Santo Tomás a los discípulos en la Epistula de
modo studendi: «Ne respicias a quo sed quod dicitur», deriva tan íntimamente
del espíritu de su filosofía. Por lo tanto, estimo vivamente el ordenamiento
de los estudios de la Facultad de Filosofía de esta Universidad, en la cual,
edemas de los curves teóricos sobre Aristóteles y Santo Tomas, figuran curves
de ciencia y filosofía, antropología filosófica, física y filosofía,
historia de la filosofía moderna, el movimiento fenomenológico, en conformidad
con la reciente Constitución Apostólica Sapientia christiana: De Studiorium
Universitatibus et Facultatibus Ecclesiasticis (AAS 71 [1979] 495-496).
La
búsqueda de la verdad
8.
Pero hay otra razón que asegura la validez perenne de la filosofía de Santo
Tomás: es la preocupación dominante por la búsqueda de la verdad. «Studium
philosophiae --escribe el Aquinate comentando a su filósofo preferido, Aristóteles--
non est ad hoc quod sciatur quid homines senserint, sed qualiter se habeas
veritas» (De caelo et mundo I. lect.22, ed. R. Spiazzi n.228). He aquí por qué
la filosofía de Santo Tomas sobresale por su realismo, su objetividad: es la
filosofía «de l´être et non du paraitre». La conquista de la verdad
natural, que tiene su fuente suprema en Dios Creador, como la verdad divina la
tiene en Dios Revelador, ha hecho a la filosofía del Angélico sumamente idónea
para ser la ancilla fide), sin humillarse a si misma y sin restringir sus campos
de investigación, sino, al contrario, adquiriendo desarrollos inimaginables por
la sola razón humana. Por esto, el Sumo Pontífice Pío XI, de santa memoria,
al publicar la Encíclica Studiorum ducem con ocasión del VI centenario de la
canonización de Santo Tomás, no dudó en afirmar: «In Thoma honorando maius
quiddam quam Thomae ipsius existimatio vertitur, id est Ecclesiae docentis
auctoritas» (AAS 13 [1923] 324).
Cristo
y el hombre
9.
En realidad, Santo Tomas ha sabido iluminar con su «ratio fide illustrata»
(CONC. VATICANO I, Const. dogm. Dei Filius c.4: DS 3016) también los problemas
referentes al Verbo encarnado, «Salvador de todos los hombres» (Prólogo de la
tercera parte dela Summa theologica). Son los problemas a los que he aludido en
mi primera Encíclica, Redemptor hominis, donde he presentado a Cristo como «Redentor
del hombre y del mundo, centro del cosmos y de la historia... camino principal
de la Iglesia» para volver «hacia la case del Padre» (n.1,8,13). Este es un
tema de primerísimo orden para la vida de la Iglesia y para ea ciencia
cristiana. ¿Acaso no es la cristología el fundamento y la condición primera
para la elaboración de una antropología mas completa, según las exigencias de
nuestros tiempos? Efectivamente, no debemos olvidar que sólo Cristo «revela
plenamente el hombre al hombre» (cf. Const. past. Gaiudium et spes 22).
Santo
Tomás ha inundado, además, con la luz racional, purificada y sublimada por la
fe, los problemas concernientes al hombre: su naturaleza, creada a imagen y
semejanza de Dios; su personalidad, digna de respeto desde el primer instante de
su concepción; el destino sobrenatural del hombre en la visión beatífica de
Dios Uno y Trino. En este punto debemos a Santo Tomas una definición precisa y
siempre válida de aquello en lo que consiste la grandeza sustancial del hombre:
«ipse est sibi providens» (cf. Contra gentes III 81).
El
hombre es señor de si mismo, puede proveer por sí y proyectar el propio
destino. Sin embargo, este hecho, considerado en si mismo, no decide todavía
sobre la grandeza del hombre y no garantiza la plenitud de su autorrealización
personal. Solamente es decisivo el hecho de que el hombre se someta en su actuar
a la verdad, que el no determine, sino que sólo la descubre en la naturaleza y
que se le ha dado junto con el ser. Dios es quien pone la realidad como creador,
y la manifiesta aun mejor como revelador en Jesucristo y en su Iglesia. El
Concilio Vaticano II, calificando esta autoprovidencia del hombre «sub ratione
veri. con el nombre de ministerio real (munus regale), toca en su profundidad
esta intuición.
Esta
es la doctrina que me he propuesto plantear de nuevo y poner al día en la Encíclica
Redemptor hominis, señalando en el hombre «el camino primero y fundamental de
la Iglesia» (n. 14).
Santo
Tomas, maestro y santo
10.
Al final de estas consideraciones, necesariamente sumarias, se me impone una
ultima palabra. Son las palabras con que León X111 concluía la Aeterni Patris.
«Exempla sequamur Doctoris Angelici», recomendaba él (LEONIS XIII Acta, cit.
p.283). Es cuanto también repito esta tarde. En efecto, la exhortación está
plenamente justificada por el testimonio de vida con que Santo Tomás ha
corroborado la doctrina impartida en la cátedra. Antes que metodología técnica
de un maestro, la suya ha sido la metodología del santo que vive en plenitud el
Evangelio, en el que la caridad es todo. Amor a Dios, fuente suprema de toda
verdad; amor a las cosas creadas, que son también cofres preciosos llenos de
tesoros que Dios ha volcado en ellas.
He
aquí cuál fue la fuerza inspiradora de todo su afán de estudioso y cuál el
impulso secreto de su donación total como persona consagrada. «A caritate
omnia procedunt sicut a principio et in caritatem omnia ordinantur sicut in
finem», ha escrito él (In lo. Ev. XV 2). Y, efectivamente, el gigantesco
esfuerzo intelectual de este maestro del pensamiento estuvo estimulado,
sostenido y orientado por un corazón henchido de amor a Dios y al prójimo. «Per
ardorem caritatis datur cognitio veritatis» (ibid., V 6). Son palabras emblemáticas
que dejan entrever, tras el pensador capaz de los vuelos especulativos mas
audaces, al místico habituado a beber directamente en la fuente misma de toda
verdad la respuesta a las interpelaciones mas profundas del espíritu humano.
Por lo demás, ¿no confeso él mismo que jamás había escrito ni había dado
lecciones sin recurrir antes a la oración?
Quien
se acerca a Santo Tomás no puede prescindir de este testimonio que emerge de su
vida; más aun, debe encaminarse valientemente sobre sus huellas con el
compromiso de imitar sus ejemplos, si quiere llegar a gustar los frutos más recónditos
y sabrosos de su doctrina. Es lo que nos recuerda la oración que la liturgia
pone en nuestros labios el día de su fiesta: « ¡Oh Dios, que hiciste de Santo
Tomás un varón preclaro por su anhelo de santidad y por su conocimiento de las
ciencias sagradas!, humildemente te rogamos nos concedes las gracias de
comprender su doctrina y de imitar su vida».
Pidamos
esto también al Señor esta tarde, confiando nuestra oración a la intercesión
del mismo «maestro Tomas», maestro profundamente humano porque profundamente
cristiano, y precisamente porque profundamente cristiano, profundamente humano.
Actualizado: Domingo, 05 de Diciembre de 2004